11 de Septiembre 2001; 07:59 horas, el vuelo 11 de American Airlines despega del Boston Logan International Airport. A bordo se encontraban 81 pasajeros, 5 de los cuales estarían vinculados en uno de los ataques terroristas con mayor impacto de la historia moderna. 47 minutos después, a las 8:42 de la mañana el vuelo 11 impacta entre los pisos 93 y 99 de la Torre Norte del World Trade Center generando la muerte instantánea de cientos de personas dentro del individuo y de todos aquellos que se encontraban a bordo del vuelo. Lamentablemente, este sería el primero de los muchos ataques que se llevarían a cabo ese día.
Los sucesos del 11 de Septiembre del 2001 fueron los disparadores de la precoz intervención norteamericana de Afganistán, la cual dejaría a Washington atascado en el conflicto más largo de su historia. Conflicto que, 19 años después, podría llegar a su fin con la firma de un acuerdo para traer la paz. Pero antes de poder ahondar en esto último es necesario hacer la siguiente pregunta, ¿por qué Afganistán? Afganistán o, como se autodenominaba en ese entonces, el Emirato Islámico de Afganistán, se encontraba bajo el dominio de los Talibanes desde 1996. Este grupo de origen Pastún se plantó para la fallida República Democrática de Afganistán. Bajo el nuevo régimen, Afganistán se convirtió en refugio para grupos terroristas, narcotraficantes y esclavistas, y uno de estos grupos fue al Qaeda (los autores de los ataques del 11 de Septiembre) (Zahid, 2015).
A pesar de que para el 2001, Estados Unidos ya había comprobado su efectividad para llevar a cabo la guerra en Medio Oriente –derrotando al cuarto ejército más grande del mundo- la Guerra del Golfo probaría ser un monstruo muy distinto a la travesía norteamericana en Afganistán. Esto se debe a que la nueva encrucijada norteamericana en Medio Oriente presentó a Washington desafíos no vistos desde la Guerra de Vietnam. Desafíos que atascaron militarmente a Estados Unidos en un conflicto que pareciera no tener una solución convencional (Jones, 2010).
El principal desafío al cual se enfrentaría el aparato militar norteamericano sería el de encabezar el esfuerzo bélico contra un enemigo que no se enfrentara en ‘campo abierto’ contra las fuerzas estadounidenses. A pesar de que las fuerzas armadas norteamericanas ya habían sido probadas en combate contra fuerzas irregulares, el ‘enemigo oculto’ al cual se enfrentaba Estados Unidos ha sido capaz de desgastarlo militarmente a lo largo de los años y de negarle control de amplias porciones de territorio. Los talibanes han logrado limitar en cierto modo la cooperación entre las fuerzas afganas y norteamericanas, lo cual ha debilitado aún más la posición estadounidense al generar desconfianza con su principal aliado en el conflicto (en término de tropas dedicadas al conflicto). Esto se hizo posible al reclutar a miembros tanto de las fuerzas policiales cómo de las Fuerzas Armadas afganas (o haciendo que algunos de sus miembros se enlisten en estas fuerzas). La bien merecida desconfianza entre las Fuerzas Armadas de ambos países ha surgido principalmente cómo resultado de un elevado número de ataques internos y del aparente poco profesionalismo de los afganos en lo que refiere a controlar quienes forman parte de su aparato de seguridad/defensa.
Adicionalmente, la inhabilidad de Estados Unidos de poder conectar con el resto del país de la misma forma cómo lo hizo con la Alianza del Norte (principales socios en la lucha contra los talibanes hasta que se los depuso de poder) resultó en el mapa político que se puede encontrar hoy en día. Donde el control del gobierno -y las fuerzas aliadas- se encuentra concentrado en el centro de Afganistán (salvo por algunas provincias estratégicas cómo por ejemplo la de Kandahar) y los sectores más lejanos se yacen en manos de los talibanes (debido a la influencia que los mismos tienen sobre estas áreas)

Estas circunstancias hicieron que después de casi 20 años de guerra y negociaciones estancadas, se llegara al acuerdo firmado el 29 de Febrero del 2020 entre los Estados Unidos y los talibanes (o el Emirato Islámico de Afganistán, el cual no es reconocido como un Estado por la gran mayoría de la comunidad internacional). El “Acuerdo para Traer la Paz a Afganistán” se basó en cuatro pilares centrales. El primero de estos ataca el motivo por el cual Estados Unidos se involucró en Afganistán en un primer lugar, la proliferación de grupos terroristas en el país. En esta sección del tratado se buscan: “Garantías y mecanismos de aplicación que proveerán el uso del territorio de Afganistán por parte de cualquier grupo o individuo contra la seguridad de Estados Unidos y sus aliados”. Considerando la reciente historia afgana es que podemos comprender la urgencia de Washington de asegurarse que, sea quien sea se encuentre a la cabeza del gobierno en Kabul, no se puede permitir la proliferación de organizaciones criminales y terroristas dentro de las fronteras de Afganistán.
