Entre Beijing y Washington, ¿dónde queda Latinoamérica?

Hace una década y quizá dos también, el análisis sobre el sistema internacional que heredaba el siglo XXI parecía claro: Estados Unidos no es más un hegemón indiscutible dentro del sistema internacional, ni mucho menos puede mantener un status de unipolaridad dentro del mismo. Con conceptos como “el ascenso del resto”, “la era de la no polaridad”, “la era de la entropía” (entendida esta como el grado de desorden dentro de un sistema), entre otros, diversos autores mencionaron lo que implica el descenso de la posición única de los Estados Unidos como hegemón del mundo, lo que no lograron especificar era cómo iba a ser ese mundo, cómo iba ser la distribución de poder en el mundo post estadounidense. Sin embargo, entre todos aquellos, John Mearsheimer fue uno de los primeros que supo visibilizar a aquel contrincante que competiría ante Estados Unidos por la supremacía internacional. Este contrincante estatal resulta ser China que, a vistas de hoy, no hay discusión alguna de que es aquel que amenaza la hegemonía (o la superioridad, mejor dicho) de los Estados Unidos.

El tablero de juego de los grandes poderes es global y, como tal, China no es la excepción a esta regla. El ascenso chino no implica una hegemonía solamente regional, sino una expansión en cada parte del mundo. En tanto, la región latinoamericana no escapa, no escapó y no va a escapar a estos movimientos. La pregunta que ronda, entonces, a este artículo es: 

¿Qué papel juega Latinoamérica en la dinámica de ascenso y descenso de hegemonía entre Estados Unidos y China?

Mearsheimer, en una entrevista reciente menciona que “China tiene interés en ocasionar problemas de seguridad a Estados Unidos en el hemisferio occidental para que tenga que enfocarse en su propio patio trasero y no pueda poner toda su atención en Asia o en la propia China”. Este patio trasero que menciona el internacionalista es, claramente, América Latina y lo que propone no es descabellado ni muy lejano de la realidad. Para comprender cómo se dibuja el camino chino en Latinoamérica es necesario entender el estado de situación actual del relacionamiento entre estos dos. 

Desde comienzos del corriente Siglo, el ascenso chino fue tal que su crecimiento económico tuvo nombre propio: el famoso “crecimiento a tasas chinas”. A este crecimiento -que implicó la conversión de la economía china en una modernizada y enfocada en manufacturas-, le vino acarreada una necesidad de bienes primarios que expandió e impulsó los precios y mercado de los mismos. América Latina tiene en su haber amplias economías basadas en bienes primarios: desde cobre en Chile, pasando por soja y maíz en Argentina, hasta petróleo y derivados en Colombia y Venezuela.

En tanto, en las primeras dos décadas del corriente Siglo, Juan Gabriel Tokatlian supo definir acertadamente el tipo de relación que llevaba China para acercarse a América Latina. Éste la caracterizó como pragmática, no desafiante, a favor del status quo buscando estabilidad, preocupada por no irritar a Washington y fortaleciendo los lazos interestatales entre la potencia China y los pares latinoamericanos. Básicamente, un acercamiento que no genere problemas de seguridad con los Estados Unidos pero que asegure su afianzamiento con la región. Se puede afirmar que lo consiguió, China es, a día de hoy: 

  • El principal socio comercial brasileño, argentino, chileno, peruano, uruguayo y cubano;
  • El segundo socio comercial más importante para Colombia (lo cual es destacable teniendo en cuenta el acercamiento cada vez más afianzado entre Estados Unidos y el país latinoamericano en términos de seguridad y de relacionamiento en general);
  • Segundo socio comercial venezolano;
  • El principal exportador hacia Bolivia y Paraguay;
  • El principal comprador de productos no petroleros para con Ecuador (y segundo exportador hacia el mismo);
  • Se puede denotar un papel creciente en la participación china en las economías centroamericanas, sobre todo en cuanto a exportaciones se refiere.

