El escenario político actual en Oriente Medio se encuentra en una grave crisis. A pesar de los esfuerzos de la región por establecer una arquitectura de paz regional por medio de los Acuerdos de Abraham, el anhelo se vio truncado por el reciente ataque de Hamas a Israel. La visión de una coexistencia pacífica se vio eclipsada por la violencia y la inestabilidad, sumiendo a la región en la incertidumbre. 

Uno de los temores más importantes es la posibilidad de que los enfrentamientos entre Israel y Hamas no se limiten a Gaza, sino que se extiendan por gran parte de la región. Asimismo, Estados Unidos muestra cautela ante la posibilidad de que Irán y sus representantes, incluido el Hezbolá libanés, aprovechen la situación y se unan al conflicto contra Israel. El objetivo declarado de Israel es expulsar a Hamas de Gaza, no solo en términos militares, sino también en el ámbito gubernamental. Esta vez, no se trata simplemente de tomar el control y disuadir, sino de cambiar fundamentalmente quién gobierna en Gaza. Ante esta situación surge la pregunta: ¿qué entidad llenaría el vacío resultante? ¿Quién gobernará Gaza? 

De esta manera, la reciente escalada de violencia está causando una gran destrucción, pero también podría convertirse en un punto de inflexión. Si Israel logra una victoria decisiva, podría cambiar las relaciones de poder en la región y abrir la puerta a negociaciones más constructivas y duraderas. La pregunta clave es: ¿cómo una victoria de Israel podría convertir el actual escenario de desolación en una oportunidad para la paz en Oriente Medio? Y más aún, ¿quién podría liderar ese proceso?

La diplomacia triangular

Hace poco más de una semana, falleció el destacado diplomático, estratega y estadista Henry Kissinger, una de las figuras políticas más prominentes del siglo XX. Conocido por liderar uno de los movimientos políticos más significativos de la segunda mitad del siglo XX, que implicó la apertura de relaciones y el acercamiento político de Estados Unidos a China para contrarrestar la influencia de la Unión Soviética. Kissinger no solo se destacó como un hábil practicante de la política exterior estadounidense, sino también como un destacado pensador de la política internacional y la historia. En este sentido, dejó legados conceptuales que contribuyen a una comprensión más profunda de los eventos mundiales, siendo uno de los más destacados la «diplomacia triangular».

La diplomacia triangular de Kissinger fue una estrategia de política exterior diseñada durante la década de 1970, centrándose en aprovechar las tensiones entre la Unión Soviética y China para fortalecer la posición de Estados Unidos en la Guerra Fría. El objetivo era establecer relaciones más estrechas con cada uno de los dos rivales comunistas que evitara una alianza entre ellos. Este enfoque permitiría a Washington ejercer una mayor influencia y presión sobre ambas naciones, obteniendo ventajas económicas y geopolíticas en el proceso. Este pensamiento suponía que una mejor relación con China asilaría poco a poco a la Unión Soviética o la llevaría a mejorar su relación con Estados Unidos. Mientras este se ocupara de estar más cerca de cada superpotencia comunista de lo que ellas estaban entre sí, el espectro de la búsqueda cooperativa sino-soviética de hegemonía mundial, que había obsesionado a la política exterior estadounidense durante dos décadas, sería inofensivo. Esta estrategia culminó en la histórica visita del presidente Richard Nixon a Pekín en 1972, así como en la distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética, plasmada en los acuerdos SALT sobre limitación de armas nucleares. A pesar de sus logros, la diplomacia triangular también enfrentó limitaciones y riesgos, requiriendo un cuidadoso equilibrio entre los intereses y expectativas de las tres potencias, con el fin de evitar reacciones adversas o pérdida de credibilidad.

En este contexto, cabe reflexionar sobre la aplicabilidad de dicha estrategia a la región de Medio Oriente, en especial considerando el actual panorama en el cual la región enfrenta amenazas que podrían desencadenar un caos generalizado. ¿Cómo podría implementarse esta estrategia en un momento tan crítico?

Triangulo Arabia Saudita, Israel e Irán

Como se mencionó anteriormente, la actual incursión terrestre de Israel en Gaza, como respuesta a los ataques y la reacción de Irán, con su red de milicias islamistas afiliadas en la región, plantea una coyuntura crucial para la redefinición del equilibrio de poder en Oriente Medio. Fundamentalmente, Hamas busca desafiar la creciente aceptación de Israel en el mundo árabe, particularmente por parte de Arabia Saudita. Esta percepción de Israel como un actor regional aceptado supone un desafío directo para Teherán, atrapado en la diplomacia estadounidense en la región, y para los palestinos, quienes temen perder influencia en el proceso político. Se visualiza que un conflicto más amplio, con un costo humano significativo, podría presionar a Arabia Saudita y otros países árabes a reconsiderar su respaldo a la normalización de relaciones con Israel, un proceso iniciado por la administración Trump y continuado por Biden.

A pesar de la tensión actual, la historia demuestra que oportunidades de paz pueden emerger tras conflictos devastadores. Episodios como la guerra de Yom Kipur de 1973, que llevó al presidente egipcio Anwar Sadat a Jerusalén y a los Acuerdos de Paz de Camp David, o los Acuerdos de Oslo de 1993, surgidos después de la Primera Intifada, demuestran que momentos de crisis pueden propiciar avances diplomáticos.