En el segundo punto del acuerdo se establecen: “Garantías, mecanismos de aplicación, y el anuncio de un cronograma para la retirada de todas las tropas extranjeras de Afganistán”. Este fragmento del tratado, así como el primero, sientan las bases para la retirada de tropas extranjeras del país –satisfaciendo algunos de los intereses talibanes- así como también una serie de certezas de que no será necesaria otra incursión a Afganistán para poder salvaguardar la seguridad nacional de Estados Unidos y sus aliados. Mientras que los últimos dos puntos del tratado buscan solidificar un proceso de negociaciones entre el gobierno internacionalmente reconocido en Kabul y el liderazgo talibán.
El tercer apartado del tratado dispone lo siguiente:
“Tras el anuncio de las garantías para una completa retirada de las fuerzas extranjeras y el establecimiento de un cronograma para la misma en presencia de testigos internacionales, y de garantías y el anuncio –en presencia de testigos internacionales- de que el suelo afgano no será utilizado contra la seguridad de Estados Unidos y sus aliados, el Emirato Islámico de Afganistán el cual no es reconocido por los Estados Unidos y como un Estado y es conocido como los talibanes comenzarán un proceso de negociaciones intra-afganas en Marzo 10, 2020…”.
Esta sección del tratado es central para poder dar inicio a un proceso de paz entre las partes –gobierno nacional y los talibanes- y comenzar a solucionar los conflictos que yacen en el centro de la guerra en Afganistán. Este punto, por lo tanto, no es menor dado que si bien el conflicto en Afganistán se ha prolongado y agravado por la presencia de intereses externos, la incapacidad de solidificar una identidad nacional unificada ha sido en gran medida lo que disparó el conflicto y lo que mantuvo los fuegos del mismo ardiendo. Debido a que tanto la reconstrucción de un país –azotado por 40 años de guerra- cómo la construcción de una identidad nacional materializada sobre la fundación de instituciones verdaderamente nacionales necesitan de una relativa estabilidad, es que se llega al cuarto punto del tratado de paz.
La cuarta y última parte del tratado propone:
“Un cese al fuego permanente y comprensivo será un tema en la agenda intra-afgana de diálogo y negociaciones. Los participantes de las negociaciones intra-afganas discutirán la fecha y las modalidades de dicho cese al fuego, incluyendo mecanismos de implementación conjunta, los cuales serán anunciados junto con la finalización y acuerdo sobre el futuro mapa político de Afganistán.”
Este tratado podría haber significado el comienzo de algo más para Afganistán, un período de relativa solidez institucional que daría paso a solucionar algunos de los problemas que descansan en los cimientos de las tensiones en el país. Sin embargo, desde hace 10 meses no se ha logrado ningún avance significativo y han quedado muy en claro las diferencias entre el gobierno en Kabul y los talibanes, las cuales pareciera que no podrían resolverse con el presente acuerdo.
El limitado éxito de los procesos de negociaciones se deben a una serie de problemáticas en las cuales no se ha logrado encontrar un punto medio. Entre estas, se pueden hallar asuntos extremadamente complejos como qué tipo de sistema de gobierno se pretende implementar y qué implicaría precisamente un cese al fuego. Lamentablemente, el acuerdo firmado el 29 de Febrero deja algunos puntos a libre interpretación (como por ejemplo qué tipo de cese al fuego se buscará implementar). Esto último –así como la incapacidad de solventar diferencias prácticamente irreconciliables en el corto plazo- ha llevado a que el conflicto vuelva a evidenciar un incremento la violencia perpetrada por ambas partes (aunque mayoritariamente por los talibanes), violencia que está alcanzando niveles no vistos durante años.
Por lo tanto se hace necesario hacer la siguiente pregunta: ¿existe la posibilidad de que el Acuerdo para Traer la Paz a Afganistán lleve a un entendimiento entre las partes? La realidad es que en el corto plazo, es muy difícil que esto suceda. En gran parte, esto se debe a la salida de Estados Unidos: la reducción de tropas norteamericanas en el país ha llevado a una nueva ofensiva talibán sobre las fuerzas del gobierno, las cuales se han abocado solamente a defender sus posiciones presentes. La paulatina ausencia de las capacidades norteamericanas ha demostrado la incapacidad de las fuerzas locales para enfrentarse a los talibanes y estos últimos han sacado provecho de esta situación. Si bien la salida de las fuerzas extranjeras sería una de las razones por la cual se podría llegar alcanzar la paz, la realidad ha probado lo contrario.
