Ha pasado un mes desde el intento de magnicidio a la vicepresidenta Cristina Fernández. Acá se hizo un primer crítica, en el calor de los hechos, a los distintos intentos para extranjerizar erradamente a Sabag Montiel, o reducirlo a un “loquito suelto”, es decir, asumirlo de una u otra forma un agente que no es producto de la sociedad argentina, y buscar desresponsabilizar a la forma en que ha evolucionado el enfrentamiento político en nuestro país de que alguien decidiese romper el pacto democrático buscando asesinar a su adversario para retirarlo de la escena pública. Ahora bien, en este artículo se ahondará en cómo podemos explicar a Sabag Montiel de esta manera, como producto de la polarización, y en crítica al planteamiento, acá sostenido como errado, que busca desconocer que esta polarización es asimétrica, en perjuicio del peronismo, para reactualizar, ingenua o adredemente, la Teoría de los Dos Demonios con el argumento de que en ambos lados de la grieta hay discursos de odio.
Antes que nada, ¿qué se entiende como grieta? En primer lugar, Casullo y Ramírez (2021) han buscado explicar una dimensión de lo que hoy se piensa como grieta en un desacuerdo social políticamente binarizado, que divide desde abajo a la Sociedad, identificando divisiones estructurales e ideológicos detrás de la preferencia de una u otra fuerza política. Sostienen que mientras la clase trabajadora, los jóvenes y aquellos con una ideología más pro-intervención, de centroizquierda, progresista, se alinean a favor, hoy, del Frente para Todos; el capital, las personas de mayor edad, y aquellos con una ideología pro-mercado, de centroderecha y más conservadora, se alinean efectivamente, hoy, con Juntos por el Cambio, en proporciones casi parejas. Y que esta grieta, que polariza a las alternativas políticas, organizándolas en dos opciones claramente definidas y delineadas, tiene un primer incentivo desde abajo, correspondido por otro incentivo desde arriba que identifica Cruz (2021).
Para el politólogo, también el sistema electoral favorece a la organización de las alternativas políticas alrededor de lo que denomina un Bicoalicionismo Polarizado, mientras castiga a las alternativas que apuestan por la ancha avenida del medio, como lo fue en su momento Sergio Massa, quien en 2019 acaba regresando al peronismo, primero como Presidente del Congreso y luego como superministro de Economía. Parece sencillo hablar así de polarización y grieta, como un división ideológico-estructural y política. Sin embargo, precisamente el ascenso de Massa exige cuestionar si esta interpretación de la polarización sigue explicando, porque con Massa, el kirchnerismo parece acompañar, este sector concluye un movimiento que empieza con la definición, por parte de Cristina, de Alberto Fernández como candidato presidencial: un corrimiento no solo al centro, sino hasta capaz la centroderecha.
Como explicamos una polarización cuando con Alberto Fernández, el kirchnerismo buscaba apelar un electorado que percibían más derechizado, o al menos situado al centro. Como explicamos una polarización cuando con Massa, el kirchnerismo entra en contradicción explícita con los postulados más pro-trabajadores y más de izquierda y desplaza el centro de la coalición a su costado más de derecha, expresado en Massa y el Frente Renovador. Tras encuentros con el economista Carlos Melconian y el Embajador estadounidense Marc Stanley, más que nada pareciese haber un esfuerzo de Cristina para jugar, a su manera, a la derecha. Y mientras más se acerca al otro lado de la grieta, la respuesta que parece encontrarse en ese otro sector es el corrimiento de su eje central aún más a la derecha, que explica, por ejemplo, cómo hoy Bullrich parece tener la batuta de vuelta en el PRO, por encima de Larreta, y cómo ella y Macri habrían coqueteado varias veces ya con el Milei y los libertarios. La polarización necesita otra explicación entonces.
