No pasa nada… si todos los caminos conducen a Massa

Este artículo hace un experimento y es, con aportes del Marxismo Estructuralista, discutir la siguiente hipótesis: la ascensión de Massa era inevitable. Y partir de allí, dibujar algunos panoramas respecto al futuro de la coalición peronista. Empezando por los conceptos claves, es ampliamente conocida la Metáfora del Edificio con la cual Marx describe a las sociedades del Capitalismo Avanzado: existe una Base o Estructura, que son las relaciones económico-productivas, y existe una Superestructura, donde funcionan las relaciones sociopolíticas y jurídicas expresadas en distintas instituciones rectoras del orden y del buen funcionamiento del edificio: el Estado, la Iglesia, las Fuerzas Armadas, Partidos Políticos, y demás. Esta metáfora por mucho tiempo permitió a algunos marxistas pensar una relación determinista entre economía y política: la política responde a la economía, está enteramente determinada por ella y no puede aquella sobredeterminarle. En castellano: son los intereses económicos los que siempre, en cada momento, guían cada actor y suceso político, y ningún actor político tiene independencia o autonomía para intervenir en la economía, contra los intereses capitalistas. Sin embargo, el propio Marx habría desalentado una interpretación determinista de su teoría, en la medida en que la determinación no resulta nunca mecánica, y siempre aparece en el formato de condicionamiento.

Sin embargo, otro reconocido texto de Marx (1985), el 18 Brumario de Luis Bonaparte, invitó a otros marxistas a pensar la relación entre política y economía desde otra luz. En este texto, Marx narra como Luis Bonaparte, el sobrino del tío, Napoleón Bonaparte, toma a mediados del siglo XIX, el control del Estado Francés, y aún no siendo él mismo un capitalista, ni representando los intereses de la burguesía (era, en verdad, un representante del campesinado), el Estado continuó defendiendo los intereses del capitalismo, revelando que la política, en verdad, guardaba una autonomía relativa, respecto a los actores económicos. Si para Marx esto fue un resultado coyuntural, pronto Engels (1968) señalaría que la Autonomía Relativa de la Política, específico del Estado, es en realidad una realidad constante y permanente, y conceptualiza al Estado como el Capitalista Colectivo en Idea, es decir, el Estado es un garante de los intereses capitalistas, incluso si esto implica amedrentar a capitalistas individuales (porque para ellos, su verdadero interés es la ganancia individual, aún si esto puede a largo plazo producir, sin regulación, el quiebre de la sociedad), y de las embestidas de la clase obrera, víctima perpetua del capitalismo y de los capitalistas individuales.

El punto cumbre del desarrollo de este entendimiento de la relación entre Economía y Política se ubica en la teoría de Louis Althusser (1985), quien señala que ambos ámbitos son regiones superpuestas y con temporalidades distintas, en las cuales la política posee una autonomía relativa respecto a la economía (es decir, la política puede tomar decisiones dentro de un margen de opciones que condiciona y provee la economía, y la economía una determinación en última instancia sobre la política (que, en las coyunturas de mayor crisis política, la economía daría la última palabra y cierre de la crisis). En la medida en que estas dos regiones tienen sus propias temporalidades, momentos de fortalecimiento de los actores políticos (momentos de organización) combinados con momentos de debilitamiento de los actores económicos (momentos de desorganización), pueden devenir en la capacidad de la política para sobredeterminar la economía y lograr encauzar en una ruta o en un proyecto político y económico distinto al que los agentes económicos, en un primer instancia, hubiesen pensado implementar o siquiera aceptar. 

Y acá resulta interesante insertar los planteamientos sobre la Hegemonía y el Populismo desarrollados por Laclau y Mouffe (2010), para quienes, por medio de operaciones de articulación discursiva, sería posible sobredeterminar la economía articulando intereses e identidades, incluso si típicamente son contrapuestas, en dicotomías política y discursivamente creadas, de lógica populista, que les haga enemistar o rivalizar contra otro-enemigo/adversario: en el caso populista, el nosotros-pueblo incluye a la clase obrera, porción de la clase media y a la burguesía industrial contra un ellos-élite que incluye una porción de la clase media “apolítica”, al capital financiera y al campo. De esta forma, el peronismo ha podido, por ejemplo, lograr concertaciones entre obreros y burgueses industriales para generar, históricamente, un Estado Benefactor, cuando, para el marxismo, estos dos sectores son perpetuos enemigos. Esta es, así, una forma de sobredeterminar desde la política la economía.

