“Lo que hay que hacer ahora es salir y comerse cien asados”.
La autoría de esta frase está diseminada por un amplio número de viejos peces de la política en tiempos de, valga la redundancia, vacas flacas. Raúl Alfonsín, Eduardo Duhalde, Felipe Solá y José Manuel De La Sota, suelen ser adheridos a dicha expresión, pronunciada ante el inicio de una campaña electoral, allí cuando es necesario convencer, conquistar, reafirmar o… recordar, a los votos necesarios para lograr un fructífero camino. Y para ello, el asado es un concepto. Una suerte de puente rumbo al encuentro. Un servidor se la escuchó decir, a modo de ejemplo, al doctor en Ciencias Sociales y profesor universitario, Daniel Jones, en una introducción a una clase de Filosofía y Métodos, cuando el tema del que versaría el encuentro sería cómo le otorgamos significados al mundo que nos rodea.
En efecto, aquel caso no se trata (solamente) del placer de ingerir carne vacuna, sino de que dicho ágape sea la excusa para la comunión de compañeros, abrazos, anécdotas contadas a las carcajadas, vozarrones de pucho recordando viejas épocas, apretones de manos, palmadas en los hombros, fotografías si es necesario, y un suave cacheteo en la mejilla, en forma de despedida entre los pares, prometiendo unidad, convicción y triunfo, con la fragancia y el sudor de la carne cociéndose musicalizando el encuentro. Y aún nos faltaría contar la sobremesa de escarbadientes en la boca, apasionantes torneos de truco y cigarrillos hermanados con ceniceros de servilleta.
Si queremos posarnos en el ámbito académico para ahondar en el porqué de esto, bien podemos recurrir a lo que el sociólogo y filósofo originario de Austria, Alfred Schutz, reflexionaba sobre la construcción de la cotidianeidad, en su trabajo “El problema de la realidad social”,: “La realidad social tiene un significado específico y una estructura de significatividades para los seres humanos que viven, actúan y piensan dentro de él, (…) mediante una serie de construcciones de sentido común (…) Son estos objetos de pensamientos suyos los que determinan su conducta al motivarla“. En efecto, dotamos con nuestro propio sentido común a rituales cotidianos que hemos heredado de prácticas que nos anteceden, y a las cuales incorporamos de significado al llevarlas a cabo. Por eso, comerse cien asados no es interpretado meramente como una oda a la gula, sino un grito de inicio de campaña, recorridas, visitas y reuniones.
El ritual político en nuestro país está fuertemente arraigado al contacto físico. Las unidades básicas, las convenciones partidarias, los foros, las asunciones, las movilizaciones, las despedidas y hasta los lanzamientos de autobiografías, son escenarios en donde el calor humano y el contacto físico abundan, como parte intrínseca de una comunidad cohesionada por una causa determinada. La marea de transeúntes es algo socialmente aceptado y adherido al inconsciente colectivo en casos como éste. De hecho, extrañaría de sobremanera su ausencia.
Las redes sociales han revigorizado el rol de la anchura popular movilizada: Cada marcha, independientemente del motivo que la motoriza, tiene su imagen-galardón en base a una toma fotográfica desde arriba, comúnmente sacada por un dron, y ésta se viraliza con sagaz rapidez. Pero incluso en eventos no necesariamente masivos, como el inicialmente citado asado de puntapié inicial de campaña, cuentan en su rito al contacto físico y a la proximidad como parte de su materia prima.
Por el contrario, la virtualidad siempre fue vista como un recurso opcional, lateralmente empleado para algunos aspectos de la campaña y que jamás podría equiparar a la profundidad de la presencia física. Si la serie de campañas del 2019 hubieran sido englobadas por la actual pandemia, y los condicionamientos que ésta atrae, hubiera sido imposible que un candidato recorriera una provincia en su automóvil, que más de uno de los principales nombres en contienda no perteneciese, efectivamente, a la población de riesgo y, mucho menos, que el presidente de la nación besara pie alguno.
El 10 de diciembre fue el último día en que -sin el COVID ocupando un lugar importante en los medios y en la propia agenda gubernamental- una conglomeración popular de amplia extensión tomó las calles de la Ciudad de Buenos Aires. El calor tocaba los 38 grados, un sol abrumador doraba el ardiente asfalto, y una multitud transitaba el día de asunción del presidente Alberto Fernández.
Tres meses después, el coronavirus era un tópico que ganaba espacio en la cotidianeidad local y que comenzaba a ser un rojizo signo de exclamación en el papeleo diario del nuevo gobierno. El 9 de marzo tomó lugar la movilización por el Día de la Mujer, sin que ninguno de nosotros tomáramos noción de que las fotografías de aquella concurrida marcha serían el último registro, hasta ahora, de una concentración popular considerable en la Argentina.
