La Mutilación Genital Femenina (MGF), también llamada ablación, es definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF como un procedimiento que se realiza a una niña o a una mujer con el fin de alterar o lesionar sus órganos genitales, sin razones médicas que justifiquen tal hecho. Implica extirpar parcial o totalmente los genitales externos, lo cual conlleva consecuencias físicas y psicológicas incontables para aquellas niñas que, en su mayoría, enfrentan este procedimiento entre los 7 y 15 años. Al ser reconocida internacionalmente como una violación de los Derechos Humanos de las mujeres y niñas, se establecieron cuatro tipos de ablación que proponen demostrar la existente desigualdad y discriminación que enfrentan las víctimas: la circuncisión, la escisión, la infibulación y demás procedimientos lesivos como la punción, perforación o raspado.
No obstante, a pesar de que este procedimiento se encuentra prohibido en muchos países, su práctica aún permanece vigente. ¿Cuáles son, entonces, los motivos por los que la mutilación genital femenina persiste?
En primer lugar, el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) en conjunto con UNICEF determinan que el motivo principal radica en la arraigada desigualdad de género que prevalece en estas sociedades. Cierto tipo de culturas identifican a la ablación como símbolo de pureza, belleza y castidad, motivos que pueden encasillarse como psicosexuales.
Por otro lado, en varias ocasiones suele observarse a la MGF como un “rito de transición” hacia la vida adulta, convirtiéndolo en un prerrequisito para el matrimonio y el acceso a la herencia, siendo estos los motivos catalogados como sociológicos. En comunidades indígenas como los Fulani en África Occidental, la mutilación genital femenina y el matrimonio son rituales obligatorios y complementarios, y quienes rechacen su procedimiento pueden ser condenados o quedar ligados al ostracismo.
En último lugar, se suele establecer a la higiene y la estética como móviles para eliminar los genitales externos y promover el ideal de pureza considerado atractivo para los hombres. Por ejemplo, en la comunidad indígena emberá chamí de Colombia persisten suposiciones sobre la toxicidad del clítoris como posible causa de muerte y trastornos mentales y se asume al procedimiento como una «curación» o «arreglo» para evitar que el clítoris crezca.
Aunque la amplia justificación de la práctica posee índoles diferentes, tales como la aceptación y presión social, salud, higiene y belleza o el control de la sexualidad femenina como “símbolo de fidelidad”; la tradición emerge como el argumento más certero para perpetuar la mutilación genital femenina y se torna un factor atemporal e inmodificable. Sin embargo, otros tantos motivos recaen sobre problemáticas económicas, políticas y sociales propias de países emergentes y/o en desarrollo, en los cuales pensar sobre matrimonio precoz, pobreza, tradiciones ancestrales y falta de educación se convierte en una cotidiana realidad.
Vastos ejemplos pueden citarse como prueba de que la pobreza extrema, la falta de condiciones higiénicas y salubres, y la carencia de escolarización y educación sexual son condicionantes óptimos para la práctica de la mutilación genital femenina. Es esencialmente por esta razón que no debe verse como un procedimiento lejano o apartado de la realidad ya que, a pesar de que la ablación ha sido objeto constante de lucha en pos de su eliminación, muchos países continúan ejerciéndola con amplia normalidad.
La región africana y Oriente Medio representan los porcentajes más altos a nivel mundial y según Plan International suele concentrarse aproximadamente en 30 países en el área. Guinea, Etiopía y Yibuti representan las tasas más altas de ablación, en donde respectivamente un 96%, 93% y 74% de la población femenina ha sufrido mutilación genital. Por otro lado, Egipto presenta la más alta cantidad de víctimas en el continente, con 27,2 millones de casos aproximadamente. (Zuccalá, 2016).
Pese a que otras regiones como Asia, Europa o América Latina no presenten altos niveles de MGF, este procedimiento se torna un problema universal y suelen encontrarse múltiples casos alrededor del mundo debido principalmente a los grandes flujos migratorios procedentes de países de África y Oriente Medio y a la prevalencia de diversas comunidades indígenas. Colombia surge como ejemplo y se convierte en el único país de América Latina donde se practica la mutilación genital femenina (UNFPA, 2019). Sus víctimas suelen ser niñas de pueblos originarios (como la ya mencionada comunidad emberá chamí) que han adoptado prácticas como la ablación de aquellas poblaciones africanas que llegaron a Colombia como esclavos alrededor del siglo XVI (Rodríguez Mir y Martínez Gandolfi, 2019).
No obstante, ciertos países han logrado grandes avances legislativos y sociales en materia de MGF que demuestran que, a pesar de la desalentadora coyuntura, existen esperanzas en cambiar esta situación de desigualdad. En el 2015, por ejemplo, Gambia y Nigeria aprobaron leyes que prohíben la ablación, y en Julio de 2020 Sudán se unió a la lista de los países que han prohibido y multado con pena de cárcel a quienes realicen esta práctica.
El rol que ejerce la presión internacional se torna un factor fundamental ya que puede influir positivamente en el proceso de prohibición, generando un marco de voluntad política que vele por los derechos humanos y estimule una acción coordinada. La creación de organismos multilaterales de seguimiento y capacitación, la adopción de nuevas resoluciones como también la revisión de ordenamientos legislativos, forman parte del accionar internacional en donde organizaciones como la OMS, Fundación Kirira o Save a Girl Save a Generation luchan por erradicar la práctica a través de la concientización y la coordinación de políticas intergubernamentales en pos de promover una mejor calidad de vida y el acceso a una óptima formación educativa para mujeres y niñas en esta situación. Sin embargo, la influencia internacional no basta si persiste la ausencia de gobiernos e instituciones estatales fuertes que erradiquen esta disparidad social y las condiciones precarias que perpetúan esta dolorosa práctica.
