La pandemia es, entre otras cosas que ya se conoce, el mejor insumo para que la opinología cree pronósticos, tanto escalofriantes como injustificadamente optimistas.
Aunque algún pesimista augure que la emergencia sanitaria llegó para quedarse y que esto dará pie para el surgimiento de un mundo más aislado y nacionalista, la pandemia tarde o temprano pasará. Igual de confundidos están quienes piensan que esto representará una oportunidad inédita en la historia para el país; condonación de la deuda asegurada, pico de exportaciones agropecuarias y que un país unido será parte del legado del virus.
Estos extremos se encuentran en su improbabilidad, pero esto no significa que todas las afirmaciones sobre las consecuencias del COVID-19 sean igual de falsas. Las certezas se pueden encontrar en lo que pasó y lo que está pasando, viendo estas tendencias se puede pensar en las posibles consecuencias de la pandemia, sobre todo en el país.
En el plano internacional se vaticina un resurgimiento, de medida incierta, del nacionalismo proteccionista que haría caer el comercio internacional y reduciría con el tiempo la interdependencia global de la mano de una mayor injerencia del Estado en el ámbito interno. Esto hace tambalear el pronostico de una recuperación de la mano de un aumento en las exportaciones de materias primas, en un contexto de emergencia sanitaria global, pero dependerá del nivel de crisis en el que entren las potencias. A pesar del aumento del peso relativo de los Estados, el contexto podría favorecer a la cooperación regional producto del entendimiento de que en un mundo globalizado la interdependencia en casi todos los ámbitos es inevitable.
En Argentina la discusión se centra en la (falsa) dicotomía: salud o economía, y la posición del gobierno se resume a la acertada premisa: “un punto del PBI se recupera, una vida no”. Esta afirmación es cierta, sin embargo, invisibiliza las consecuencias que puede tener una caída importante del producto sobre las vidas de quienes vienen sufriendo una crisis que ya parece estructural. Estudios sobre el impacto en la mortalidad de la crisis financiera del 2008 (Maruthappu, 2016) complementan lo que ya se sabe, que a mayor pobreza menor esperanza de vida. La cuarentena puede resguardar a la sociedad de una curva de contagio exponencial, que se lleve consigo la confianza en un gobierno, mientras que las muertes indirectas que causa la crisis se diluyen en el olvido, sin un impacto destacable políticamente.
La variable más incierta que determinará el impacto de esta crisis sobre la economía global, y en especial la nacional, es la dimensión temporal. Una cuarentena de un mes produce un problema de liquidez en la estructura productiva, las empresas necesitan de la ayuda del Estado (como la que se ofrece) para cumplir sus obligaciones inmediatas producto de la repentina caída en el ingreso. Una parálisis o interrupción significativa de la economía más prolongada producirá, no ya un problema de liquidez, sino de solvencia. Las empresas no podrán pagar sus deudas, el decreto antidespidos no impediría el aumento del desempleo y la estructura productiva en conjunto se vería seriamente afectada. Mientras las potencias emiten deuda a tasa cero y en la región Perú se endeuda a un 2,5%, en Argentina a este contexto se le suma la cuasi imposibilidad de acceso al financiamiento externo tanto para el Estado como para las empresas.
Los problemas financieros serán de las empresas, administraciones municipales, provinciales y por supuesto la nacional. La gran diferencia entre estos 4 tipos de organizaciones es que solo una tiene la máquina para imprimir billetes y, sin un marco institucional que estipule un reparto equitativo, la discrecionalidad en el envió de las transferencias producirá un tipo completamente diferente de consecuencias que recaerán especialmente en la política local. El reparto de los recursos extraordinarios a las provincias, mediante los ATN (aportes del tesoro), se realizarán según el índice de coparticipación efectiva, el problema del reparto recaerá en la distribución al interior de las provincias, especialmente en la provincia de Buenos Aires. El panorama de posibilidades es amplio, pero las disputas al interior del Frente de Todos no son un dato alentador para la oposición, al mando de gobiernos municipales enfrentados con el ejecutivo en el nivel superior, que tienen las mismas necesidades que sus vecinos.
El panorama presenta estos problemas en el ámbito social y político, en parte, por la falta de un órgano de consenso económico y social que nuclee organizaciones empresarias, sindicales y de la sociedad civil. La propuesta que enarboló Lavagna del Consejo Económico y Social, que contaba con el apoyo del Radicalismo y parte del Peronismo, se enfocaba más en la elaboración de una política de precios y salarios, pero sin duda sería de gran utilidad en un contexto como el actual.
Es hora de que la clase política piense en órganos como el Consejo y otras políticas que no solo sirven para la coyuntura actual, como una renta universal (nucleando AUH, IFE, seguro de desempleo, etc.) parte de un régimen de protección social para trabajadores independientes y un régimen de transferencia subnacional más institucionalizado que evite discrecionalidades. Todo esto, para apalear y contener a la sociedad y a la economía en el mañana post pandemia y para establecer bases para una mayor cooperación para el futuro de la Argentina.
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