El miércoles pasado, el Jefe de Gobierno porteño, junto a otros funcionarios del PRO, lanzó el proyecto “Listas abiertas”, un plan para reclutar a 200 nuevos líderes de la sociedad civil sin experiencia previa en la política y que puedan convertirse en candidatos. Bajo el lema “Te votarías?”, Larreta abrió el armado de las listas partidarias para las elecciones de 2023 a vecinos y vecinas que nunca participaron en política y se encuentren por fuera de esta.
Luego de una serie de evaluaciones, en una primera selección quedarán 200 personas, las cuales ingresarán a la Escuela de Dirigentes del PRO para tomar un curso acelerado de formación política. De esas 200, 4 serán elegidas para integrar la lista de legisladores de la Ciudad y 30 para las listas de comuneros.
El proyecto, que sin dudas apunta a contener el discurso anti casta, puede ser un arma de doble filo. La idea de renovación es atractiva para un electorado cansado y cada vez más sensible al discurso de la antipolítica. Incorporar vecinos sin experiencia en la arena política del Estado muestra un partido con voluntad de cambio, consciente del rechazo de la gente a la “clase política” y que reconoce el peligro electoral que puede representar el fenómeno libertario. No obstante, el proyecto incluye un lado B, con el cual el PRO posiblemente se haya comprado un problema. Las “Listas abiertas” se apoyan, en última instancia, en la idea de que la carrera política no es valorable ni deseable. En este sentido, lo que el partido puede ganar de cara al electorado puede no compensar lo que pierde al interior de su organización.

En su libro Modelos de Partido (1991), el politólogo italiano Ángelo Panebianco puso de manifiesto un dilema organizativo común hacia el interior de las organizaciones partidarias: la distribución de intereses selectivos o colectivos. El razonamiento parte de la base de que, para subsistir, las organizaciones voluntarias (en este caso partidos políticos) deben distribuir incentivos entre sus miembros para garantizar su participación, puesto que estos se encuentran allí a la espera de un beneficio. Los incentivos colectivos, que pueden ser distribuidos de manera igual entre todos, se relacionan con la ideología, la identidad y la solidaridad. Los incentivos selectivos, que solo pueden ser repartidos entre unos pocos, se relacionan con los beneficios materiales y de status. Un exceso de incentivos selectivos volvería poco creíbles los objetivos para los cuales el partido fue creado, diluyendo el mito de la organización en función de una causa. A la inversa, un exceso de incentivos colectivos comprometería la existencia y la fuerza de la organización. Por lo tanto, es preciso “encontrar el equilibrio entre la exigencia de satisfacer intereses individuales a través de los incentivos selectivos y la de alimentar las lealtades organizativas, que dependen de los intereses colectivos”.
Con el proyecto de “Listas abiertas” el PRO le quita a su núcleo duro de militantes los dos tipos de incentivos. Por un lado, al buscar candidatos ajenos a la política, desmerece el trabajo de quienes hicieron carrera dentro del partido y desarrollaron su vida profesional y personal en función de la política. Por el otro, al incluir candidatos externos, reduce los espacios en las listas para los miembros del partido. Espacio de por sí ya reducido, dada la necesidad de negociar puestos hacia afuera con los partidos de la alianza y hacia adentro con la fracción bullrichista del PRO. El mensaje hacia aquellos militantes que iniciaron repartiendo volantes en Av. Santa Fe y hoy son profesionales universitarios con carrera en el Estado y el partido es que su esfuerzo no va a ser tenido en cuenta.
En un momento en el que la mejor estrategia parece ser la de no hacer nada y dejar que los partidos rivales se destruyan solos, el PRO se inventa un problema. En primer lugar, los 150 militantes frente a los que Larreta anunció las “Listas abiertas” son los que se encargan mayormente de la campaña y quienes movilizan a las líneas más bajas del partido, principalmente (pero no exclusivamente) en la Ciudad. Sería absurdo creer que el partido pudiera enfrentar problemas organizativos graves a causa de esto, pero también lo sería el creer que no genera una lesión y un distanciamiento en el vínculo cúpula-militancia. En segundo punto, el proyecto suma una división más de cara a la interna del PRO nacional, ya que la apertura de las listas no contó con el apoyo de Patricia Bullrich, quien no participó de la actividad. Aunque no se pronunció públicamente al respecto, su círculo político manifestó el rechazo a la iniciativa. Por último, el plan despierta inquietudes entre los socios de Juntos por el Cambio, quienes ven con malos ojos cualquier acercamiento real o discursivo hacia Javier Milei.
Emanuel Ferrario, Vicepresidente Primero de la Legislatura de la Ciudad y uno de los principales promotores de la medida, se refirió a la misma como una oportunidad para realizar una renovación política, considerada parte de la esencia del PRO. Pero si el partido realmente sufre de una falta de renovación tras 20 años en la política, esta se debe más a la escasez de mecanismos de democracia interna que a la ausencia de ideas y caras nuevas. Históricamente, las candidaturas, tanto en los nombres como en el orden, se decidieron en una mesa chica, poco permeable al resto de la organización. Las listas fueron confeccionadas más por criterios de amiguismo y cercanía que en función de los méritos y el esfuerzo. En consecuencia, los nombres y las (malas) ideas tienden a repetirse.
Las “Listas abiertas” pueden ser una propuesta novedosa, vanguardista y atractiva para un electorado cansado de los políticos. Pero para el partido, en cuanto organización, es probable que traiga más problemas que beneficios.

Referencias bibliográficas:
Panebianco, Angelo. (1991). Modelos de partido. Madrid: Alianza.