El año 1949 es considerado el adecuado para comenzar a relatar la historia de Taiwán. Luego de su derrota ante del Partido Comunista de China (PCC) en la Revolución China, el Kuomintang huyó a la isla de Taiwán, donde empezó a gobernar la República de China (RDC) bajo la auto-denominación como único gobierno legítimo chino y con el objetivo a futuro de volver al poder en la China continental. En ella, por su lado, Mao Zedong gobernó la llamada República Popular China (RPC) considerándose el único gobernante legítimo de China y asumiendo el objetivo de recuperar a Taiwán. Sin embargo, en los años siguientes y durante la Guerra Fría ambos gobiernos se mantuvieron alejados el uno del otro y finalmente coincidieron en el ambiguo Consenso de 1992. En él, acordaron la existencia de “una China, distintas interpretaciones”, pero la falta de clarificación sobre si esa única China es la RDC o la RPC y, en consecuencia, cuál gobierno era su legítimo representante dejaron irresuelto el desacuerdo. De forma paralela, las tensiones continuaron creciendo a raíz de la ayuda económica de Estados Unidos a Taiwán, la adopción en la isla de un sistema democrático y la emergencia de una identidad nacional taiwanesa, elementos que volvieron más y más lejana la idea de una reunificación.
Dentro de este contexto, el viaje de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, a Taiwán el pasado 2 de agosto y sus consecuencias diplomáticas no hacen más que resaltar el delicado papel que juega la isla en el juego de las dos mayores potencias actuales: China y Estados Unidos. A juzgar por el rápido despliegue de maniobras militares chinas y la declaración de continuos simulacros futuros para la reunificación, el gobierno de la RPC está dispuesto a enfrentar un alto escrutinio internacional para defender su reclamo sobre la isla. Por su parte, las promesas del presidente de Estados Unidos por proteger militarmente a Taiwán y el apoyo de los senadores del país al viaje de Pelosi indicarían que la potencia occidental tampoco pretende echarse atrás. Lo cierto es que, al desglosar las dimensiones en las que Taiwán resulta clave para la política exterior y para el discurso que promueven tanto China como Estados Unidos, es posible analizar lo que cada potencia percibe en riesgo dentro de este juego, así como el camino que cada una construye hacia su meta.
En primer lugar, Taiwán tiene un gran valor tanto económico como socio-comercial para Estados Unidos y como anexo territorial para China. Desde la década de 1950, la isla atravesó un boom económico con el que alcanzó su actual posición líder en el ámbito tecnológico le facilita el acceso a rutas marítimas de gran importancia en el Pacífico. Esta dimensión resalta la intensidad de la interdependencia económica actual, especialmente respecto a la comercialización de productos tecnológicos donde los chips taiwaneses tienen protagonismo.

La segunda dimensión de la problemática es el valor territorial asignado a Taiwán. Más allá de lo relacionado a la geopolítica, mencionado anteriormente, la cuestión del territorio es de gran importancia para la RPC. En particular, la reunificación es una pieza crucial del discurso del “Sueño Chino” del presidente Xi Jinping. Tiene una cara nacionalista que presenta el anexo de la isla como condición para la unidad del pueblo chino; un requerimiento para que China logre alcanzar el estatus consolidado de potencia global.
En este sentido, se construyó una narrativa basada en la historia china que diferencia y opone los períodos de unificación y prosperidad versus aquellos de separación y humillación internacional. Se utilizó el término “Siglo de la Humillación” para denominar a los años entre 1839 y 1949, enfatizando las pérdidas territoriales de China y el pobre trato internacional que recibió la actual potencia. Así, la reunificación del territorio puede ser presentada por el gobierno de la RPC como una política justa, frente a los agravios pasados sufridos por China a manos de potencias occidentales, y restauradora de la dignidad perdida en aquellos años. Por otro lado, Estados Unidos tiene sus propias razones para buscar conservar la integridad territorial de Taiwán. En un contexto internacional donde su hegemonía se percibe como declinante, demostrar su compromiso y capacidad de protección de una isla asiática en el Pacífico frente a la potencia a la que muchos y muchas analistas le asignan un poder equiparable al de Estados Unidos, puede resultar de importancia clave para preservar su primacía y credibilidad, o al menos la imagen de la misma.

