Un accidente técnico en la pistola con la que Fernando André Sabag Montiel apuntó a la cabeza de la vicepresidenta Cristina Fernández fue lo único que separó a la Argentina de vivir su primer magnicidio. Un momento que posiblemente pase a representar un hito para la democracia argentina desde su recuperación en 1983.
Los sucesos del jueves supondrían que la historia Argentina tomase una ruta y no otra, de las cuales, cualquiera de las dos siempre regresaría a ese momento como su punto de origen. Esto exige tomar una pausa, echarse para atrás y ver todo el momento histórico de vuelta para comprender qué está sucediendo realmente, y pensar qué es lo que va a implicar esto de para la política del país de ahora en adelante.
Desde la década pasada, la principal forma con la cual se busca explicar el enfrentamiento político en la Argentina actual es sobre la imagen de la Grieta, o aquello que los sociólogos Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez (2021) identifican como la Ley de Polarización, ordenador de la política en todos los niveles sociales.

Usualmente, el que habla de Polarización y Grieta, lo hace desde una perspectiva normativa y con una agenda política, o más bien, pospolítica. Querer pretender que el conflicto es inherentemente malo y anular la disputa ideológica con la imposición de acuerdos supuestamente racionales y técnicos y gestivos, como si la política es solo gestión, y que de fondo solo es otra forma de imponerse políticamente. En el libro Polarizados, que coordinan estos sociólogos, se piensa desde otra perspectiva, que reconoce que la polarización puede incluso ser buena para la democracia, aumenta la participación electoral, obliga a diferenciar alternativas, mejora la sensación de representación (Casullo & Ramírez, 2021). Sin embargo, es evidente que, con este intento de magnicidio, la grieta casi derrama sangre.
Tan pronto como ocurre y fracasa el atentado, y los medios empieza su cobertura, se hizo un especial hincapié a la nacionalidad de Sabag Montiel, un hombre de 35 años, de origen brasileño y que, se rumorea a partir de sus tatuajes, tiene algún vínculo ideológico con el neonazismo. El interés por su origen brasileño abrió la oportunidad a muchas interpretaciones y teorías: se habló de si era un sicario, de si era una forma en que se filtraba a la Argentina la violencia política que es más corriente en Brasil, y que exige a Lula acudir a actos públicos con chaleco antibalas. Sin embargo, poco se decía que llegó a la Argentina a los 6 años, en 1993, y que desde entonces estaba radicado en el barrio porteño de Villa del Parque. Era, obviamente, mucho más fácil extranjerizarlo, para no tener que reconocerlo como alguien que se socializa como argentino, y que, por tanto, es un producto y consecuencia de esta misma sociedad.
Otro intento de desresponsabilizar a la sociedad fue el querer tratarlo de Loquito Suelto, un caso extraño y sorprendente que nada tiene que ver con lo que es la política argentina. Que nada tiene que ver con marchas antiperonistas a las que se llevan horcas y guillotinas, en las que se cuelgan bolsas de basura con forma de cuerpo y nombre de dirigentes peronistas en rejas. Tampoco tiene que ver con diputados, como el cambiemita Francisco Sánchez, que pedía Pena de Muerte (una figura inexistente en el Derecho Argentino) contra la vicepresidenta, o medios de comunicación que admiten toda forma de violencia explícita o simbólica contra políticos a los que detractan. No tiene nada que ver con una historia nacional que también ha mostrado intensísimas formas de violencia contra el espacio político de la vicepresidenta a la que casi asesinan: bombardeo en Plaza de Mayo, Proscripción, Fusilamientos, 30 mil muertos-desaparecidos.

