En 1978 la consultora laboral Marilyn Loden utilizó por primera vez el término “techo de cristal” para referirse a “los obstáculos culturales y no personales los que obstruían las aspiraciones y oportunidades profesionales de las mujeres” según explicó ella misma.
Es decir, la existencia de obstáculos reales pero invisibles (y de ahí el término) que dificultan o truncan el desarrollo profesional de las mujeres.
Estamos en 2022 y uno querría creer que esto ya no sucede. ¿Quién no participó o presenció una discusión en la que alguien (seguramente un hombre) decía que “esas trabas son ideas suyas (refiriéndose a nosotras), porque yo conozco mujeres que..?
Para poder avanzar sobre esta nota despejando cualquier duda, podemos hablar de algunos números. Según el último informe disponible en la OIT, en Argentina son mujeres las que comandan el 6,9% de las grandes empresas, el 4,7% de las medianas y el 9,5% de las chicas. Un número alarmantemente bajo, que se reproduce si se analiza la cantidad de mujeres en juntas directivas y espacios similares.
Podemos también mencionar que en este momento solo hay 2 gobernadoras en todo el país (Alicia Kirchner en Santa Cruz y Arabela Carreras en Rio Negro), o que en toda nuestra historia solo tuvimos 2 presidentas: Cristina Fernandez de Kirchner y María Isabel Martinez de Perón, tal cual explica Valentina Cuevas en una nota para transparenciaelectoral.org
Podríamos buscar más ejemplos tanto en el ámbito laboral privado como en el público, pero creo que los anteriores ilustran un poco el asunto.
Nathy Peluso, cantante argentina radicada hace muchos años en España, se pregunta en el marco de la presentación de una de sus canciones: ¿le tienen miedo a la mujer empoderada?. Naty, la respuesta parecería ser que sí.
Y no solo eso. No solo a las mujeres se nos ponen trabas en nuestra carrera. Además, se nos exige distinto. No solo en cuestiones puntuales como la de imágen y estética, sino además que estamos constantemente sometidas al control y aprobación de aquellos que aún ponen en duda nuestras capacidades profesionales.
Y por si lo de antes no fuera poco, un informe de Junio 2021 del Observatorio de Políticas de Género de la Sindicatura General de la Nación dice que en trabajos formales, los varones tienen ingresos 30% mayor que el de las mujeres por el mismo trabajo, y en empleos informales la brecha aumenta a 35,6%.
Osea, todo mal. Tenemos trabas en nuestros sueldos, los puestos a los que accedemos, nuestras posibilidades de ascenso. Y los motivos (porque hay quien le ha encontrado una suerte de nefasta justificación) son de lo más variados, desde “cuestiones de idoneidad” hasta cuestiones más relacionadas con la suposición de que una mujer en edad fértil puede, en el tiempo de su embarazo, dejar de ir a trabajar “complicando la dinámica”. Hay que ver las cosas que se inventan. Y eso que no nos metemos en esta nota en las suposiciones que hacen sobre nuestros deseos.
Hasta aquí, expuesto y ejemplificado el problema. La pregunta que surge entonces es ¿qué podemos hacer para romper ese techo?.
En primer lugar, está claro que la salida es colectiva. Y el problema tiene que ser abordado teniendo en cuenta la complejidad del mismo y de la forma más contundente posible.
Por un lado, se necesitan políticas públicas que busquen abordar estos problemas como el de la brecha salarial o el del cupo femenino.
Por otro lado, las empresas (y otros espacios laborales) deben tomar consciencia de este problema. La OIT explica que, si bien el 75% de las empresas del mundo aplican distintas políticas de igualdad de oportunidades, diversidad y exclusión, las mismas no están siendo suficientes sobre todo en lo que a puestos de jerarquía se refiere. Este mismo estudio enumera los muchos beneficios de la igualdad de género en las empresas, relacionados a la reputación, resultados comerciales, rentabilidad y productividad entre otros.
Por último, es importante recordar que del “sistema que falla” somos parte todos, y ser conscientes de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros en los lugares en los que formamos parte. Hay un problema claro y podemos ser parte de la solución desde el lugar que nos toca.