Cuando se profundiza acerca de las identidades la respuesta a la que se llega es sencilla: construcciones sociales.
De acuerdo a la sociedad en que los seres se educan de forma primaria, resulta correcto afirmar que las concepciones en torno a la géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están esencialmente inscriptos en la naturaleza humana, sino que son el resultado de una construcción que varía de acuerdo a las creencias de cada sociedad.
Desde sus orígenes, la palabra QUEER señalaba directamente a lo incorrecto. La filósofa española Beatriz Preciado señala que: “desde su aparición en el siglo XVIII en lengua inglesa, queer servía para referirse al tramposo, al ladrón, al borracho y a la oveja negra, pero también a todo aquel que no pudiera ser inmediatamente reconocido como hombre o mujer”. Es decir que este término representaba una manera de calificar a los hombres afeminados y a las mujeres masculinas.
En la sociedad victoriana (reinado de Victoria I en el Reino Unido entre 1837 – 1901), la palabra queer era utilizada para denominar a todo aquello que escapaba de la “sagrada heterosexualidad”.
Es así que, la palabra “QUEER”, era una marca con la que algunos pocos cargaban dadas sus formas, sus expresiones y sus maneras mucho más que por sus verdaderas orientaciones sexuales.
¿Como esta palabra se volvió bandera?
A mediados de los ochenta, empujados por la crisis del Sida, un conjunto de pequeños grupos decidió apropiarse de la injuria “queer” para hacer de ella un lugar de acción política.
Desde sus inicios, la comunidad LGBTQI+ decide apropiarse de un término comúnmente utilizado como insulto y transformarlos en palabras representativas, inclusivas y utilizarlas como un punto de unión y encuentro entre aquellos decididos a no encasillarse dentro de estándares sociales impuestos y claramente adoctrinadores.
Hacia la academia:
Algunos años después llegaría la introducción de la “Teoría Queer” de la mano del feminismo postmoderno y postestructuralista.. Será entonces Judith Butler quien a través de su primer tomo “El género en disputa (1990)” incita a repensar la sexualidad desde un punto de vista todavía desconocido pero que se fortaleció rápidamente. Tal es la profundidad de análisis del texto que la autora llevará incluso a repensar la concepción originalmente establecida de la “heterosexualidad”.
¿Por qué habría que definirse por un gusto en la sexualidad? ¿Por qué si a una mujer le atrae un hombre tendría que definirse como heterosexual? ¿O si a una mujer le gusta alguien de su mismo sexo tendría que calificarse como lesbiana?
Con seguridad se puede afirmar que, las concepciones históricas que los seres humanos cotidianamente utilizan para identificarse no son mas que rotulos, etiquetas. Estas clasificaciones resultan insuficientes para describir a minorías que se sienten lejanas a las tradicionales concepciones heteronormativas en torno a la sexualidad.
Por eso, para quien desee aplicarlo, llega el término “queer”.
Además de oponerse a categorías como homosexual, heterosexual y transexual, la teoría queer cuestiona las clasificaciones por género: hombre, mujer o masculino o femenino por considerarlas imposiciones. “La femineidad no es producto de una elección, sino de unas reglas del género”, enfatizan Fonseca y Quintero.
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