Una interpretación más conveniente, y que delata el carácter asimétrico de esta polarización y su forma constituyente, lo presentan Quevedo y Ramírez (2021), para quienes esta Ley de Polarización tiene raíces en tres tendencias o características de la sociedad argentina actual. Primero, la creciente endogamia ideológica, el cercamiento, encapsulamiento de segmentos de la sociedad en barrios, escuelas, universidades, medios de comunicación, cámaras de eco de redes sociales, donde se pueden sentir ideológicamente cómodos y sin contacto con otras ideologías que puedan retar sus cosmovisiones. En la encuesta realizada por los dos sociólogos, de hecho, solo el 53% de los votantes del Frente de Todos encuestados podía afirmar tener a un amigo o familiar votante de Cambiemos (ahora Juntos por el Cambio, JxC), mientras que, entre los votantes de Cambiemos, solo el 40% podía confirmar que conocía a un votante del Frente de Todos.
Segundo, y consecuencia de la endogamia ideológica, la deformación que cada segmento de la sociedad hace del otro político que representa el segmento con el cual no busca, no llega o no quiere tener contacto. Crea una representación mental de ese otro a partir de prejuicios y suposiciones, una representación que solo puede ser deformada, y muchas veces sin ningún contacto real con quien fuese, en persona, ese otro. El mejor ejemplo de esta deformación se vio en aquel video viral de una vecina de Recoleta que, viendo a las personas que asistían a la vigilia en apoyo a Cristina fuera de su casa, se sorprendía al notar que eran personas aparentemente “instruidas o muy bien vestidas” y no personas con el perfil de alguien “que vive en un piso de tierra, en una casilla que levanta entre la basura”. Existe una evidente deformación de lo que mentalmente imaginaba que sería un militante kirchnerista, y la sorpresa al entrar en contacto con militantes efectivos que no encaja en la representación que, desde la endogamia ideológica, se hacía, la deja sorprendida.
El peligro así, de esta consecuencia, es la demonización de ese otro político, pues al no haber límites a la deformación imaginaria que se pueda hacer respecto a ese otro con el que nunca se llega a tener contacto, se puede ensoñar cualquier clase de fantasía de enemistad irreconciliable. Así, en la encuesta de Quevedo y Ramírez (2021), encontraron que un 49% de los votantes del FdT encuestados afirmaron considerar a los votantes del macrismo y de Cambiemos como una amenaza para la democracia, a la vez, un 69% de los votantes de Cambiemos afirmaron que eran los votantes de Cristina Fernández, Alberto Fernández y el Frente de Todos para esta. Resulta así, innegable que endogamia ideológica y demonización del otro político son fenómenos persistentes en ambos lados de la grieta. Aunque, señalan los sociólogos “los votantes de Cambiemos muestran un comportamiento ideológico más endogámico y – seguramente vinculado con ello – una mirada aún más diabolizada de los votantes rivales”.
Y esto tiene una relación intrínseca con lo que denominan Partidismo Negativo. Todas las personas son partidarias de algo, y toda identidad partidaria tiene, en política, una positividad, es decir, la afirmación de la identidad por lo que se es en sí mismo y por sí solo, y una negatividad, la identidad en relación contraria a una identidad con la que se enfrenta o con quien se es adverso. Una situación de Partidismo Negativo, sin embargo, es cuando la positividad es extremadamente precaria, y la negatividad es la verdadera ordenadora del partidismo. El clivaje peronismo-antiperonismo, y ahora con la particularidad kirchnerismo-antikirchnerismo, explica la asimetría del partidismo y de los afectos en la grieta argentina, todo alrededor de la figura clave de Cristina Fernández.
Entonces, lo que ordena la grieta no es ya solo un desacuerdo binarizado o un bicoalicionismo polarizado, sino, asumiendo lo tendencioso de esta aseveración, la ubicación afectiva respecto a Cristina, como en su momento sucedía con Perón: una militancia positiva a su favor versus una militancia negativa, en su contra. Y de ello que no importa cuan moderado pueda volverse el programa kirchnerista, cuánto pueda acercarse ideológicamente a las demandas del capital o las posiciones de la derecha, la grieta no parece encontrar una subsanación allí, puesto a que la división tiene una raíz última en este rechazo identitario contundente: el problema no son las políticas ni las posturas, es la persona que lo encarna. La grieta tiene su raíz en una persona.