En este contexto, el Príncipe Heredero Mohammed Bin Salman (MBS) de Arabia Saudita está desarrollando una estructura de seguridad para su ambiciosa iniciativa «Visión 2030». Esta iniciativa se basa en un tratado de defensa con los Estados Unidos y en una paz estratégica con Israel. Algunos analistas sugieren que, tras la devastación causada por la guerra en Gaza, el Príncipe Heredero podría impulsar una «cumbre de paz» en Riad, reuniendo a líderes israelíes y palestinos. Esto podría allanar el camino hacia un acuerdo árabe-israelí, especialmente si Israel evita una escalada imprudente que obstaculice cualquier proceso de reconciliación.

Un aspecto crucial es que Riad ha logrado incentivar la moderación israelí mediante el establecimiento de relaciones con Irán gestionado por China. Al ampliarse las opciones para Arabia Saudita, Israel se encuentra en una posición más cautelosa al seleccionar sus objetivos. Este estado de cosas podría, con el tiempo, incentivarlo a tener una actitud más proclive a la negociación.

El acuerdo entre Riad y Teherán constituye un paso sin precedentes entre dos países que han mantenido una enemistad profunda y prolongada. La intervención eficaz y pragmática de China ha posibilitado este acuerdo, demostrando la capacidad de China para influir en asuntos globales y desafiar el liderazgo de Estados Unidos como principal actor del orden internacional.

Así, Arabia Saudita, al igual que los Estados Unidos bajo Nixon y Kissinger, se encuentra en una posición propicia para ser garante de un equilibrio de poder regional, oscilando según lo considere más conveniente para preservar la estabilidad en la región. Además, el Príncipe Heredero MBS juega con un aspecto a su favor: la improbabilidad de que Irán e Israel mejoren sus relaciones, otorgándole un papel protagónico a la Casa Saud. En este contexto, los principios de la diplomacia del equilibrio de poder dictan que Arabia Saudita e Israel deben formar un contrapeso para contener los impulsos revisionistas de Irán. La política Saudí-Israelí requiere una base sustancial, anclada en acuerdos específicos que reflejen intereses comunes más allá de las efímeras emociones del momento. La forja de acuerdos concretos y una estructura de paz sólida surgirán de un realismo pragmático al abordar intereses en conflicto. Las relaciones Saudí-Israelí deben regirse por una conducta internacional consistente.

La clave en todo este proceso radica en cimentarse en el interés nacional, pero con una perspectiva atenta a la estabilidad regional. Esta estrategia se erige como la más propicia para resistir los intentos de desestabilización llevados adelante por potencias revisionistas regionales como Irán, así como la competencia de grandes potencias extra regionales como China, Estados Unidos y Rusia. Es importante que los gobiernos eviten considerar transformaciones en la sociedad del otro como requisito indispensable para entablar negociaciones.

Ambas partes deben concebir sus relaciones como un conjunto complejo de asuntos con diversos grados de solubilidad, alejándose de la noción de todo o nada. También deben destacar áreas propicias para la cooperación y utilizar esta colaboración como una herramienta influyente para modelar la conducta del adversario en aquellas áreas de confrontación. Esto era lo que Kissinger llamaba “política de enlace» (linkage), enlazar la cooperación en un área con el progreso en otra.

A su vez, una cuestión no menor es conseguir que la opinión pública de ambos países no vea esto como una forma de desarme moral, algo considerablemente más difícil de lograr en un país democrático como es el caso de Israel. El actual conflicto tiene implicaciones críticas para Arabia Saudita, ya que moviliza la simpatía y solidaridad de las sociedades civiles árabes frente al sufrimiento en Gaza. Esta movilización ejerce una presión considerable sobre los gobiernos árabes, así como sobre aquellos de mayoría musulmana, para adoptar una postura más firme en este asunto. Por este motivo, es importante considerar la posibilidad de alcanzar un acuerdo para la solución de dos estados en relación con Palestina, particularmente después de la desarticulación de Hamas como organización terrorista y la pérdida de control sobre la Franja de Gaza. Este paso podría ser crucial para lograr un ansiado acuerdo entre Israel y Arabia Saudita, dando lugar a una arquitectura de paz en la región.

En este escenario, la participación activa de Netanyahu emerge como un componente fundamental para impulsar el acuerdo desde la perspectiva israelí. La derrota de Hamas podría conferirle un capital político significativo y respaldo desde la derecha y la extrema derecha, brindándole la capacidad de avanzar hacia una solución para la causa palestina. Esto, a su vez, facilitaría el reconocimiento de Arabia Saudita y permitiría la integración oficial de Israel en la arquitectura de paz en Medio Oriente. Así como fue necesario un presidente norteamericano conservador y la voluntad de un líder de los elementos más extremistas de la sociedad china para concretar el establecimiento de relaciones entre China y EE.UU., solo líderes con credenciales conservadoras impecables y liderazgo en los sectores más reaccionarios podrían contemplar fundamentar la política exterior de Arabia Saudita e Israel en la colaboración.

En última instancia, la exploración de una actitud pragmática, despojada de ataduras ideológicas, emerge como un faro de esperanza para el anhelado establecimiento de una paz duradera en una región marcada por décadas de conflictos. La historia nos enseña que los líderes capaces de apartarse de las limitaciones ideológicas, abrazando un enfoque realista y pragmático, pueden abrir el camino hacia soluciones innovadoras y sostenibles.

Una respuesta a “Arabia Saudita, Israel e Irán y la diplomacia triangular”

  1. […] es la esencia del plan estadounidense, que coincide en gran medida con el que describí en este mismo medio hace más de un mes, cuando la planificación de una Gaza de posguerra aún no […]

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