Tan solo diez días más tarde, el país, las provincias, y cada hogar en ellas, entrarían en cuarentena obligatoria, por orden del presidente Fernández. Las imágenes del 10-12 o del 9M parecen, sencillamente, extranjeras del tiempo. Cuesta concebir que esa era la realidad escasos meses atrás.
Volviendo al principio, contextualicemos. ¿Cómo podemos concebir, analíticamente, la construcción de la figura de la movilización en Argentina? ¿Cómo es que llegó, en efecto, a ser un componente tan adherido a las prácticas sociopolíticas? La Doctora en Ciencias Sociales e integrante del CONICET, Ana Natalucci, lleva varios años en el estudio de los grupos de conformación política y movilización en el ámbito local, y explica la composición de este fenómeno en una práctica que comenzó a gestarse en la transición entre Raúl Alfonsín-Carlos Menem, y que encontró su composición y modus operandi a lo largo de la década de los 90’.
En su trabajo “Entre la movilización y la institucionalización: Los dilemas de los movimientos sociales”, razona tres factores que, a lo largo de la cronología señalada, fueron estructurando la forma de concebir la protesta social en nuestro país:
Un primer corolario, “los formatos de acción directa, como el piquete o el escrache, difundidos en el ciclo demovilización pre-crisis (…) reivindicando la intervención sobre asuntos públicos por parte de la ciudadanía”, un segundo, “la recuperación de un lenguaje de derechos que permitió al mismo tiempo generalizar la legitimidad de los reclamos e intentar tímidamente cierta recuperación del Estado (…) como Estado de Derecho, y en consecuencia, garante de ciertos principios igualitarios” y un tercero: “La difusión de una dinámica asamblearia que redituaba a la democracia como modalidad de participación e intervención sobre los asuntos públicos”. En perspectiva, podemos identificar entonces las conquistas, motores y concepciones que han tejido sobre la dinámica sociopolítica argentina a la capacidad de movilización y, en simultáneo, la identidad del colectivo movilizado, como dos factores claves para abordarla y comprenderla.
Amén de que aún estamos digiriendo esta nueva vida, y aceptando el tiempo de espera hacía recuperar al mundo externo y el contacto humano, el tránsito cotidiano comienza a apelar a su costado darwiniano, adaptándose a nuevas modalidades en todas las aristas que le es posible. Compras on-line, trabajo remoto, cursos vía Skype, clases por zoom y hasta citas por videollamada. Una forma opcional de organizar los quehaceres, se tornó la única forma viable de vivir si es que queremos resguardarnos en tiempos del virus, y dicha exploración condensa lo práctico del aprendizaje con la angustia del territorio perdido. De alguna forma, todos, segundo a segundo, estamos aprendiendo a llevarla, hablando en términos simples.
El 2020 es un año ajeno a elecciones en nuestro país. Es inimaginable cómo se hubieran desarrollado los comicios del año pasado con un cuadro así, y adentrarse en ello sería lo más parecido a un viaje lisérgico. Lo cierto es que el auge del COVID en nuestra nación encuentra al oficialismo apostando a una cohesión transversal a las principales fuerzas políticas, apoyándose fuertemente en una planificación integral y horizontal con los gobernadores -independientemente de su pertenencia partidaria-.
Esto también incluye la presencia en la mesa de las cadenas informativas desde Olivos del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, señalado por muchos como un eventual aspirante a la presidencia en 2023. Más allá de su posición como quien encabeza a la administración de una jurisdicción clave en el diseño de la cuarentena, su proximidad con Fernández en los tiempos que corren es todo un símbolo de la cohesión a la que aspira el gobierno en este escenario. Algo menester para sostener logística, social y políticamente a la nueva realidad.
La oposición a la cuarentena obligatoria, netamente hablando, aparece ambiguamente en los discursos de referentes más extremistas de Juntos x el Cambio, como Miguel Ángel Pichetto o Patricia Bullrich, perteneciendo más al contexto de una declaración en medios sobre la incertidumbre de los daños que esto generará en el ámbito económico-comercial o buscando desenmascarar lo que ellos identifican como un aprovechamiento de la situación por parte del oficialismo, para así simplificar el tratamiento político del país.
Habría que ir a alas más radicales, como grupos minoritarios identificados como libertarios, conservadores o nacionalistas de extrema-derecha, para dar con facciones que se oponen estrictamente al confinamiento en nombre de la libertad comercial e individual, y denunciando como autoritarita la actual política del gobierno. La carencia aparece cuando se busca planificaciones alternativas en dichas bases, las cuales cuentan con un inexistente apoyo científico y desconocen qué planteo concretamente preferirían ante el advenimiento del coronavirus, amén de sus ya mencionadas reivindicaciones.
