Los discursos de odio y la paradoja de la libre expresión

Es llamativo que en pleno 2020, los ciudadanos sigan presenciando discursos que como sociedad pensaban que ya habían saldado. Es un común denominador que en los debates políticos aparezcan ciertos discursos cargados de odio y quienes articulan los mismos, sobre la base del insulto o la amenaza, no parecen estar reproduciendo las condiciones de la deliberación democrática, o al menos intentando aportar información que pudiera ser fructífera para el debate. ¿Es acaso la libre circulación de discursos de odio el precio que se debe pagar con el objetivo de defender la libertad de expresión?

En este artículo, cuando se hable sobre discurso de odio se referirá a “Cualquier forma de expresión, cuyo propósito fuera el de discriminar, menoscabando su dignidad, a un grupo social o a sus miembros por su sola pertenencia al mismo. Usualmente, pues, va dirigido contra individuos distinguibles por motivo de su etnia o raza, religión, género u orientación sexual” (Cueva Fernández, R. 2012). 

Gracias al auge de las redes sociales, los discursos de odio están circulando de manera constante, llamando la atención de los distintos lobbies políticos y de los usuarios de las redes sociales. Los discursos de odio no son ajenos al hacer político actual: han logrado que ciertos perfiles llegaran a puestos de poder tanto presidenciales como legislativos, basando sus campañas básicamente en discursos de odio frente a ciertos colectivos. Por nombrar un ejemplo entre tantos otros, en 2003 durante un debate parlamentario, el actual presidente brasileño Jair Bolsonaro le afirmó a la diputada María del Rosario Nunes “Yo no soy violador, pero si lo fuera, no la iba a violar porque no lo merece, es fea”. En Argentina, Alberto Samid dirigente y sindicalista peronista que constantemente se encuentra agrediendo violentamente a funcionarios de Juntos por el Cambio y periodistas opositores, le dedicó al periodista Diego Leuco el premio del  “gorila de la semana”. Otro caso llamativo es el diputado nacional de Juntos por el Cambio, Fernando Iglesias que le dio retweet a un mensaje meramente antidemocrático, que muestra la foto de una ametralladora con una frase que remarca “Es hora de guardar las cacerolas”. Lo que tienen en común todas estas manifestaciones de odio son su carencia de argumentos y al ser tan polémicas llaman la atención de la audiencia, generando hasta adhesión por parte de los ciudadanos al seguir reproduciéndolos.

La impunidad que se da en la producción de discursos de odio es una cuestión que se debe replantear. En una entrevista llevada a cabo por el diario La Vanguardia en el año 2018 a Eva Martinez Ambite, coordinadora de los talleres para jóvenes impulsados por el programa #SomosMas de Youtube y Google ha resaltado que “Es cierto que en Internet muchas personas utilizan un apodo o seudónimo en la red y muchas veces, ‘inventan’ perfiles y características personales falsas. A veces, este anonimato puede favorecer las actitudes agresivas por parte de las personas que se creen anónimas, pero en realidad es una ilusión”. Desafortunadamente en Argentina,  muy pocas veces se logra identificar al vocero de estos discursos, pero cuando esto ocurre, se debe acudir al Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y llevar a cabo una denuncia. 

La ambigüedad del Artículo 19 de la Constitución Nacional es lo que les permite a los voceros de discursos de odio respaldarse en esta supuesta “libertad de expresión”: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. La incapacidad de establecer explicitaciones en cuanto a qué es perjudicial o no y qué es la ofensa y qué no, es lo que hace dificultoso el abordaje y el entendimiento pleno de lo que implica en realidad la libertad de expresión. De esta manera todo sujeto está habilitado, inexorablemente, a expresar cualquier discurso (ya sea de odio o no) porque no hay una limitación explícita para ello.

En estos términos, la libertad de expresión se ha vuelto realmente un arma de doble filo. ¿Hasta qué punto llega la libertad de expresión y hasta dónde la censura?  