Sin embargo, y regresando a lo que interesa para este artículo, la posibilidad de la política para sobredeterminar la economía no es constante, y responde, justamente, a superposiciones variantes y coyunturales de ambas regiones. Cuando Néstor y Cristina gobernaron entre 2003 a 2008, lo hicieron justamente sobre tiempos en los que la política podía sobredeterminar la economía: el peronismo-kirchnerismo fortalece el Estado con una creciente movilización societal, producto de su discurso populista, movilizador y carismático, al mismo tiempo que concierta alianzas variantes sobre otros poderes más regionales o corporativos fracturados y en casos enemistados, al mismo tiempo en que la economía se encontraba aún sacudida por la crisis del 2001, sin una fuerza política eficiente para representarlos y con el desespero de poder asegurar de vuelta un orden sociopolítico y económico perdido en aquél año. A partir de 2008, la capacidad de sobredeterminación de la política empieza a mostrar un agotamiento luego de la derrota en el Congreso de la Resolución 125, la reorganización y empoderamiento político del Campo, la pérdida en los años siguientes de un superávit fiscal y comercial, con los cuales el Estado gozaba el privilegio de reorganizar recursos no tan escasos para contentar a distintos sectores socioeconómicos, y la posterior aparición del Macrismo como fuerza política capaz de organizar los intereses del Campo y del Capital Financiero alrededor de un proyecto con potencial hegemónico.

Las políticas económicas de Macri, sin embargo, en vez de corregir los problemas estructurales que devienen justamente en aquel déficit comercial y fiscal, solo sirvieron para incentivar la especulación y abrir la posibilidad a una efectiva corrida cambiaria en el 2018. En vez de revertir estas políticas, que despertaban un malestar societal producto de la devaluación traducida en inflación, Macri toma una deuda de casi 45 mil millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional. Argentina pasa a representar el 61% de la cartera de créditos emitidos por el Fondo, y en la medida en que ese dinero sirvió solamente para financiar la fuga de capitales (cuestión que reconoció acá el Fondo y que admite Macri aquí), Argentina quedó condenada de vuelta a un cogobierno con el FMI. La respuesta societal fue darle una victoria en primera vuelta a un Peronismo reorganizado en el Frente de Todos, una coalición bastante amplia que solo podía ser posible por el trauma que representó para el peronismo haber perdido en 2015 y tener que ser oposición al macrismo por cuatro años (Cruz, 2021). En esta coalición se encuentra así, por un lado, la que se pondera la socia mayoritaria, Cristina Fernández, a Alberto Fernández como articulador de distintos sectores peronistas o antikirchneristas, y a Sergio Massa, el tercer socio, con un cierto e importante caudal de votos, pero, esencialmente, un actor con fuerte capacidad de articular intereses económicos típicamente opuestos, adversos o que desconfían del kirchnerismo (Campo, Capital Financiero y otros sectores empresariales).

Sin embargo, el Estado que pasa este peronismo a gobernar no es el Estado que Cristina y Néstor gobernaron: la deuda fugada con el FMI los obligaba a tener que plegarse a ciertos consensos con los Capitales Financieros o sufrir un default y perder cualquier posibilidad de financiación alternativa de un superávit comercial; la desindustrialización incentivada por la política de libre comercio y de especulación del Macrismo había debilitado al sector burgués usualmente afín a la política industrializadora del peronismo; la inflación, la precarización e informalización del trabajo, el desempleo y la represión había debilitado a la clase obrera; la pandemia pone en recesión al mundo entero, dificultando aún más la situación argentina, y la Guerra de Rusia y Ucrania, con la subsecuente alteración de los precios de los commodities, favorece la especulación de un Campo y Capital Financiero empoderado por el macrismo. En estas circunstancias, ya no es imaginable en el corto, o siquiera el mediano plazo, la posibilidad de una sobredeterminación de la política sobre la economía, de que un gobierno nacional-popular pueda volver a imponer una hoja de ruta a los sectores económicos, consensuarlas con ellas o, en caso contrario, imponerlas. 

