La argentinidad en su faceta tradicionalista usualmente reniega de las fiestas extranjeras, ¿Para qué vamos a celebrar o conmemorar sucesos que no son propios? Es cipayo quien festeja Halloween o Saint Patrick, ahora bien, ¿el mes del orgullo aplica a esta categoría?
No, el pride es una reivindicación de una minoría que conmemora el hito inicial de la defensa activa de sus derechos en contra del Estado represivo, y como tal, es la misma lucha para todas las sociedades del globo.
En la conmemoración de los 50 años de los disturbios de Stonewall en Nueva York, gran parte de las principales metrópolis del mundo occidental se visten de arcoíris en lo que en los últimos años se parece cada vez más a una auténtica fiesta.
Medio siglo después de este inicio, tan simbólico como real, las conquistas han sido muchas. Los argentinos vimos como la lucha de las organizaciones consiguió el cambio en los códigos de faltas que ilegalizaron por mucho tiempo al colectivo, como son la aprobación de las leyes de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género como hitos principales a nivel nacional. Desde muchos puntos de vista, estos cambios en el ordenamiento jurídico fueron previos al cambio social que pretenden realizar. En otras palabras, la política fue, en este caso, más adelante que la sociedad.
Las grandes urbes, especialmente en América Latina, son oasis de aceptación de la diversidad sexual y de género, dentro de un gran desierto. El rechazo social a estos procesos de inclusión se concentra en las áreas rurales o más alejadas de las metrópolis. Este factor territorial es de especial importancia en un país federal donde se reservan importantes atributos a los gobiernos provinciales, quedando reservada a la voluntad de algunos mandatarios subnacionales la decisión de relegar los reclamos del colectivo LGBTIQ, como así de vulnerar activamente sus derechos.
En los últimos años, principalmente en Estados Unidos y Europa, se vive una mercantilización de las conmemoraciones del orgullo que es denunciada por el segmento crítico del colectivo. ¿Qué hay detrás de las políticas corporativas que visten sus oficinas y logos con los colores LGBTIQ? Sin hacer una interpretación de las intenciones de esos actores, lo que se puede afirmar es que, en su gran mayoría, no vienen acompañadas de políticas de inclusión para el colectivo. Estas manifestaciones traen aparejadas una profundización en la estigmatización de las orientaciones sexuales e identidades de género diversas, ponderando al hombre cisgénero homosexual y estableciendo una escala valorativa al interior del colectivo. Quienes critican esta mercantilización, la asocian a la invisibilización del amplio espectro de orientaciones sexuales e identidades de género, estableciendo una categorización cuasi jerárquica y con un claro sesgo de clase social.
La década del cambio cultural trajo para occidente un proceso de organización del colectivo LGBTIQ que posibilitó décadas de conquistas políticas, pero estas victorias no son universales. Como es sabido, los derechos humanos están en la actualidad “anclados al territorio”, es decir que no son derechos para todos en tanto humanos, sino en tanto ciudadanos de Estados que los prevean en su ordenamiento jurídico.
La otra cara de las mejoras para el colectivo de las democracias liberales de occidente es que si bien dichos regímenes políticos han reconocido la despenalización del colectivo, la criminalización de la homosexualidad, transexualidad y de las diversas identidades de género en otros países del globo sigue siendo persistente.
La lucha es universal, la vulneración de derechos no tiene bandera, más aún en un mundo donde sigue habiendo condenas de prisión y penas de muerte por la orientación sexual o la propia identidad.
Hoy hay motivos para tener esperanza y recaudo. La ampliación de derechos por medio de disputas entre significantes en el espacio público posibilitó las victorias conseguidas hasta ahora, pero también organizó a quienes se hacen eco del discurso conservador. El tratamiento del proyecto de ley de Educación Sexual Integral reorganizó políticamente a actores que representan las ideas conservadoras y pretenden poner un freno al proceso de reconocimiento de derechos al colectivo. Se presentan como una opción partidaria cuyo objetivo principal es que no se avance en la enseñanza a los jóvenes de las realidades de vida de muchas personas que no cumplen con el paquete heteronormativo, ni que se les dé a estos jóvenes la libertad para amar.
El orgullo no tendría la trascendencia que tiene sin la esperanza de que el proceso que inició en 1969 seguirá cosechando logros. Las elecciones en Argentina pueden significar una fuente de optimismo para los ciudadanos comprometidos con la inclusión de la diversidad, con activistas referentes del colectivo en las listas de los principales frentes electorales, lo que renueva las energías para continuar en la misma dirección.
Hace 50 años en Nueva York los manifestantes dijeron basta, hoy repetimos ese reclamo en contra de los crímenes de odio, la indiferencia a la violencia policial y la discriminación. También debemos pedir más, que se extienda la ampliación de derechos territorialmente y que la meta sea el cambio cultural de base, por medio de un activismo inteligente que respete las creencias ajenas. No va a haber un cambio verdadero ni un proceso de inclusión y respeto a la diversidad sin combate pacífico a las ideologías de odio. Esta confrontación, encarada desde la intolerancia recíproca no traerá el resultado que esperamos, el de una sociedad más justa e igualitaria. El entendimiento de que la diversidad es un valor en sí se logra con acción colectiva. El orgullo como respuesta política fue y es y será nuestro mejor camino.
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