Hay, sin embargo, intentos aún para relativizar esto, y podemos encontrar dos ejemplos en algunos dichos del politólogo Andrés Malamud, confeso defensor de la Teoría de los Discursos de Odio en los dos lados de la grieta, primero, identificando discursos como el de Hebe de Bonafini también como discursos de odio, pertenecientes al peronismo. Fueron típicos los intentos de igualar a comentarios algunas vez hechos por Hebe de Bonafini o Luis D’Elia a los de hoy diputados del PRO Francisco Sánchez, que pedía pena de muerte a Cristina, o Amalia Granata, tildando de montaje el atentado; a los de hoy presidenta de ese partido, Patricia Bullrich, que rehúye a la plena condena del atentado apuntando en simultáneo una crítica al feriado declarado por el Presidente para el día siguiente; o los del diputado de su misma coalición, López Murphy, que afirmaba que eran “ellos (los peronistas) o nosotros (¿los antiperonistas?)”.
No se puede sino coincidir con la señalización que en ese mismo momento le realiza María Esperanza Casullo al politólogo, y en el que también coincide, por ejemplo, el periodista Iván Schargrodsky, en cuanto a cómo estos casos citados de discursos de odio peronistas o kirchneristas, pertenecen es a figuras marginales o de un tercer cordón político, no compartido en ningún momento por figuras hoy con responsabilidad institucional de ningún tipo, sea gubernamental o partidaria, mientras que los casos señalados de Juntos por el Cambio son diputados o máximas autoridades partidarias. A esto se agrega los mismos comentarios del periodista, pese al gran vínculo afectivo sentido por el kirchnerismo respecto a Cristina, aún con la clásica canción de Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar, tras dos gatilleos fallidos contra su cabeza, ni un solo hecho de violencia se produjo así sea en reacción y el mayor acto fue una marcha pacífica y sin incidentes a Plaza de Mayo.
Un segundo intento de relativizar la asimetría de la polarización, también de Malamud, fue buscar extraer a Revolución Federal, los hoy presuntos organizadores del atentado, de la grieta. Al tiempo que identificaba la grieta actual entre Frente de Todos contra Juntos por el Cambio, se sostiene que Revolución Federal, asociándolos con el libertarianismo y el discurso anti-casta de Milei, está o por fuera de la grieta, o corriendo la grieta entre políticos contra anti políticos. Sin embargo, si identificamos la grieta en el apoyo o aceptación del liderazgo o siquiera la participación en el gobierno de Cristina contra el rechazo u odio a su figura, ¿podemos pensar a Revolución Federal como un actor extra-grieta realmente?
En esta bastante nota que el periodista Nicolás Baintrub luego de haber dedicado dos meses a conversar con los miembros de esta organización, se puede extraer un dato relevante, y es que mientras se señalan anti-casta, el discurso de odio de los miembros de la organización, otrora macristas, ahora libertarios, hace un enfoque singular respecto al kirchnerismo, y si bien están contra todos los políticos, los únicos que señalan que deben tener(les) miedo son los kirchneristas: “que tengan miedo de ser kirchneristas”. ¿Tienen los radicales, macristas y troskos también tener miedo? No hay registro aparente de ello en su discurso. Exige la pregunta: ¿son extra-grieta en realidad o pueden realmente ser el caso más extremista de antiperonismo, y donde, en todo caso, demás políticos peronistas se encuentran salpicados de rechazo por no haberle podido hacerles frente en el paso, o presentar, para ellos, continuaciones de políticas peronistas?
En este segunda referencia a Malamud, en su podcast con Casullo, también surge el cuestionamiento sobre qué demandas existen realmente detrás de sus acciones: ¿identitarios, redistributivos, nacionalistas? Lo más controversial del accionar de Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Revolución Federal pareciera ser que, detrás de sus acciones, lo que hay es una búsqueda de “justicia”. De hecho, en chats filtrados de Brenda Uliarte, la que afirma haber mandado a matar a Cristina, aparece el comentario “Me tiene repodrida que ande robando y quede impune”, un comentario no menor, en el marco del juicio por presunta corrupción de Cristina, que el kirchnerismo acusa de lawfare, y donde, el descrédito o “incapacidad” del Poder Judicial parece invitar a esta organización a buscar “justicia” por mano propia. Es decir, detrás del accionar no solo hay el intento de eliminar violentamente al adversario político, tenido de enemigo, sino, además, una criminalización del enemigo.