En última instancia, en torno a Taiwán se da también un enfrentamiento ideológico. Por un lado, funciona como bastión estadounidense a favor de la democracia, porque se ajusta a la conmovedora narrativa de un régimen democrático altamente próspero y ligado a Estados Unidos, en defensa de su autonomía frente a la China comunista y autoritaria. De esta forma, gana fuerzas la posición de la potencia occidental como promotora y defensora de valores globales. Por su parte, la RPC percibe a la mera existencia de un régimen sino parlante democrático como una amenaza a la legitimidad su propia ideología, según la cual este tipo de gobierno es inherentemente incompatible (https://dspace.cuni.cz/handle/20.500.11956/174381) con los valores chinos. Cabe agregar que Taiwán y su creciente libertad de expresión junto al constante flujo de información mundial actual también ponen en duda a la capacidad del gobierno de la RPC de controlar las noticias a las que su población tiene acceso.
Por otro lado, la dimensión ideológica se extiende al grado de credibilidad y legitimidad que cada potencia puso en juego en la “Cuestión de Taiwán”. Ambas reconocen el valor de la opinión pública favorable, nacional e internacional, para llevar a cabo sus políticas sin contratiempos. La legitimidad política proviene de la participación ciudadana en los procesos de decisión política y de la percepción de que las decisiones tomadas son efectivas y tienen un impacto general positivo. Las acciones de China y Estados Unidos tienen el potencial de ser una importante fuente de legitimidad performativa, la segunda de las mencionadas arriba, en tanto alimenten los valores y narrativas que cada potencia se ocupa de promover al mundo. De esta forma, la protección de Estados Unidos a Taiwán es en realidad la protección a la democracia contra el autoritarismo y a las naciones libres contra China; dos luchas en las cuales Estados Unidos se presenta como la nación indicada para liderar a los primeros grupos.
Por el contrario, la fuerte retórica de la RPC a favor de la reunificación, pacífica o no, con Taiwán hace referencia a una idea más amplia, de China como principal retadora a la potencia hegemónica y opresora occidental que, como los países europeos y el Imperio de Japón hicieron durante el Siglo de la Humillación, busca desprestigiar a China y subordinarla. Este juego es transmitido a los ciudadanos nacionales e internacionales a través de las redes sociales, donde la atención es tal que ninguna de las dos potencias puede echarse atrás o retirar lo dicho sin sufrir pérdidas en la legitimidad de su postura. No es casualidad que la respuesta del Ministerio de Relaciones Exteriores de China a la visita de Pelosi a Taiwán haya sido difundida por su cuenta oficial de Twitter. Justamente, es parte de la llamada “diplomacia del lobo guerrero”; una reciente versión de la diplomacia china que se presenta como más confrontadora y asertiva que su antecesora, en concordancia con las expectativas de la opinión pública dentro de la RPC a favor de un gobierno con una fuerte postura hacia el exterior.
¿Cómo terminará el juego? ¿Qué potencia será la ganadora? ¿Y cuál será el futuro rol o posición de Taiwán en este enfrentamiento? Sería posible imaginar y asegurar con moderada certeza que la lucha no militar por poder entre China y Estados Unidos continuará en tanto cada potencia siga percibiendo a la otra como una amenaza contra sí misma y contra los valores e imágenes que busca promover. La “Cuestión de Taiwán” es apenas una de muchas situaciones en las cuales el juego sinoestadounidense canaliza las distintas dimensiones de su enfrentamiento. La incógnita reside en lo que ocurriría si la cuestión se soluciona en favor de una potencia: ¿será el desencadenante de un enfrentamiento directo o surgirá un nuevo escenario con el cual tanto China como Estados Unidos buscarán fortalecer sus respectivas narrativas sobre el mundo?