Lo que toda esta enumeración muestra no implica solamente la amplia participación china en las economías latinoamericanas, sino también, en la mayoría de los casos, este protagonismo chino viene de la mano de desbancar a Estados Unidos como principal o gran socio comercial de estos países. 

Entonces, bajo este panorama, es mucho más “fácil” seguir la lógica que propuso Mearsheimer, tal como se mencionó al principio. Como ejemplo, en este artículo de Politólogos al Whisky de mayo del corriente año se planteó, a grandes rasgos, un escenario futuro post pandemia en donde Argentina se encuentra en una situación desfavorable debido a un nuevo default y, ante esto, China aprovecha la oportunidad  para colaborar con el Estado latinoamericano a cambio del control de parte de su territorio. Esto considerando que, como se explicó anteriormente, China olvida su papel de statu quista o “moderado” en la región y comienza a tomar mayor protagonismo, ocasionando alertas en la seguridad internacional en general (y para Estados Unidos en particular). Siguiendo lo dicho sobre el escenario creado, en la práctica China propuso algo semejante, pero a nivel regional: ofreció 1000 millones de dólares en préstamo a los Estados latinoamericanos para que puedan acceder a la vacuna contra el coronavirus. 

El beneficio chino de concentrar esfuerzos estadounidenses en su hemisferio antes que en Asia puede verse reflejado en algo que en Relaciones Internacionales se menciona como “el comando del Espacio Común”. Teorizado por Barry Posen, este concepto explica que en el globo existen áreas llamadas “comunes” que no pertenecen a ningún Estado y proveen acceso a todas partes del mundo. Estos espacios son los océanos, el aire, el espacio exterior (satélites), últimamente, el ciberespacio y también las bases militares extranacionales. 

¿Qué implicancias tiene este concepto? Básicamente, al Estado chino le es conveniente que Estados Unidos se vea interpelado por problemas de seguridad en su hemisferio para así poder desviar la concentración de su territorio (más específicamente el mar del sur de China, el cual posee presencia del ejército estadounidense) y comenzar a tomar, paso a paso, el comando de su espacio común más cercano. Lo ideal para el gigante oriental es promover esta desestabilización en Latinoamérica en vistas a  “hegemonizar” su región y, una vez controlado este espacio, avanzar con más ímpetu en la proyección global de su poder.

Sin embargo, Latinoamérica no es ante esto un escenario inerte, inmóvil y con un rol pasivo. Si bien América Latina no representa por ninguno de sus vértices a una potencia de impacto global (no al menos al nivel de lo que se viene hablando como Estados Unidos o su contracara asiática) ya sea en términos económicos (representando un ínfimo 8% del PBI y de población mundiales) o mucho menos en términos militares (ni siquiera en términos nucleares, más allá del uso pacífico destinado a energía), no dejan de ser Estados que forman parte del Sistema Internacional y que intentan, con las capacidades de poder que poseen, perseguir sus intereses nacionales y no perder margen de soberanía en el medio. El dilema, no obstante el afán por ser una región relevante y no un escenario de problemas para Estados Unidos, está en lo presentado anteriormente sobre el impacto chino en las economías latinoamericanas. Esa presencia prácticamente esencial, principal y protagonista del gigante chino es aquel poder de “chantaje” del que un país (sea cual fuere) con las capacidades latinoamericanas no puede escapar. Ejemplo clave de esto fue la retórica abiertamente antichina del presidente brasileño Jair Bolsonaro que, a medida que transcurría el tiempo y daba cuenta de la importancia de la potencia asiática para su economía, fue mermando (al menos en sus declaraciones públicas). 

Lo ideal entonces, estratégicamente y pensando en términos de seguridad, implicaría un curso de acción en donde los países de América Latina mantengan relaciones estables o incluso crecientes con el gigante chino a la vez que se vea un descenso de la dependencia de sus compras y ventas en las economías de cada uno, pudiendo aumentar así su margen de maniobra. Sin embargo, la realidad suele ser más compleja y lo ideal tiende a quedar en ese mundo, el de las ideas.

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