En estas circunstancias, es otra vez la economía la que acaba determinando las posibilidades de la política, y es el Estado quien debe encontrar un camino viable en el pequeño margen de acción posible que a un Estado endeudado y con actores económicos adverso le van a permitir. Pero, otra vez, esta no es una determinación mecanicista, la política sigue guardando un margen de autonomía, solo que esa autonomía es para decidir entre un pequeño conjunto de opciones que la economía ofrece: ajustar de poco en poco o ajustar mucho de un solo golpe, aparentemente. Y acá todo regresa a Massa, aquel exmilitante del partido de derecha liberal, la Unión del Centro Democrático (UCeDé), pupilo de Carlos Maslatón, que ingresa al peronismo cuando su facción dentro de la UCeDé se fusiona con el Partido Justicialista presidido por Carlós Saúl Menem en los ’90, y que en años posteriores, y por tiempos favorecidos por Néstor Kirchner (hasta su muerte), acaba construyéndose su propio espacio político entre Intendencias del Conurbano y otros sectores no kirchneristas, pero plegados en su tiempo al kirchnerismo, y con los cuales en 2013 apuesta a la fractura con la creación del Frente Renovador. Esta nota de Facundo Cruz explota más a detalle la biografía política de Massa.

Massa, en 2013, apostaba a que la polarización era un cuento de un puñado de dirigentes, y que, en realidad, la gran masa societal era moderada y de centro, aquello que se conocía una Ancha Avenida de Medio. Sin embargo, en las elecciones de 2015, en las que se candidatea a presidente y pierde en primera vuelta con el tercer lugar, habiendo obtenido sólo un 22% de los votos, Massa comprende su error y que, en vez de ancha, la avenida del medio era en verdad angosta (Cruz, 2021). En los siguientes años, sin embargo, pasó a codearse un poco más con Macri, van juntos al Foro Económico Mundial en Davos, Wikileaks revela vínculos estrechos entre Massa y la Embajada de Estados Unidos. Sin embargo, llegado el 2019, y con Macri prefiriendo a otro apostador de la Ancha Avenida del Medio, Miguel Ángel Pichetto, para ser su compañero de fórmula, Massa acaba cayendo al otro lado de la grieta (ibidem, 2021), buscado por un Alberto y Cristina que sabían necesario cierta capacidad de articular con aquellos enemistados sectores económicos para asegurar algún margen de gobernabilidad (y moderada sobredeterminación de la política) en el futuro adverso que implicaba cogobernar con el FMI. El Kirchnerismo tuvo entonces que dejar de cantar el no pasa nada si todos los traidores se van con Massa, para tener que tragarse el sapo de esta alianza acordándose como mantra que sin Cristina no se puede, pero solo con Cristina no basta. Ahora bien, esta alianza se mostró mucho más precaria de lo esperado al momento de llegar al gobierno.

Para no perder el tinte marxista de este artículo, resulta interesante citar a Gramsci (1980) y su concepto de Hegemonía. Hegemonía viene del griego para la palabra Conducción, un Hegemón es un conductor, y la Hegemonía implica el consenso respecto a las masas y demás grupos sociales, políticos y económicos respecto a la conducción de una determinada clase, fracción de clase o grupo político, y un consenso respecto al proyecto de sociedad que aquel conductor vendría implementar. Ahora bien, parte de consolidar una hegemonía implica moderar fuerzas opositoras extremistas, y esto por medio de la inclusión-concesión de ciertas demandas de aquella fuerza extremista dentro del proyecto hegemónico, en aras de conseguir su igual consenso y, en todo caso, que acepte expresar su disenso dentro de reglas consensuadas por el proyecto político y no por vías revolucionarias, violentas, contrahegemónicas. En estos términos, uno puede prever una tensión latente en la inclusión dentro de una misma coalición de dos representantes políticos de dos sectores socioeconómicos muy distintos: de un lado, Cristina, esencialmente representante del clásico pueblo peronista que necesita el Estado para sobredeterminar a sus enemigos en la economía; y del otro lado, Massa, no necesariamente representante expreso, pero sí potencial de capitales financieros, del campo y otros sectores empresariales adversos a Cristina y a su pueblo, y con capacidad propia para imponer los caminos al Estado.

