Setenta y cinco años de ciclos políticos: ¿Perón no lo hizo?

El 4 de junio del 2021 se conmemoró el 75° aniversario de la asunción de Juan Domingo Perón como presidente de la República Argentina. En un país que se ha caracterizado por la polarización histórica entre dos posturas irreconciliables, semejante fecha ha sido recordada entusiastamente por unos y frenéticamente por otros. Detrás de esta rivalidad existe una discusión inconclusa en una nación que ha adoptado espontáneamente un sendero de desarrollo marcado por recurrentes crisis económicas: ¿qué rol debe ocupar el Estado en la economía? Aquel mismo 4 de junio, en un foro económico de Rusia, el presidente Alberto Fernández expresó una opinión que, al mismo tiempo, respondía aquella interrogante: “es hora de entender que el capitalismo no ha dado buenos resultados”. ¿Por qué en la Argentina todavía existe una profunda radicalización en torno al alcance económico que debe tener el Estado, mientras que en otros países latinoamericanos predomina un mayor consenso acerca del rol que este debe ocupar?

Puesto que el peronismo definió el eje de las luchas políticas argentinas desde su ascenso en 1946, este movimiento ha sido acusado recurrentemente de ser el promotor de los posteriores problemas económicos que perjudican al desarrollo del país. Sin embargo, desde una mirada más general, el fundador de este movimiento político solo fue una pieza más dentro del conflictivo rompecabezas que venía armando la Argentina de aquel entonces.

Es de público conocimiento que Argentina ha sido uno de los países más ricos del mundo a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. A menudo suele escucharse que su destino hubiera sido competir con Australia, pues no solo tenían ingresos relativamente cercanos hacia fines del siglo XIX, sino también enormes dotaciones de recursos naturales. Luego de la unificación y consolidación de las instituciones nacionales en 1880 Argentina logró un grado de estabilidad política que favoreció grandes flujos de inversiones extranjeras y de inmigrantes, altas tasas de crecimiento económico y la consolidación de un amplio sector agropecuario que ofrecía importantes ventajas comparativas en la división de trabajo internacional (Gerchunoff & Llach, 2018). El modelo agroexportador que marcó al país no puede desentenderse del espíritu capitalista de la época: la era dorada del liberalismo económico, que enfatizaba el rol del libre comercio internacional, el flujo irrestricto de capital y trabajo, el patrón oro y fundamentalmente la no interferencia del Estado con el sector privado (Gourevitch, 1986).

Definitivamente, este rápido crecimiento favoreció a las élites económicas argentinas que concentraban gran parte del poder político, pero también fortaleció la emergencia de un nuevo actor cuyo poder económico se tradujo en una mayor capacidad para presionar la democratización: la clase media. En 1916, ya con reglas electorales más transparentes, llegó entonces al poder su mayor representante: la Unión Cívica Radical. Ahora bien, las diferentes opiniones que tenían las élites tradicionales y los sectores medios en temas políticos no se reflejaban en cuestiones económicas. Dado que ambas se beneficiaron enormemente del libre mercado y las actividades exportadoras, existían pocas dudas respecto a la predominancia de las políticas económicas liberales (Gallo & Sigal, 1963, 201).

He aquí que la particularidad argentina frente a otros vecinos latinoamericanos radica en que si bien su acelerado crecimiento económico conllevó una temprana incorporación de una clase media militante y movilizada, las demandas de los sectores populares —principalmente, de la clase obrera— continuaron siendo ignoradas en la práctica. El problema de la cuestión social se agravó particularmente luego de 1929, cuando la Gran Depresión, sacudiendo la estructura económica a nivel global, transformó radicalmente el espíritu de la época. Si antaño se abogaba por la baja presencia del Estado en la economía, en la década del treinta los gobiernos se posicionaron mundialmente como actores claves: el proteccionismo, los subsidios, las regulaciones, el estímulo al consumo y la tolerancia al déficit fiscal constituyeron el nuevo clima económico (Gourevitch, 1986).