Sin embargo, la actual política de Estados Unidos para Medio Oriente puede sufrir un cambio en los próximos meses. El cambio de la administración Trump (el cual ha sido en gran parte un impulsor de este curso de acción de reducir la presencia norteamericana en Medio Oriente) con la administración Biden podría llevar a un replanteamiento de la presente dirección que ha tomado Washington. Teniendo en cuenta los sucesos recientes como un resurgimiento de ISIS en la región, el incremento en la influencia rusa e iraní sobre Medio Oriente y el aparente incumplimiento del acuerdo en Afganistán, no sería ilógico considerar la posibilidad de que se congele el proceso de salida de Estados Unidos.
Teniendo en cuenta los vínculos que los talibanes poseen con distintas agrupaciones extremistas sunitas a lo largo y ancho de la región, sumado a la aparente falta de compromiso con los puntos del acuerdo, la posibilidad de que se vuelva a instaurar un régimen terrorista en Afganistán es una constante. Por añadidura, las recientes derrotas que ha sufrido Arabia Saudita frente a Irán en el plano regional podrían llevar a que Riad apoye financieramente a los talibanes con el fin de lograr la llegada de un gobierno afín a Afganistán, ubicando a un gobierno con tendencias extremistas en la frontera de Irán.
Otro actor que podría ser detrimental para el esfuerzo para la paz en Afganistán podría ser Pakistán, quien en el pasado ha apoyado a los talibanes, permitiéndoles operar libremente en su frontera con India, especialmente en el área de Cachemira. De todas formas, la reciente entrada de actores como China e India a Afganistán podría implicar una salida ideal para Estados Unidos. Dado que tanto China como India tienen intereses en limitar el resurgimiento de un régimen como el de 1996, ambos actores han incrementado su cooperación en materia de defensa con Kabul (Akhtar, 2015; Akhter & Yuan, 2020). Considerando que la salida de Estados Unidos podría llevar a una China más activa en Afganistán (teniendo en cuenta que Pekín se ha dedicado a rellenar los espacios que ha dejado Estados Unidos en el ámbito internacional). Asimismo, Nueva Delhi ha aumentado la venta de armamentos al régimen buscando fortalecer la Fuerza Aérea Afgana (reduciendo su dependencia hacia Estados Unidos).
Si estos actores continúan aumentando su presencia en el futuro, es muy probable que Estados Unidos logre llevar a cabo un buckpassing exitoso en Afganistán. De esta manera, delegaría la tarea de mantener a los talibanes en línea al gobierno afín a los intereses americanos en Afganistán y a India (designada como un Socio Principal de Defensa) o, en el peor de los casos, a China. A pesar de esto, es dudoso que esto pueda suceder antes de Mayo del 2021, lo que llevará a replantear seriamente si amerita mantener tropas en el país luego de la fecha estipulada para la salida de todas las fuerzas de Afganistán.
En vista de la inestabilidad en el país, la falta de cooperación entre las partes, el aumento en las violencias, el reciente incremento en la actividad terrorista en la región y la muy real posibilidad de que Afganistán vuelva a transformarse en una base de operaciones para grupos como al Qaeda, es difícil imaginarse un escenario donde Estados Unidos deje a Afganistán a su suerte. En este sentido, la administración de Biden tendrá que plantearse prioridades, ya sea continuar con su pivot hacia Asia para poder concentrarse en sus ‘near-peer adversaries’ (Rusia y China), prolongar su estadía en Afganistán para poder consolidar un buckpassing exitoso o continuar liderando el conflicto en Afganistán. Lo que queda claro es que Estados Unidos debe buscar limitar la sobreexpansión de su aparato militar si es que considera mantenerse como el hegemón mundial en materia de defensa.
PARA SABER MÁS SOBRE EL TEMA CONSULTAR:
Zahid, F. (2015). The al-Qaeda-Afghan Taliban Connections. Foreign Analysis, N°23, Pp. 1-6.
Jones, S. G. (2010). In the Graveyard of Empires: America’s War if Afghanistan. New York: W.W. Norton & Co.
Akhtar, R. (2015). Pakistan, India and China After The U.S. Drawdown From Afghanistan, Bepress, The Stimson Centre South Asia Voices.
Akhter, M. N & and Yuan, L. (2020), China India in Afghanistan. In: Journal of Social and Political Sciences, Vol.3, No.2, 455-464.
Un comentario en “Callejón sin salida: el futuro de Afganistán luego del acuerdo”