Un anfitrión de un Mundial es algo más que la nación que pone su territorio para el despliegue logístico, comercial y deportivo del evento más importante de este planeta. Quien alberga una Copa del Mundo sabe que los ojos del globo se posarán exhaustivamente por un mes en su tierra. Esto no se basa solamente en lo que hará el equipo hospedador — clasificado automáticamente al certamen — dentro del campo de juego sino también en ceremonias, itinerarios para turistas y prolijidad, desde quien recibe a los conjuntos participantes. Profundizar más en este punto es en vano: todos tenemos en claro la importancia simbólica de Qatar en nuestras vidas a partir de noviembre de este año. Desde ese entonces es imposible hablar de otra cosa (¡y mucho menos una vez campeones!).
Al mismo tiempo comprendemos que ello no implica necesariamente un interés por el país más allá de la competición en disputa: sacando a especialistas en la materia, miramos hacia dicha nación de Medio Oriente porque allí se juega el Mundial, a partir de una designación que partió desde la FIFA. Una vez que la copa vuela al suelo de quien la conquistó, cabe preguntarse: ¿qué tan efímero es realmente ese interés por la nación albergadora? ¿Imprimió Qatar una forma de concebir al fútbol y a los eventos deportivos en sí?
Tras la coronación de Francia en 1998 en la Copa del Mundo disputada en su suelo, la suerte de las naciones anfitrionas ha sido dispar: Corea del Sur y Japón se establecieron como los pesos pesados del fútbol asiático a pesar del ostracismo en el que cayó el Mundial del 2002. De hecho de allí en más fueron una fija en los torneos posteriores. Alemania en 2006 y Brasil en 2014 padecieron el pesado estigma de ser un equipo de primer nivel futbolístico que culmina el Mundial en suelo propio con las manos vacías. Sudáfrica 2010 nos acerca un poco más al caso qatarí: un país con escasa tradición futbolística buscando posicionarse en el fútbol global hosteando un evento de esta talla. Una investigación de The Guardian titulada “South Africa spent £2.4bn to host the 2010 World Cup. What happened next?” (Sudáfrica gastó 2.4 billones de libras en la Copa del Mundo del 2010. ¿Qué pasó luego?) describe no solo una baja performance del conjunto africano en el posteriori al Mundial — en dónde fue el primer anfitrión de la historia eliminado en primera ronda — sino también un interés de los locales — analizado en compra de entradas para ver partidos de la liga doméstica, por ejemplo — respecto a la redonda que no se vio sustancialmente modificado por el torneo de hace ya doce años atrás. El caso de Rusia 2018 se ve particularmente eclipsado por la crisis diplomática profundizada tras la invasión y el inicio de la guerra con Ucrania, motivo que hizo recaer al equipo nacional de aquel país en una sanción que lo excluyó de las etapas decisivas en la clasificatoria a Qatar 2022.
Al desempeño de Qatar en su propio Mundial — paupérrimo, cosechando tres derrotas y una rápida eliminación — podemos aproximar un avance más abarcativo sobre cómo puede repercutir de aquí en más en dicho país haber “puesto casa” para el mayor de los torneos. Y las noticias no son demasiado esperanzadoras: el economista de la Universidad de Surrey, Marco Mello, describe en su trabajo “A kick for the GDP: the effect of winning the FIFA World Cup” (Un puntapié para el PBI: el efecto de ganar la Copa del Mundo de la FIFA) que en el proyecto de organizar una Copa del Mundo “no hay cambios significativos respecto a crecimiento del PBI para el país anfitrión“..
La proyección qatarí deberá atender varios frentes de aquí en más. La magra actuación del combinado nacional en el torneo, las versiones que divulgaron diferentes comunicadores y creadores de contenido respecto a un bajo interés de la comunidad local en el fútbol y la estadística señalando como poco probable una mejora en el PBI una vez que los reflectores de la redonda se apaguen en aquel rincón de Medio Oriente, son los puntos más interesantes a tener en cuenta: ¿qué hará Qatar al respecto? Y, ¿qué ha hecho la Copa del Mundo con Qatar? En el mismo trabajo anteriormente citado, Mello detalla que el país ganador de la Copa del Mundo muestra, según la estadística, 0,25% puntos de crecimiento en su PBI en los dos trimestres que suceden al título. El autor lo sintetiza en una potenciación del atractivo de los productos de la nación triunfante como un envión en su interés dentro del mercado global. De hecho, para Argentina, el promedio de las estimaciones de las consultoras recopiladas por el Banco Central prevé un crecimiento del PIB de apenas 0,7%, el cual — siguiendo al autor — se proyecta continúe ajustándose al alza, al menos durante los dos primeros trimestres del 2023. ¡Salud, campeones!