En consecuencia, la emergencia política de los sectores populares dejó de vincularse con los lazos económicos generados por el liberalismo, pasando a tener un sesgo marcadamente estatista. La presencia de una clase media con una ideología económicamente liberal imposibilitó la cooperación entre los representantes de esta y el movimiento obrero, que estimaban más la fuerte intervención estatal en la economía. Este conflicto de intereses materiales entre dos modelos de desarrollo opuestos —uno más estatista, a favor de la fuerte presencia del Estado; y otro más liberal, promotor de su mínima intervención— sería el motor de la inestabilidad y de los ciclos políticos que caracterizan a la Argentina en contraste con otros países latinoamericanos, donde la alianza entre sectores medios y populares no solo fue posible, sino que garantizó posteriormente la estabilidad política que permitiría adoptar en el futuro medidas a favor del libre mercado sin mismos alborotos políticos  e ideológicos (Kurtz, 2013).

El peronismo, entonces, fue la bandera de un movimiento que no tenía representación política, pero que ideológicamente ya mostraba signos de poseer un programa económico opuesto al de las élites tradicionales y la clase media por el nuevo clima de la época. El peronismo y el antiperonismo son solo conceptos que suelen describir un conflicto más profundo de intereses entre dos modelos económicos que por sus orígenes clasistas son irreconciliables y, desde perspectivas mutuas, ilegítimos. No se puede responsabilizar a Perón por haber sido la cara visible de las políticas económicas que representarían al movimiento obrero en contraposición a la clase media: la facilidad del peronismo para adaptarse ideológicamente y sobrevivir a las crisis (Torre, 2017) no representa en sí misma el problema de la inestabilidad crónica argentina. Este péndulo, la inercia de una polarización generada 75 años atrás, va más allá de la identificación partidaria: se asocia con la imagen liberal durante el gobierno de Carlos Menem pese a asociarse después con las medidas estatistas de Néstor Kirchner. Se aprecia, también, en las oscilaciones entre la presidencia de Mauricio Macri y posteriormente la de Alberto Fernández. Los giros radicales en torno al papel del Estado frente al capitalismo, en fin, han arrastrado consigo las recurrentes crisis económicas.

Por supuesto, siempre se puede converger hacia el centro ideológico para romper la polarización y el péndulo, pero esta moderación será ineficaz en tanto provenga de los representantes de un solo bando y no de ambos. El gobierno de Cambiemos, pese al discurso que muchos clasificarían de liberal antes de su victoria en 2015, no apostó a las disruptivas medidas que sus antecesores vinculados con el libre mercado han defendido, sobre todo en lo que refiere a la reducción del tamaño estatal. En contraposición, en su libro Primer Tiempo (2021), Macri afirma que estuvo atrapado entre el shock y el gradualismo. Pero más allá de las críticas que recibió por parte de analistas liberales, el expresidente reconoce el valor de su esfuerzo a la hora de equilibrarse entre dos posiciones extremas: “la reformista kamikaze y la rosquera inmovilista” (p. 86). Estas políticas centristas por parte de una sola facción no parece generar retornos positivos en un país que ha vivido gran parte de su historia política en luchas de suma cero. En cualquier caso, si en la Argentina todavía se debate acerca de si el capitalismo ofrece buenos resultados o no, ha quedado claro que el conflicto va más allá de lo que se conoce popularmente como peronismo y antiperonismo.

BIBLIOGRAFÍA

  • Gourevitch, P. (1986). Politics in Hard Times. Cornell University Press.
  • Kurtz, M. J. (2013). Latin American State Building in Comparative Perspective. Cambridge University Press.
  • Macri, M. (2021). Primer tiempo. Historia personal del primer gobierno del cambio en la Argentina. Planeta.
  • Torre, J. C. (2017), “Los huérfanos de la política de partidos revisited”. Revista SAAP, 11(2), 241-249.
  • Gallo, E., & Sigal, S. (1963). La Formación de los Partidos Políticos Contemporáneos: La Unión Cívica Radical (1890–1916). Desarrollo Económico, 3(1/2), 173. https://doi.org/10.2307/3465954

Escrito por

Estudiante de Ciencia Política y Gobierno (UTDT).

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