Este texto fue escrito en colaboración de la Prof. C.P.N. Nora Andrea Barello
En el año 1785, el filósofo y pensador Immanuel Kant publica la “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, seno del concepto de “imperativo categórico”. Esta idea implicaba pensar en un mandato autónomo, autosuficiente, capaz de regir y alinear la conducta humana.
La escuela como institución social tuvo su auge en la modernidad y permitió difundir y aprehender lo que algunos autores consideran el “programa de la modernidad” (Dubet, 2006). Es decir, la escuela se constituía como aquella maquinaria social que mediaba entre los valores universales de la época (civilización, razón, ciencia y progreso) y los cachorros humanos a domesticar. De esta escuela, poco queda en la actualidad. ¿Es que la escuela dejó de ocupar un rol político y social y sobrevive meramente como un imperativo categórico? No.
El sostenimiento de la escuela continúa siendo una decisión. Lejos de perder jerarquía, es vox populi afirmar que todos los problemas, sean estos de índole social, política o económica son factibles de resolverse con educación. Asimismo, el formato escolar, tantas veces discutido, tuvo su oportunidad de ser desterrado en la pandemia. Sin embargo, el orden graduado, la división disciplinar, la centralidad de la evaluación, entre otras características, fueron defendidas sin parangón. ¿Cómo puede una institución de otro siglo dar respuesta en la actualidad? Es sobre esta temática que versa el presente artículo.
La defensa de la escuela: una cuestión pública
La bibliografía obligatoria para pensar en la función social y política de la escuela es el reconocido texto de Jan Masschelein y Maarten Simons (2014) cuyo título da vida a este apartado. Considerada la enseñanza como un proceso de transmisión del acervo común y de la cultura, la escuela es un tiempo de suspensión donde se permiten aprendizajes más allá de las necesidades del sistema capitalista. En este permiso, otorga a sus estudiantes la posibilidad de abrirse al mundo, de crear, de “traer a la vida”. La igualdad no es considerada como sinónimo de homogeneidad sino como el derecho de todos a comenzar, de acceder a esas transmisiones. Es decir, se piensa la diferencia como el derecho a ser tratado según la especificidad y la igualdad como el derecho de participar en lo colectivo (Meirieu, 2013). La escuela profana, hace público y común aquello que durante siglos fue reservado a unos pocos y es en esa garantía donde aún radica su valor.
De la Escuela Pantalla a la Escuela Edificio, un camino del hacer
La experiencia de pandemia vivida durante los ciclos 2020 y 2021 significó un cambio sustantivo en el contexto, desde donde docentes y estudiantes recorrieron el proceso de enseñanza – aprendizaje, deconstruyendo las tecnologías del modelo áulico vigente previo a la pandemia (el pupitre, la pizarra, el libro, etc). El aislamiento obligó a la “enseñanza remota de emergencia”, o podríamos pensarlo como acompañamiento pedagógico virtual de las trayectorias. Los docentes se convirtieron en “investigadores de esta nueva aula virtual”, sosteniendo el compromiso ético que exigió la tarea, a pesar de los condicionamientos del trabajo.
El ciclo lectivo 2022 plantea un nuevo escenario: el retorno al dictado de clases presenciales. No obstante, es necesario recoger las enseñanzas y los aprendizajes construidos en la pandemia e ir hacia formatos pedagógicos más amplios y más flexibles, que incluyan lo más virtuoso del acompañamiento tradicional, aquel que propone la construcción de tramas y redes que fomentan la permanencia educativa. Para lograr este propósito híbrido, se erige como desafío pensar la conectividad como un derecho humano universal.
Otros temas pendientes para este 2022 son profundizar la comprensión de la importancia de la E.S.I., la Ley Micaela y el trabajo desde perspectiva de género en la planificación de los espacios curriculares. Es clave generar las herramientas para repensar los contenidos propuestos en las planificaciones anuales, integrando contenidos específicos con los ejes que se constituyen como prioritarios en el presente: alfabetización digital, alfabetización académica, cuidado del medio ambiente, análisis y resolución de problemas y derechos humanos.
La promesa de la educación
Los años de pandemia deben constituirse como años de aprendizaje, en especial para los docentes, internalizando las herramientas puestas en juego, no sólo como herramientas de “emergencias o circunstanciales”. Es necesario realizar una observación revisora (Bibian, 2016) e incorporar los dispositivos tecnológicos, entretejiendo los aprendizajes producidos en la virtualidad y la presencialidad. No solo priorizando lo cognitivo, sino la experiencia vivencial, que atraviese el cuerpo y las emociones. De esta manera, la tarea educativa tenderá lazos que permitan construir encuentros entre estudiantes y docentes, con multiplicidad de miradas ante sujetos diversos.
Tal vez así, la educación se torne como un suceso colectivo que permita reconocer la otredad y la alteridad, habilitando espacios de libertad, igualdad y justicia social en sociedades altamente inequitativas como las nuestras. Porque sostener la escuela no es un imperativo categórico, es una defensa política y social de la cuestión pública.
Referencias bibliográficas
Bibian, D. (2016). Gestionar una escuela secundaria posible. Orientación escolar, asesoría pedagógica y función tutorial institucional. Noveduc Libros. Gráfica rioplatense S.R.L. ISBN: 978-987-538-446-0
Dubet, F. (2006). El declive de la institución. Profesiones, sujetos e individuos en la modernidad. Gedisa.
Kant, I. (2017). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Createspace Independent Publishing Platform. ISBN: 9781545145135.
Masschelein, J. y Simons, M. (2014). En Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Miño y Dávila.
Meirieu, P. (2013). Conferencia de Philippe Meirieu. La opción de educar y la responsabilidad pedagógica. Ministerio de Educación de la República Argentina.