¿Quién sería el Hegemón y quien el moderado dentro del proyecto del otro? ¿Era el proyecto de Cristina, que le daba concesiones a las demandas de Massa? ¿O el proyecto de Massa, que le daba concesiones a las demandas de Cristina? En un primer tiempo, o la primera, un equilibrio, garantizado, presuntamente, por un intermediario, Alberto Fernández, que habría de garantizar algún grado de inclinación hacia el lado de Cristina. Sin embargo, el propio choque entre Cristina y Alberto implicó no necesariamente un corrimiento hacia el lado político de Massa, pero sí una gran incapacidad para marcarle agenda a los sectores económicos que aquel vendría a representar: Guzmán garantizó, con el acuerdo de refinanciamiento de la deuda, un cogobierno con el FMI de reuniones trimestrales. La incertidumbre de los precios de los commodities a nivel internacional, por un lado, agravó la pérdida de reservas del Banco Central por el encarecimiento de los importaciones energéticas, mientras que, por su parte, el Campo se dio el lujo de especular cuándo soltar la soja, esperando o mejores precios, a costa de un desabastecimiento interno, o que un Estado, incapaz de ponerle la batuta, cediese ante él ofreciéndole tasas de cambios preferenciales con los cuales aumentar sus beneficios (y que, sin embargo, no les ha terminado de convencer); y, finalmente, un ajuste gradualista a la clase trabajadora, para tanto financiar el pago de la deuda al FMI, como para buscar, a la manera ortodoxa, un control de la inflación, que estabilice la macroeconomía y así contentar a los cogobernadores del Fondo.

Ahora bien, si la coalición se descompone en el marco del conflicto entre Alberto y Cristina, no es tanto por un conflicto puramente programático, entendiendo el programa como el ajuste, sino, se señaló ya acá, por la incapacidad política de Alberto para reorientar el ajuste, esencialmente, a los grandes capitales, como pide Cristina (y cómo busca asegurar con el proyecto de financiación de la deuda con el dinero fugado durante el macrismo); o para al menos, en su intento fracaso de hegemonía, articular dentro de su proyecto las demandas de Cristina de políticas apaciguadoras con las cuales recuperar en algún grado condiciones de vida básicas y dignas para los sectores más afectados por todo este conjunto de coyunturas catastróficas e iniciadas con la crisis que Macri hereda. Cuando la corrida cambiaria de en el mercado informal (marcando las expectativas de devaluación y pujando a un alza especuladora de los precios) pone en duda, terminando junio, la propia legitimidad de Guzmán como articulador de los sectores económicos que supuestamente contenía, y con la posterior incapacidad de Batakis para contenerlos por su parte, asciende Massa y no solo se detiene la corrida, sino que se revierte. Este gesto no puede sino a invitar a pensar en cómo el ascenso de Massa representa así un contentamiento de aquellos sectores económicos que iniciaron la corrida, o porque deseaban explícitamente que Massa ascendiera, o porque la coyuntura crítica habilitó a Massa de ofrecer concesiones a este sector con los cuales contentarlos, o porque, en la interpretación más conspirativa, el propio Massa incentivó la corrida para motivar su propio ascenso.

Sin embargo, el ascenso de Massa no puede ser reducido sólo a una relación unidireccional de economía a política, pues su llegada al superministerio ocurre también con el beneplácito implícito de Cristina, quien no usa su conocido poder de veto para impedirlo, y con un cierto apoyo más explícito de Máximo Kirchner, con quien, señalan ciertos medios, mantiene una relación estrecha desde hace años, y otros dirigentes de La Cámpora, que posiblemente reconocerán la inevitabilidad del ajuste, pero precisamente esperan en el perfil político de Massa, la posibilidad de lograr una articulación armoniosa de ambos intereses, de forma directa y sin la fracasada intermediación de Alberto, y construir alguna clase de nueva hegemonía dentro del peronismo viable para ambos sectores de su izquierda y su derecha. Esto, obvio, a costa de una militancia kirchnerista desorientada, que no sabe cuántos sapos más deberá tragarse para evitar el retorno de un macrismo que promete ajuste radical y represión, que tampoco sabe si confiar en un Massa del que no olvidan su panquequismo, y que, por la responsabilidad de ser gobierno, tampoco puede expresar públicamente su desacuerdo con las políticas de ajuste que Massa implementa, y que resultan hasta más duras que las que Guzmán y Batakis intentaron (pero otra vez, resultan cada vez más inevitables por el siempre más estrecho margen de acción que la economía habilita).

