“Entonces yo dije ‘claro, ya está, puedo sentarme en un banco de plaza y ver pasar a los adolescentes ausentes con los adolescentes de hoy… Y saber que La Noche de los Lápices es una historia de amor’” 
(Pablo Díaz, 2020)

46 años han pasado de aquel 16 de septiembre de 1976, episodio oscuro de la historia política de Argentina, en el cual Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años) y Claudio de Acha (18 años) fueron secuestrados y al día de hoy siguen desaparecidos. Otros cuatro estudiantes fueron secuestrados pero liberados, siendo el recuerdo vivo del hecho.

Jóvenes militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que luchaban y marchaban por el Boleto Estudiantil Secundario fueron secuestrados de los domicilios por haber participado en movilizaciones en 1975, conjugando uno de los momentos más recordados y simbólicos de la última dictadura cívico militar en la ciudad de La Plata. El operativo fue llevado a cabo por efectivos policiales y del Batallón 601 del Ejército. Primero fueron detenidos en el centro “Arana”, donde fueron torturados para después ser trasladados al Pozo de Banfield.

Pablo Díaz fue uno de los sobrevivientes, y dio su testimonio en 2020 para el Programa Educación y Memoria. Allí describe alguna de sus vivencias y lo que implicaba la lucha y resistencia en ese entonces, en un contexto familiar y socioeconómico adverso. Pablo comenta que la movilización de los estudiantes secundarios comienza a tener un liderazgo creciente en la sociedad platense y es “así que luego de las represiones de esos dos grandes sectores, universitario y barrial, se decide la represión al movimiento estudiantil secundario, y principalmente a los líderes, que generalmente son los que tienen la capacidad organizativa de generar cierta resistencia o movimientos de pelea por algunos derechos sociales o humanos”. 

Desde no poder caminar en grupos de más de tres personas, al cierre total de los centros estudiantiles, la clandestinidad se convirtió en el campo de acción de los jóvenes platenses. Díaz resume lo ocurrido en pocas palabras expresando que “hay una síntesis de La Noche de los Lápices, que son siete chicos que, de por sí, desde un primer momento, son destinados a la desaparición eterna”. 

Pablo pasó 90 días espalda contra espalda, separado por una pared de  María Claudia Falcone, haciéndose compañía, creciendo en un ámbito totalmente desesperanzador y cruel. En su testimonio relata que esa experiencia lo llevó a aprender “a saber que la felicidad es con otro, indudablemente, no solo” y le dejó una duda para siempre: qué podría haber forjado con ella para una vida juntos, por la necesidad de encontrarse incluso cuando más perdidos estaban y menos certeza tenían de lo que les deparaba el futuro.

¿Por qué es importante recordar y seguir reflexionando sobre la adolescencia arrebatada a estos jóvenes? Porque como dice quien lo vivió: “la adolescencia es el estado más puro. Es donde uno empieza a ser constructor de su propio destino y ve eso y siente eso”. No olvidar es una decisión política, preguntarnos “¿Cuál fue su culpa?”, cuando todo lo que se hace es soñar, luchar y desear por y para una sociedad mejor, más justa. 

Memoria, Verdad y Justicia no son tres palabras azarosas, son tres necesidades que buscan sanar, o mínimamente reparar, un dolor agónico de familias, amigos, y víctimas. El día miércoles, por ejemplo, en el Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba se presentó la marcha a realizarse hoy en el centro de la ciudad bajo el lema “El presente es de lucha, la democracia no se mancha”.

Cabe destacar que se declaró esta fecha como el día de los derechos de los estudiantes secundarios, en homenaje a aquellos estudiantes desaparecidos, que no querían el boleto, “querían cambiar el mundo”. Probablemente podamos considerar La Noche de los Lápices como el ejemplo más crudo de la Dictadura, como una narrativa que condensa una serie de episodios particulares que se entrelazan para reflejar valorativamente el hecho como Noche y a las víctimas representadas por los Lápices.

No se debe olvidar que en un documento de inteligencia titulado «La Noche de los Lápices» de la Policía Bonaerense, que detallaba el plan de acción, definía a estos jóvenes como “integrantes de un potencial semillero subversivo”.

Ya hace algunos años vemos cómo se va recuperando la tradición de lucha por los derechos en los adolescentes, cómo ocupan su lugar en lo político y la política, llamando la atención sobre la necesidad de ser escuchados y de transformar el mundo o, por lo menos, sus mundos. No hay mejor homenaje a Claudio De Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro que lograr que los lápices sigan escribiendo.

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