No podríamos dejar afuera tampoco a la postura de la izquierda, en la cual, si recorremos desde su ala más centrista hacia la más radical, encontraremos acusaciones contra la tendencia a fomentar lo que identifican como un gueto en las villas con altos casos de coronavirus, tanto a nivel Ciudad, como provincial y municipal. También está el cuestionamiento al empoderamiento del rol de las fuerzas armadas y entidades policiales en el control ciudadano -vinculado a casos de abusos policiales, con especial énfasis en los barrios de bajos recursos- y también un rechazo a los dichos sobre ciberpatrullaje en pos de descifrar el humor social, que la Ministra de Seguridad, Sabina Frederic, comentó a la prensa a principios del confinamiento obligatorio.
Además, en simultáneo, recorren esta área las denuncias contra multinacionales, corporaciones y empresas de diversos rubros -especialmente el de fast food- que han ejecutado despidos arbitrarios, masivos e injustificados, dejando en desamparo a un número de trabajadores que sigue acrecentándose.
El desafío puede estar en, más allá de la paz que pregona entre las principales fuerzas políticas en sintonía similar ante la urgencia que nos acontece, es como una nueva Argentina con distanciamiento social como requerimiento para impedir la propagación del virus convivirá con prácticas del folclore político que llevan décadas y décadas arraigadas al rito de la campaña y el seguimiento partidario.
Si el contexto nos permitiese, en un futuro próximo, retomar a la actividad pública, tomando los recaudos necesarios, y el cese de la cuarentena obligatoria nos deja a las orillas de un año de legislativas, ¿puede la práctica política nacional adaptarse al mundo de los saludos con el codo?
Las incursiones de políticos de peso en la comunicación remota son sumamente insuficientes para poder arribar a una conclusión. El buceo de Mauricio Macri por vivos de Instagram o apariciones en Snapchat de manera “casual” no lograron construir un canal de diálogo alternativo ni nada parecido. Desde el peronismo, la interacción de un Alberto Fernández en campaña por medio de redes sociales se sostuvo más en expresar el costado más íntimo, lúdico y cultural de dicho candidato, en una maniobra de lavada de cara de dicha fuerza política a sus estrategias comunicacionales tradicionales.
Ambos aspectos, hoy lucen como tareas recreativas ante el desafío actual de reconfigurar la forma de comunicar. Si el abrazo entre dos viejos lobos de mar frente a una parrilla rebosante de carne, es reemplazado por un cuadradito lejano en una pantalla, la cuestión pasará por si ese trayecto se hará con la melancolía por las tradiciones que el virus nos arrebató, o con la mentalidad necesaria para adaptar la comunicación política, las convenciones partidarias y la oferta de propuestas electorales, a estos tiempos de Skype, Zoom y vivos de Instagram.
Es menester decir que el ala más joven de diferentes áreas políticas, usualmente compuesta por referentes militantes o legisladores, ya comenzó a disertar en el intercambio virtual con propios y extraños. El obstáculo se encuentra en que estas áreas, usualmente destinadas al ocio o a un intercambio más relajado, se tornen arenas de intenso debate político, intercambio partidario -público y privado- y presentación de propuestas. ¿Y por qué no también? Que aporte a una mayor democratización del acceso que tenemos a nuestros funcionarios, mediante plataformas que permitan un intercambio continuo y una transparencia en los mecanismos del gobierno.
¿Cuánto puede durar esto? ¿Y cómo, recíprocamente, se afectará con el área de disputa política cuando las elecciones se avecinen? Parecen ser esas las cuestiones centrales de este mundo en forma cuadrada y con rostros charlándonos desde una esquina de él. La exploración aún está en su desarrollo.
Podemos ver día a día como testeamos, sin darnos cuenta, los límites de esta nueva forma de vivir. Lo esencial, podemos decir de momento, es revitalizar el rol de la tecnología, la conectividad y, esencialmente, la seguridad informática, en la agenda de prioridades para la logística social, económica y política del nuevo mundo en que estará Argentina. Con esas raíces podemos comenzar a vislumbrar una forma segura y estable -si es que esa palabra aún tiene sentido alguno- de transitar esta nueva forma de concebir al aspecto comunicacional de la política durante el tiempo que este particular período dure.
Los actuales actores de la política nacional deberán, de momento, bancarse el reemplazo en la frase “Lo que hay que hacer ahora es salir y comerse cien asados” por “Lo que hay que hacer ahora es salir y hacer cien zooms”. Especialmente porque si nos dan a elegir entre un asado y un zoom, ninguno de nosotros tardaría demasiado en decir qué opción prefiere por escándalo.
Un comentario en “Todos en Zoom triunfaremos”