La tensión entonces reaviva, si la apuesta de Máximo y Cristina es encontrar en Massa la posibilidad de un acuerdo entre sus dos proyectos, queda preguntar de vuelta quién será el Hegemón y quién el que deberá ceder a la conducción del otro: ¿La Cámpora deberá aceptar un cada vez mayor corrimiento de la coalición a la derecha, recibiendo alguna cuota de políticas sociales progresistas, o Massa se correrá a la izquierda y encontrará a medio camino al kirchnerismo? Que regrese un político a la gestión de la economía también es habilitar la posibilidad de que se pueda hacer lo que un tecnócrata como Alberto jamás habría sabido hacer, encontrar fisuras en los actores económicos entre los cuales navegar y con los cuales la política pueda recuperar algún mayor grado de autonomía y hasta aspirar a volver a sobredeterminar la economía. 

Sin embargo, si bien está este reto hacia fuera de la coalición, también está el otro reto hacia dentro: si bien La Cámpora debe canalizar sus reclamos hacia dentro del gobierno, guste o no guste a su dirigencia, comprendiendo el precio a pagar por ser justamente parte de este; el Frente Patria Grande, libre de esa responsabilidad, ha afirmado ya que buscará reevaluar su posición dentro de la coalición, si bien rechazando la posibilidad de fractura, ponderando la posibilidad de generar un interbloque parlamentario, que en términos institucionales debilitaría al gobierno, pero en términos políticos podría favorecer a su corrimiento a la izquierda (y, quien sabe, ayudar a La Cámpora a mediar con la tensión que hoy vive a su interior), en la medida en que obligaría que negociar ley con ley con este interbloque, a menos a que el gobierno crea más factible (difícil) consensuar con otros bloques propiamente opositores. Esto, sin embargo, tiene su escape en cuanto más sea capaz Massa de asegurar un margen de políticas por Decretos de Necesidad y Urgencia, sorteando así en el corto plazo a un Congreso agitado.

Un último reto sería el personal de Massa, pues si bien es cierto que el conflicto entre Cristina y Alberto respondía también a que, señalaba el politólogo Pablo Touzon, este último era “un destructor de poder cuyo método de gobierno consiste en licuar tanto el suyo propio como el de todos los demás”, lo cual obligaba a Cristina a responder, en la medida en que era su capital político el que mayormente se veía perjudicado (lo demostró las PASO y Elecciones Legislativas del 2021), ella tampoco es una socia con la que sea fácil gobernar, pues ya los últimos años demostró, en esta actual correlación de fuerzas, no tener hoy un poder de definir enteramente la agenda de gobierno, sí tiene un poder de veto total, se trate de vetar políticas, decisiones o incluso funcionarios. Esto obliga a Massa a tener que calcular dentro de su proyecto hegemónico los intereses de Cristina, y permite asegurarle a Cristina que el proyecto final no sea puramente massista. 

Sin embargo, hay algo de lo que poco se ha hecho alusión recientemente sobre Cristina, y es que en el año en curso se ha mostrado mucho más pragmática y abierta a la conversación con sectores adversos o contrarios a ella, de lo pudo haber sido en el pasado, esto no solo por su comentario en el discurso dado en Ensenada este 2 de julio, donde afirmaba que podía dejarse convencer, sino precisamente por la bastante comentada reunión (que invitaba al comentario) con el economista Carlos Melconian, del palo de Massa, pero realmente más de Macri; pero también en base a sus recientes reuniones con la Jefa del Comando Sur, la Generala Laura Jane Richardson, y el embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley. Massa, acusado de ser un agente político de Estados Unidos en Argentina, encuentra del otro lado a una Cristina que se salta a Massa para mediar con ese otro país y conversar más estrechamente, lo cual no parece ser accidente ni en lo absoluto algo en lo absoluto menor cuando el cambio de postura de Estados Unidos con la presidencia de Biden respecto a Venezuela da luz verde a algo no pensado en el pasado.