De un Loquito Suelto nadie se tiene que asumir políticamente responsable. El loco es la figura para caracterizar a un desviado de lo socialmente correcto o esperado, quien no ha aprendido las normas de la sociedad. Es la salida fácil, en vez de preguntarse si la misma sociedad no estuviese socializando y reproduciendo discursos de odio, incitación a la violencia, y recién alguien se atrevió a cumplir ciertas fantasías, peor aún, volverlas a cumplir.
Y como la Academia tampoco es ajena a la Ley de la Polarización, con la aseveración de que los discursos de odio se encuentran en ambos lados de la grieta. Se actualiza la Teoría de los Dos Demonios para buscar relativizar hechos y darle rodeos al repudio más enérgico – cuando, es importante señalar, existe una marcada asimetría en la grieta para hablar de discursos de odio y demonización del otro político entre los dos lados de la grieta. Cómo identifican Quevedo y Ramírez (2021) en una encuesta sobre este asunto, mientras un 49% de los votantes del FdT encuestados afirmaron considerar a los votantes del macrismo y de Cambiemos como una amenaza para la democracia, a la vez, un 69% de los votantes de Cambiemos afirmaron que eran los votantes de Cristina Fernández, Alberto Fernández y el Frente de Todos para esta.
Esto tiene distintas explicaciones, en parte lo que reconocen una creciente endogamia ideológica, una creciente encapsulación de segmentos de la sociedad en espacios ideológicamente cómodos, por la concurrencia a espacios físicos (barrios, colegios, universidades) explícitamente asociados con su perfil ideológico, el consumo exclusivo de medios de comunicación ideológicamente afines, las cámaras de eco en redes sociales que refuerzan los perfiles; y el marcado partidismo negativo que existe desde el antiperonismo hacia el peronismo, el antikirchnerismo hacia el kirchnerismo, que, más allá de identidades precarias como Juntos por el Cambio o Cambiemos, persiste justamente como masa orientada al rechazo u odio de una figura o masa política que sí ha existido desde hace ochenta años en la afirmación de su propia identidad, y no el rechazo de otra.
En este marco, de creciente endogamia ideológica, normalización de los discursos de odio, la demonización del otro político, y un partidismo negativo histórico y persistente, que ya no encuentra expresión violenta en ámbitos institucionalizados y organizados, como fueron las Fuerzas Armadas en las dictaduras del Siglo XX; y en el marco también de una mayor agitación social, luego de la reactivación de la militancia peronista tras el avance de la Causa Vialidad, hablar de Loquitos Sueltos o de antisociales como accidente irregular, implica negar, justamente, que es la misma estructura del conflicto político en la Argentina el que está engendrando manifestaciones de este tipo. Estuvo persistente en aquellas marchas con guillotinas y horcas el deseo explícito de la eliminación física del adversario político como forma de derrotar a su ideario, y lo que se encuentra la Democracia Argentina ahora es alguien que se atrevió a materializar las fantasías.
Y es que con el surgimiento de los nuevos libertarios, mucho se dijo que el que alguien se atreviese a decir lo políticamente incorrecto, permitió a que otros se atreviesen a decirlo también, por ejemplo, reivindicar dictaduras, incitar a la violencia, alentar al odio. El peligro que se abre, entonces, es que ahora quienes se atreven a hacer lo políticamente condenable, invite a otros a atreverse también, una violencia que ahora es individualizada y desorganizada, y, por lo tanto, no resoluble con la intervención de una entidad o aparato estatal. Los discursos de odio no se pueden corregir con castigo y sentencia Estatal, solo se pueden corregir interviniendo en la base del conflicto político, en las causas de su surgimiento, no en la penalización de sus materializaciones (más allá de que, en el corto plazo, esa materialización en hechos violentos tienen que ser prevenidos a la inmediatez). La discusión es, por tanto, una sobre valores democráticos.
La polarización es inevitable, y no necesariamente indeseable. Realmente el reto democrático al que la Argentina debe enfrentarse es el de asegurar que, en una sociedad polarizada, lo único que no esté polarizado sea el entendimiento de qué es ser democrático y de qué es válido en Democracia. No se podrá cerrar la grieta, pero al menos que no haya grieta en lo que se entiende por vivir en Democracia. Y ello exigirá consensos entre fuerzas que hoy no parecen tener el interés o el deseo de realmente consensuar y el rechazo contundente y explícito a cualquier forma de discursos de odio, en toda instancia posible, por todas esas fuerzas existentes. Guillotinas y Horcas no pueden ser aceptadas en marchas, alentar la eliminación física del otro no puede ser aceptado con la bandera de la Libertad de Expresión.
Esta clase de consensos son indispensables, y no el escape de la discusión con el Loquito Suelto, el antisocial o la Teoría de los Dos Demonios renovadas como escudo a la autocrítica. La Democracia tiene que volver a debatir sobre la vida en democracia y consensuar. De otra forma, la grieta solo podrá volver a derramar sangre como antes de los Ochenta. Algo que no puede suceder Nunca Más.

Bibliografía
Casullo, M. E., & Ramírez, I. (2021). Anatomía de la Polarización Política Argentina. En L. A. Quevedo, & I. Ramírez, Polarizados (págs. 35-68). Buenos Aires: Capital Intelectual.
Quevedo, L. A., & Ramírez, I. (2021). Claves del Enfrentamiento Político en la Argentina Reciente. En L. A. Quevedo, & I. Ramírez, Polarizados (págs. 11-34). Buenos Aires: Capital Intelectual.
2 comentarios en “Tenemos que volver a hablar de Democracia”