La proximidad geográfica con el conflicto ruso-ucraniano y el temor ante la posible propagación de las injerencias rusas en territorio europeo más allá de las fronteras de Ucrania, han instigado a Finlandia y Suecia a reconsiderar de manera sustancial los fundamentos de sus respectivas políticas exteriores y de seguridad. Este proceso implica una ruptura con más de dos siglos de neutralidad, la cual ha experimentado un deterioro palpable en los últimos años, manifestándose en una mayor aproximación a occidente y siguiendo las dinámicas de otros países europeos.

En este contexto, tanto Suecia como Finlandia han hallado en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y en particular en su conocido Artículo 5 –que aborda la mutua defensa de los aliados– una protección esencial. Este fenómeno constituye una de las re-configuraciones más trascendentales del mapa de seguridad en Europa en los últimos años, respondiendo a la imperante polarización en el ámbito global.

El ataque ruso a Ucrania en febrero de 2022, se ejecutó como una contramedida frente a la expansión de la OTAN hacia el este del continente europeo. Simultáneamente, trataba de intimidar a las naciones limítrofes acerca de las posibles repercusiones asociadas a una eventual adhesión a la alianza. Irónicamente, el resultado ha sido el contrario a las expectativas iniciales. Países tradicionalmente neutrales como Suecia y Finlandia han visto amenazada su integridad nacional, generando su adhesión a la OTAN y ampliando notoriamente, de esta manera, los kilómetros de frontera compartidos entre Occidente y Rusia.

La unión de las dos potencias bálticas supone un avance sumamente positivo para la alianza, dada la notable calidad tanto democrática como militar de ambas naciones. Desde una perspectiva puramente militar, Finlandia con 900.000 reservistas, lo que le convierte en uno de los países con el ejército más grande de Europa en relación a su tamaño, así como Suecia con su flota aérea de última generación y de producción propia compuesta por 212 aeronaves fortalecen sustancialmente la capacidad defensiva de la OTAN en la región septentrional de Europa, donde hasta el momento, las fuerzas rusas han mantenido una superioridad cuantitativa abrumadora.

Los misiles de separación aire-superficie conjuntos AGM-158 finlandeses y los cazas JAS 39 Gripen suecos, en conjunción con la gran industria armamentística de Suecia y la posición estratégica de la isla báltica de Gotland, añaden un valor destacado al poder disuasorio de la OTAN, contribuyendo a la consolidación del control y la estabilidad en el mar Báltico. Además, las Fuerzas Armadas de ambos países son expertas en tácticas de guerra ártica, estando adiestradas para participar en conflictos y subsistir en los fríos biomas escandinavos.

Posición estratégica de la isla de Gotland (Suecia)

En términos geográficos, la incorporación de Finlandia implica duplicar la extensión de las fronteras de la Alianza con Rusia. Además, cabe destacar que ambas incorporaciones representan uno de los cambios más significativos en materia de seguridad regional en tiempos recientes, dado que, prácticamente, la totalidad de la costa báltica se convierte ahora en territorio bajo control de los aliados de la OTAN.

Expansión de la frontera entre la OTAN y Rusia con la adhesión de Finlandia y Suecia

Asimismo, se fortalece la proyección de poder de los aliados en el Atlántico Norte, así como en las zonas marítimas del Ártico, en las que Rusia busca desplegar su influencia a través de la península de Kola. Las dos salidas al mar Báltico por parte de los rusos, San Petersburgo y el enclave de Kaliningrado, experimentan ahora un cambio significativo al encontrarse circundadas, limitando su tradicional hegemonía regional.

Desde una perspectiva política, las adhesiones consolidan la cohesión de Occidente en términos de defensa mutua, enviando un claro mensaje a Vladímir Putin sobre la unidad prácticamente unánime de toda Europa en respuesta a la invasión de un país soberano. También en el ámbito político, el ingreso de ambas naciones escandinavas representa un avance hacia la profundización de la defensa regional, transitando desde la cooperación mutua bajo el acuerdo de Cooperación de Defensa Nórdica (NORDEFCO) a poner sus tropas a disposición de un mando conjunto supranacional.

Este nuevo capítulo en el escenario de seguridad Occidental ha provocado que algunos especialistas bautizaran el mar Báltico como el “lago de la OTAN”, donde los aliados tendrían la capacidad potencial de restringir de manera notable las maniobras de la flota rusa en caso de conflicto.

No obstante, la ampliación de la OTAN con países directamente fronterizos con Rusia intensifica las tensiones entre ambos bloques. Finlandia y Suecia, en principio, no representan una amenaza para el Kremlin; sin embargo, un eventual rearme o el establecimiento de nuevas bases de la OTAN en territorio nacional de estos nuevos aliados podría actuar como el catalizador que desencadene la implementación de las contramedidas de represalia previamente anunciadas por Putin.

Se percibe que la flota naval rusa en el mar Báltico carece de la capacidad necesaria para obstruir las rutas de aprovisionamiento de los aliados. No obstante, como resultado de la expansión de la Alianza, se vislumbra la posibilidad de que se ejecuten otras acciones. El propio Kremlin ha afirmado su disposición a emprender represalias de índole política y técnico-militares con el fin de minimizar la amenaza que se considera para su seguridad nacional.

Estas medidas podrían estar vinculadas a ataques submarinos dirigidos hacia las infraestructuras energéticas de los países bálticos que forman parte de la OTAN, al fortalecimiento de las fronteras rusas, al despliegue de tropas y misiles hacia el oeste, por ejemplo en el enclave ruso de Kaliningrado, así como a un incremento en la frecuencia de ciberataques en la región escandinava.

Enclave de Kaliningrado

En el actual contexto caracterizado por una elevada polarización y la creciente inquietud europea ante la posibilidad de un conflicto a gran escala, la inclusión de Finlandia y Suecia representa una incertidumbre adicional en un conflicto que se percibe cada vez más tenso y cuyo desenlace no se vislumbra claramente. La respuesta de Rusia, y por ende el futuro de la seguridad europea, estará condicionada al grado de integración militar que los países nórdicos logren alcanzar con la OTAN.

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