Nuevas promesas democráticas en Argentina

En 2010, Guillermo O’Donnell publicaba Democracia, Agencia y Estado, en el cual expresaba que, además de todas las instituciones que alguna vez Dahl enlistó para reconocer la Poliarquía, faltaba una indispensable: una apuesta. La apuesta democrática, de aceptar que cualquiera tiene derecho a elegir y a ser elegido, y que, de perder las elecciones, siempre se podrá volver a competir; y de ganarlas, siempre se podrá perder. Esto obviamente incluía una regla implícita, que posiblemente nadie pensó necesario explicitar, pues los tiempos de dictadura y violencia política parecían lejanos; y es que el uso de la muerte como herramienta política para eliminar al adversario, negando su derecho a elegir o ser elegido, será siempre un quebrantamiento de esa apuesta democrática (por tanto, de la democracia misma). En el 2022, con el intento de magnicidio contra la vicepresidenta de la República, Cristina Fernández, hubo quien quiso quebrar, por primera vez en 39 años, la apuesta.

Es costumbre hoy hablar sobre la necesidad de garantizar consensos estables entre fuerzas políticas, algo a veces sostenido como con el fetiche de pensar que todo lo estable es bueno perse, lo cual no siempre es así. La convertibilidad, que fue estable por diez años, produjo terribles condiciones sociales del país. Sin embargo, hay estabilidades que obviamente son loables, como la democracia — que no siempre educó, ni curó, ni alimentó como quiso Alfonsín y demostró Menem — al menos pudo garantizar la vida (citando a Fernández) por 39 años. En retrospectiva, ¿qué tuvieron en común estos consensos, para pensar hoy en otros nuevos? El acuerdo entre las principales fuerzas del país, Radicales y Peronistas.

En La Condición Humana, Hannah Arendt (2003) reflexionaba sobre la esfera pública como aquel espacio para la aparición de la pluralidad de los individuos por medio de la acción, y señalaba que la acción, precisamente por su impredecibilidad e irreversibilidad, hacían frágiles a cualquier ley o institución humana, como la democracia, una promesa perfectamente quebrantable por acciones fáciles o difíciles de imaginar. Esas dos características de la esfera pública solo podría ser remediadas, frágilmente, por dos facultades de acción que tiene el ser humano: prometer, y sostener cosas en el tiempo; y perdonar, más si esas promesas llegan a fallar por consecuencia de sus acciones.

En 1983 las principales fuerzas de este país, peronistas y radicales, se prometieron Democracia — con todo lo que se dijo que eso significaba —, así como se prometieron convertibilidad — aunque esa promesa sí se quebró definitivamente en 2002 —. Ahora, a 40 años de democracia, en este 2023 parecieran estarse construyendo no solo las instancias para el perdón sino también nuevas promesas: desde los contactos de dirigentes como Morales y Loustau con Fernández, solidarizándose tras el atentado; a encuentros para discutir sobre democracia entre la Juventud Peronista y la Radical; o la posibilidad de dirigentes peronistas como Wado de Pedro para pensar acuerdos con el radicalismo a largo plazo, incluso con Larreta. El 2023 tiene así la oportunidad de ser un año de renovación de promesas de democracia, duraderas, que además de conservar lo conquistado, se atrevan a superar las nuevas sombras de polarización asimétrica y radicalización de derechas que surgen en el país.

Escrito por

Nacido en Caracas, Venezuela. Estudio Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Interesado en Política Latinoamericana, Poder Judicial y Fuerzas Armadas.

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