Massa: el antecedente maldito y la tentación de hibernar

Concluía el 2014 y el horizonte para el diputado nacional Sergio Massa se veía sumamente interesante. El segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner ingresaba en su última etapa y las elecciones legislativas del año anterior le habían dado al tigrense un envión clave: liderando el Frente Renovador, triunfó en la Provincia de Buenos Aires sobre el candidato del Frente Para la Victoria, Martín Insaurralde, hecho que le había oficiado de trampolín para una eventual candidatura presidencial en las elecciones del 2015. El ritmo del FR en la escena política era electrizante: ya no pactaba, directamente absorbía nombres propios para engrosar sus filas. El buen pié que Massa había hecho en Provincia le permitió, de hecho, conformar una eventual primaria de aspirantes a la gobernación bonaerense y colocar su cabeza directamente en el proyecto nacional. A él siempre se lo había mencionado como un posible candidato en PBA cuando aún integraba el kirchnerismo. Dicho proyecto quedó por siempre inconcluso.

Los nombres que Massa había apalabrado para disputarse entre sí la candidatura a gobernador por el Frente Renovador tenían diversas procedencias y trayectorias. El ex intendente de Almirante Brown, Darío Giustozzi, su mano derecha al momento de aventurarse en el desprendimiento definitivo del kirchnerismo, el ex-gobernador Felipe Solá, la diputada provincial Mónica López, el mediático empresario y político Francisco De Narváez, y tres intendentes: Jesús Cariglino de Malvinas Argentinas, Gustavo Posse de San Isidro y… Martín Insaurralde de Lomas de Zamora. Al ex candidato del FPV se lo aproximaba como un eventual desembarco en la mega-banda bonaerense que encabezaba Massa. 

Lo que vino después podría categorizarse como una serie de eventos desafortunados, lecturas políticas ineficientes o una combinación de ambos: en cuestión de meses el armado provincial de Massa se desmembró. Giustozzi rompió amistad reclamando falta de códigos respecto a un apoyo unilateral hacia su candidatura a gobernador, el cual jamás llegó. López y Cariglino asumieron que no les daban los votos. Insaurralde jamás abandonaría al kirchnerismo y dedicó su año a “asegurar” Lomas de Zamora. De Narváez eligió el ostracismo después de ser noticia por golpear a un periodista de un medio amarillista que había publicado un artículo difamatorio sobre su intimidad familiar. Mención aparte a Posse quien, enfadado con la negativa de Massa a conformar una alianza con Mauricio Macri, desistió de la competencia y se quedó en su pago. Lo de Posse no era un hecho aislado: se desde diferentes sectores de la oposición se le demandaba a Massa el pactar con el jefe de gobierno porteño para lograr una victoria contundente contra el Frente Para la Victoria. En esos reclamos, Massa aparecía como un “eventual vicepresidente” de una fórmula con Macri. Su armado nacional, en efecto, también padeció secuelas de la fuga bonaerense. El candidato terminó siendo Solá, quien terminó a veinte puntos de la gobernadora electa María Eugenia Vidal. Si bien Massa logró diferentes apoyos tanto en los comicios del 2015 como en los años venideros (pasaron Roberto Lavagna, José Manuel de la Sota, Margarita Stolbizer, Miguel Ángel Pichetto, entre otros) jamás recuperó centralidad en la Provincia.

Pasaron casi diez años de aquellos hechos. El Massa del 2023 se parece cada vez menos al de una década atrás. La performance en 2015, unas legislativas en 2017 alejado de los puestos de disputa y su paz con el kirchnerismo en 2019 incorporándose como candidato a diputado en el armado que encabezaba su antiguo aliado Alberto Fernández, eran componentes de un recorrido que con el tiempo neutralizó la efusividad inicial del tigrense. El “los voy a meter presos, yo no les tengo miedo” con el que alguna vez se diferenció de la corriente cristinista quedó eclipsado por el “Estoy dando las últimas pisadas en mi vida política” que de manera enigmática arrojó en septiembre del año pasado, ya asumido en su tarea de superministro del actual gabinete. 

El inicio maldito del 2015, aquel en dónde su proyecto presidencial colisionó con aliados desentendidos, mudanza de apoyos y presiones (políticas y mediáticas) para un pacto con Macri, es un antecedente en dónde Massa reposa al momento de pensar su filosofía en un año electoral: el primero de estos que lo encuentra, cabe decir, en un rol central del gobierno que integra, al mismo tiempo que con su nombre tenido en cuenta como un potencial aspirante a la Casa Rosada. ¿Qué puede suceder? Tomemos dos hipótesis postuladas desde el periodismo con llegada a las entrañas del oficialismo: Nicolas Lantos, en El Destape, divulgó que la decisión de Massa sobre competir o no por la presidencia se dará recién en abril. Añade a ello un comentario desde un funcionario afín al albertismo: “Es el único que tiene posibilidades de ganar un ballotage”. Daniel Tognetti, desde la AM 530, reflexionó sobre un posible escenario en el que Massa aceptaría subir al ring: que sea la única salida potable. Pero no (solo) para evitar el naufragio del Frente de Todos, sino que, a partir de las mejoras económicas y productivas que Massa espera concretar en el corto plazo, el conjunto de apoyos a su candidatura se extrapole del estricto oficialismo y coseche un apoyo transversal política, social y económicamente hablando. Si alguien quiere hacer reír a Dios, que vaya y le cuente sus planes: cualquier cosa puede pasar de aquí a abril, pero si la apuesta de Massa se orienta hacia ese lado, la confirmación de su ticket presidencial sostendrá la misma tensión que jugar a la rayuela en un campo minado.

En caso de Massa aceptar el desafío, allí comenzaría la verdadera serie de decisiones determinantes para el futuro de su armado: ¿qué rol tendría Alberto Fernández, quién no solo ha hablado abiertamente su reelección, sino que ha difundido un video en sus redes sociales en los últimos días que puede interpretarse tranquilamente como un spot de campaña? ¿Cómo será el acuerdo con Cristina Fernández de Kirchner, y más aún, qué sucederá con el electorado del kirchnerismo duro siendo llamado no solo a votar sino a militar a un otrora adversario? ¿Qué peso tendrán en la campaña de Massa temáticas como la reforma de la Corte Suprema, la moneda única con el Brasil o el reclamo de los gobernadores a por una mayor descentralización del gobierno? ¿Qué descartará y que tomará Massa de la experiencia del Frente de Todos? ¿Quedará algo para tomar en aquel entonces?

Renunciar a cualquier impostación de un deseo presidencial y coquetear con un retiro próximo es por ahora la carta que sabe jugar el ministro de economía, custodiado por los recuerdos del fallido experimento del 2015. 

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a los colaboradores y/o invitados y no necesariamente representan a Politólogos al Whisky

Escrito por

De Zona Sur. Estudiante de Ciencia Política en la UBA, conductor de Contra Todo Pronóstico y bebedor de café negro.

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