Si Biden puede acordar con Maduro un apaciguamiento de las sanciones y un fin de las hostilidades políticas e intentonas golpistas a cambio de petróleo y el retorno de capitales estadounidenses a Venezuela, en tiempos donde la incertidumbre energética se alimenta con aquella guerra en Europa que no parece terminar pronto, ¿por qué Cristina no podría aprovechar ese cambio de humores a su favor y a favor del peronismo? Por qué no aprovechar estos nuevos tiempos para utilizar a un más benevolente Biden y la mayor capacidad de sobredeterminación del gobierno estadounidense sobre los capitales financieros transnacionales y el FMI, para moderarlos y apaciguarlos, permitir ensanchar los márgenes de acción política del Estado Argentino a cambio de una variedad de recursos que hoy a Estados Unidos le falta en el marco de esta crisis mundial, que está dispuesto de conseguir, además, por vías más pacíficas, para no decir menos costosas para su vulnerada economía (lo que, de vuelta, mejora las posibilidades para una mejor posición en la negociación por parte de Cristina).

En última instancia, la moneda sobre el destino de Massa está en el aire, y quedará en Massa (y Cristina) resolver qué clase de proyecto podrán construir juntos, si es que esta rehecha coalición puede sobrevivir al próximo año y medio. Responder esta pregunta implica responder si la inevitabilidad de la llegada de Massa representa una victoria de la economía sobre la política o la posibilidad de que la política pueda volver a imponerse sobre la economía, si lo que detuvo fue un acuerdo con los diablos de la economía a cambio del alma del peronismo o la sola y santificada imagen de Massa y las posibilidades que representa. Si es lo primero, Massa pasaría entonces a ser el perfecto traductor de los intereses del Campo y el Capital Financiero de un proyecto hegemónico para la Argentina donde el kirchnerismo o logra introducir, subordinadamente, alguna política social progresista, o es enteramente purgado de la coalición y ulteriormente reprimido. Si es lo segundo, entonces Massa pasa a convertirse en el agente de una nueva hegemonía donde el kirchnerismo pueda recuperar otra vez un margen de poder sobre la economía, donde pueda promover su programa político progresista de formas no subordinadas y lograr alguna conciliación con sus históricos enemigos.

Sea una u otra la posibilidad, algo es indudable, todos los caminos conducían a Massa, y si Massa tiene éxito en el Superministerio, no sería extraño pensar que todos los caminos conducirán a Massa a la presidencia. Y solo en esa posible circunstancia, se descubrirá de qué versión de Massa acabaría gobernando, la cría de Menem o el nuevo amigo de Cristina. Massa se entonces descubre así mismo en el centro de dos fuerzas antagonistas que lo desean por igual, y que le pueden garantizar por igual la presidencia si él logra proveer lo que promete, resolver la crisis económica, con lo cual contentaría a ambos lados políticos. Y así, cual Frank Underwood, Sergio Tomás Massa rompe la cuarta pared y mira, en el otro lado de la pantalla, a este público, cómplice de su aventura política: la paciencia tiene sus frutos, nada le podría haber salido mejor a este tigrense.

Bibliografía

Althusser, L. (1985). La Revolución Teórica de Marx. México: Siglo XXI.

Cruz, F. (2021). Cuando la Grieta derrama desde arriba. Bicoalicionismo y Competencia Política Polarizada en Argentina. En L. A. Quevedo, & I. Ramírez, Polarizados (págs. 103-134). Buenos Aires: Capital Intelectual.

Engels, F. (1968). Anti-Dühring. México: Grijalbo.

Gramsci, A. (1980). El Príncipe Moderno. Madrid: Nueva Visión.

Laclau, E., & Mouffe, C. (2010). Hegemonía y Estrategia Socialista: Hacia una Radicalización de la Democracia. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Marx, K. (1985). El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. México: Siglo XXI.

Escrito por

Nacido en Caracas, Venezuela. Estudio Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Interesado en Política Latinoamericana, Poder Judicial y Fuerzas Armadas.

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