La intervención estatal se convierte en un componente sumamente importante al momento de implementar políticas públicas que fomenten el bienestar social y erradiquen aquellas situaciones en donde las mujeres y niñas sufren a diario. Promover el acceso a la escolarización y a mejores condiciones sanitarias se especifican como objetivos primordiales en la agenda gubernamental, como también la promoción de programas de apoyo a víctimas de MGF a través de la construcción de “refugios” y planes de asistencia psicológica, esenciales en el proceso de acompañamiento y protección a las niñas y mujeres.
Actualmente, el conocimiento y la divulgación de la mutilación genital femenina ha aumentado y evolucionado.
Hoy día, en muchos países la ablación se realiza en manos de profesionales de la salud que plantean su medicalización como una alternativa, principalmente para aquellas comunidades que no buscan erradicar este práctica de su cultura. Sin embargo, dotar a la ablación de un carácter médico no la vuelve más segura o más accesible. Por el contrario, UNICEF considera que “entraña el riesgo de legitimar esta práctica”, además de “dar la impresión errónea” de que no tiene consecuencias negativas para la salud principalmente por dos razones: en primer lugar, porque quienes las llevan a cabo son en su mayoría mujeres mayores de edad que han realizado mutilaciones en múltiples ocasiones y, en segundo lugar, porque conlleva diversas consecuencias médicas como infecciones urinarias, esterilidad, complicaciones en el parto, desgarros y síncopes hemorrágicos, entre otros.
Tal es así que, aunque el número de víctimas a nivel mundial sigue siendo desconocido, al menos 200 millones de niñas y mujeres han sido sometidas a la mutilación genital femenina, y se estima que si esta tendencia continúa 40 millones de niñas y adolescentes también serán mutiladas llegado el 2030 (OMS, 2020).
Como partícipes del constante cambio y evolución que atraviesa el mundo, es necesario comprender que ciertas prácticas tradicionales continúan desarrollándose y que a su vez coexisten en una sociedad posmoderna como la de hoy. Sin embargo, ¿debe considerarse a la cultura y a la tradición como motivos para perpetuar estos procedimientos?
Donde la vida de miles de mujeres y niñas son puestas en riesgo, limitar y erradicar este tipo de prácticas es esencial y requiere, principalmente, de una óptima coordinación estatal e internacional, conjuntamente con el apoyo y la creación de organizaciones que busquen eliminar su práctica. En palabras de Asha Ismail Hussein (2020), presidenta de la ONG Save a Girl Save a Generation, “aunque siempre es una alegría saber que otro país más prohíbe la MGF […] la mayor parte de las leyes contra la MGF son impuestas por decisiones internacionales que, siendo positivas, tienen el problema de que se quedan en el papel, sin medidas políticas y económicas concretas que las desarrollen efectivamente. Mientras no haya políticas de educación, de lucha contra la pobreza, de cambio de mentalidades, de información sobre los daños que estas prácticas producen sobre el cuerpo y la mente de las mujeres, el “problema” de la MGF no terminará del todo.”
Escudarse en la tradición como motivo para perpetuar la mutilación genital femenina prevalece como un síntoma de atraso en un contexto global de evolución persistente, donde el continuo crecimiento de la práctica invita a reflexionar y replantearse qué valores suelen encontrarse socialmente “aceptados” y cuán comprometida al respecto se encuentra la sociedad hoy en día.
Referencias bibliográficas
Agencia EFE. (2016). El 98 % de las mujeres y niñas en Somalia han sufrido ablación, según Unicef. Recuperado de: https://www.efe.com/efe/america/sociedad/el-98-de-las-mujeres-y-ninas-en-somalia-han-sufrido-ablacion-segun-unicef/20000013-3001137
Organización Mundial de la Salud. (2020). Mutilación genital femenina. Recuperado de: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/female-genital-mutilation
Pérez Mendoza. S. (2013). La escolarización reduce el riesgo de las niñas africanas de sufrir ablación o matrimonio infantil. Recuperado de: https://www.eldiario.es/desalambre/infancia/Gambia-practicas_perjudiciales-matrimonio_precoz-mutilacion_genital_0_163784124.html
Rodríguez Mir, J y Martínez Gandolfi, A. (2019). Transformación social en rituales con ablación de clítoris. Ética, cultura y subjetividad en Sierra Leona y Colombia. Revista Integritas, pp. 33-48.
UNICEF (s.f.). Programa Conjunto del UNFPA y UNICEF sobre la Mutilación Genital Femenina. Acelerar la eliminación de una violación de los derechos humanos https://www.unicef.org/es/protection/programa-conjunto-del-unfpa-y-unicef-sobre-la-mutilacion-genital-femenina
Zuccalà. E. (2016). UNCUT, La lucha de las mujeres contra la mutilación genital femenina. Recuperado de: https://elpais.com/especiales/2016/planeta-futuro/mutilacion-genital-femenina/
2 comentarios en “Ablación y siglo XXI: ¿ética, tradición o pobreza?”