Lo aterrador, en todo caso, es empezar a pensar que las fuentes de violencia ya no provienen de actores institucionalizados, no son las Fuerzas Armadas y el Terrorismo de Estado, una violencia desde arriba; sino que, detrás de este movimiento libertario, lo que empieza a gestarse es una violencia desde abajo, en lugares que difícilmente se pueden identificar o prever. Antes podía sospecharse de las Fuerzas Armadas cuando sonaban ruidos de sable, ¿cómo se puede prever acciones de violencia cuando esta se organizada en sectores marginados o anónimos de la sociedad? En el artículo Baintrub queda en evidencia la nueva particularidad del peligro latente: los miembros de Revolución Federal promueven discursos de odio, Uliarte busca pena de muerte para una política (nada lejos de la petición hecha por Francisco Sánchez), y luego lo relativizan. Hablan sobre cómo podrían cantar siete días seguidos la marcha peronista frente a la casa de Cristina, pasar por un kirchnerista más, y aguardar al momento perfecto para atentar.
Acá se señalaba cómo el Juicio a Cristina actuaba en el imaginario peronista como un intento de disciplinar a toda la militancia nacional-popular, un intento fracasado porque lo único que logró fue reactivarla como nunca se había podido en los últimos tres años de gobierno: dos semanas de manifestaciones en casa de Cristina y a lo largo del país, más un enfrentamiento victorioso contra la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, le dio al kirchnerismo una nueva épica que los movilizase. Y lo que no pudo Luciani, entonces, sí lo pudo hacer Sabag Montiel: tras una crispación social de tres semanas, el fracaso atentado contra Cristina logró el cometido de Revolución Federal: los kirchneristas de repente se enfrentan con el miedo de serlo, y luego de una manifestación en Plaza de Mayo, volvieron a sus casas. Las manifestaciones se detienen, la crispación social se apaga. El miedo disciplina la militancia, como en su momento el terrorismo de Estado lo hizo.
Y ante esto, y con la experiencia brasileña donde militantes de Lula son asesinados en números alarmantes en forma espontánea y callejera por militantes de fuerzas contrarias conforme se acercaban las elecciones presidenciales, la última pregunta que puede hacerse es: ¿está la Argentina enrumbada en esa dirección? ¿Qué es necesario que las fuerzas políticas y la sociedad hagan, consensuen, decidan, para preservar el orden democrático, recuperado en 1983 y que desde entonces implicaba el fin de la muerte como herramienta política? ¿Cómo se puede frenar este resurgir de la violencia cuando ya no es organizada y planificada desde espacios institucionales, sino rudimentaria, espontánea y salida de los puntos ciegos de la sociedad? Y más aún ¿cómo producir respuestas y consensos desde el ámbito político que puedan escapar a los límites de la endogamia ideológica, la demonización del otro político y el partidismo negativo, y que puedan ser recibidos y aceptados por la sociedad?
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a los colaboradores y/o invitados y no necesariamente representan a Politólogos al Whisky
Referencias bibliográficas
Casullo, M. E., & Ramírez, I. (2021). Anatomía de la Polarización Política Argentina. En L. A. Quevedo, & I. Ramírez, Polarizados (págs. 35-68). Buenos Aires: Capital Intelectual.
Cruz, F. (2021). Cuando la Grieta derrama desde arriba. Bicoalicionismo y Competencia Política Polarizada en Argentina. En L. A. Quevedo, & I. Ramírez, Polarizados (págs. 103-134). Buenos Aires: Capital Intelectual.
Quevedo, L. A., & Ramírez, I. (2021). Claves del Enfrentamiento Político en la Argentina Reciente. En L. A. Quevedo, & I. Ramírez, Polarizados (págs. 11-34). Buenos Aires: Capital Intelectual.
Un comentario en “A un mes del atentado a CFK: ¿fueron los dos demonios o la polarización asimétrica?”