Si se retoman algunos argumentos de este debate, se observa como la prohibición del discurso de odio permitiría al Estado delimitar el contenido del discurso “autorizado”, atribuyéndole así a esta institución un excesivo poder de selección. Asimismo, quienes articulan los discursos de odio, basados en insultos y agravios, no queda realmente claro si su verdadero objetivo es fomentar el debate o simplemente agredir. Es más, constantemente se presentan dentro de estos discursos opiniones personales sin fundamentos teóricos válidos. ¿Qué permite pensar que no es válido? La proliferación de discursos pasibles de subjetividades, con altas cargas emotivas e incluso de desinformación. Es muy común que en los medios se dé el “sesgo de confirmación”1, en donde los mismos llevan a cabo una selección de información que sea acorde a su posicionamiento. 

La agenda política no es ajena a los debates actuales que se dan en nuestra sociedad, aunque lamentablemente algunos tópicos siguen siendo ignorados por ella. Si retomamos la perspectiva schmittiana, la relación amigo-enemigo, la discusión y el desacuerdo son fundantes de lo político y por ende del discurso político. Sería muy reduccionista romantizar y percibir a la acción política como un consenso constante entre los diferentes sujetos. Solo basta con un simple análisis de la realidad para llegar a la conclusión de que el debate es fundante de la política, si se considera a la misma como una lucha constante por la constitución del poder. Es de importante necesidad que los debates y discursos políticos no caigan en la superficialidad y en la carencia de argumentos que fomentan la desinformación de la sociedad. 

Los medios masivos de comunicación juegan un papel importantísimo en los debates políticos contemporáneos. Sería ingenuo percibir a los medios como apolíticos y objetivos. Cualquier decisión que se tome desde un medio de comunicación es un posicionamiento político. Ya sea no abordar ciertas temáticas o tratar de manera repetitiva algún tema en específico, son la prueba empírica de que ningún canal de televisión, radio o diario es apolítico u objetivo. Cada análisis de la realidad se lleva a cabo desde un lugar situado y son sus condiciones de producción, las cuales le darán su identidad política.

Es totalmente necesario que dentro de una democracia haya medios afines del gobierno y medios opositores, pero que al mismo tiempo no se pierda el foco del debate y el objetivo político de informar a la población. Sería hasta contradictorio que medios que se autoidentifican como grandes defensores de la libertad expresión caigan en la desinformación y en la escasa autocrítica dando lugar a lo que se podría decir ¿libertad de represión? 

¿Es de relevancia periodística el tipo de ropa que llevan nuestras funcionarias públicas? Porque sinceramente nunca ha salido en televisión o en ningún medio algún tipo de crítica a los trajes europeos de nuestros gobernantes. Siguiendo con la agenda actual que están tratando los medios de comunicación argentinos es claramente distinguible que la “grieta” nunca pasa de moda. Con el pasar del tiempo el debate político antagónico de la grieta fue perdiendo su calidad discursiva y argumentativa. Por ejemplo, en 2016 la revista Noticias lanzó una tapa en la cual reprodujo estereotipos machistas hacia Juliana Awada tratándola de “mujer decorativa” por el simple hecho de que es una esposa “tradicional, discreta y al servicio del hogar”. ¿Qué relevancia tiene para la agenda pública el hecho de que Juliana Awada sea una “mujer decorativa”? 

Se pueden mencionar más ejemplos de los papeles lamentables que hacen algunos medios, como el de Baby Etchecopar, periodista que, en vivo y sin ningún tapujo, dijo que “Cristina Fernández de Kirchner  es el cáncer de la Argentina”. O cuando Jorge Lanata, otro periodista, criticó en su programa la manera de vestirse que tiene Carla Vizzotti. Estos personajes tan funcionales al discurso de la grieta, como cualquier tipo de vocero de discurso de odio, se esconden tras esta supuesta libertad de expresión teñida de, en este caso, misoginia y machismo, donde toda intención de informar a la población desaparece cuando se critican variables innecesarias.

Es realmente necesario repensar desde qué lugar se producen los discursos y los roles que se cumplen como audiencia y cuáles juegan los medios como productores de contenido e información. Todo discurso es político y lo que en realidad tienen en común todas las formas de expresión es que cualquiera de ellas pretenden dirigirse a una audiencia. No es justificación válida el hecho de esconderse tras la ambigüedad y el anonimato para producir discursos de odio y desinformación. En estos términos, es total responsabilidad de los sujetos políticos el hecho de ser funcionales o no a las manifestaciones de odio disfrazadas de libertad de expresión.

Referencias

1 El sesgo de confirmación es la tendencia a dar un mayor valor a las ideas u opiniones que confirman nuestras propias ideas u opiniones.

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