El desafío de liderar una respuesta global

Si se observa el porcentaje de lo que lleva transcurrido este 2020, es posible ver que es apenas un 24%. Sin embargo, a nivel internacional, han ocurrido sucesos como la guerra comercial y tecnológica entre China y los Estados Unidos, los incendios en Australia, el acuerdo alcanzado por el Reino Unido y la Unión Europea en el marco del Brexit, el llamado “Plan de Paz” presentado por Donald Trump por el eterno conflicto palestino-israelí, el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, y las protestas sociales en gran parte de Sudamérica. Como si eso fuera poco, con 118.000 casos confirmados y 4.291 muertes a nivel global, el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó al COVID-19 (simplemente conocido como coronavirus) como una pandemia. Desde los menos de cien casos que se registraron en diciembre pasado en la provincia china de Hubei, al 29 de marzo se reportaron 718.166 casos y 33.887 muertes, distribuidos en 192 países y territorios.

No es la primera ni tampoco la pandemia más letal de la que se tenga registro. Pero sí irrumpe en el mundo en un momento particular de crisis del multilateralismo, donde la cooperación entre los Estados a través de las diferentes instancias internacionales se ha debilitado y donde estas plataformas para la búsqueda de objetivos y acciones comunes se ven más bien como un sinfín de trabas burocráticas e ineficientes. Estas ideas se replican de la mano de líderes políticos que legitiman su figura en un electorado más nacionalista y conservador, con ideas poco favorables a la inmigración y el libre comercio, y que descreen de la profundización de la globalización. Este tipo de líderes, entre los que se ubican Donald Trump y Jair Bolsonaro, lejos están de querer asumir la responsabilidad de liderar una respuesta a nivel global. Por el contrario, buscan limitar sus compromisos internacionales y que el “America First” o “Brasil acima de tudo” funcionen como modelos de nación para otros Estados. Para un virus que no conoce de fronteras, de muros ni de visas, el aislacionismo nacional solo ayuda a prolongar y profundizar la crisis sanitaria, social y económica global. ¿Quién será capaz de liderar en la incertidumbre? Cualquier amenaza a la salud pública global, requiere de una respuesta multilateral.

Yuval Noah Harari escribe en un artículo para Time que “Para vencer una epidemia, las personas necesitan confiar en científicos expertos, los ciudadanos en las autoridades públicas, y los países necesitan confiar entre ellos”. Pero en los últimos años, varios políticos de orientación nacional conservadora se encargaron de socavar estos tres pilares de la confianza, debiendo hoy enfrentar una crisis de tal magnitud sin líderes capaces de inspirar, organizar y financiar una respuesta global coordinada. Mientras que Bolsonaro afirmaba que era una simple gripe y culpaba a los medios de sembrar histeria, Trump hacía lo suyo reiterando, sin tomar medidas efectivas y contundentes, que la situación estaba bajo control. Hoy Brasil lidera la región con la cantidad de casos confirmados, y los Estados Unidos a nivel global.

Este debilitamiento del multilateralismo se refleja también en la falta de respuesta temprana por parte de la Unión Europea ante el avance de la pandemia en Italia. Maurizio Massari, el representante permanente italiano ante la UE confirmaba que a pesar de haber solicitado la activación del Mecanismo de Protección Civil de la Unión Europea para así recibir insumos médicos y hacer frente a la crisis, ningún país miembro ni los otros seis participantes enviaron ayuda. Esto en un contexto en el cual demanda que la organización vaya más allá de los compromisos y las consultas, y pase a dar respuestas rápidas, efectivas y concretas. Justamente, este mecanismo fue creado con el objetivo de reforzar la cooperación en el campo de la protección civil y asistir a un país (no) miembro cuando una emergencia desborda las capacidades del Estado en cuestión para dar respuesta. Cuando un país solicita su activación, la Comisión Europea recibe la solicitud y la reenvía a los Estados miembros y participantes, coordinando una respuesta. Es más, en el contexto de la pandemia del COVID-19, el Mecanismo había sido activado previamente por Francia para repatriar a ciudadanos europeos que se encontraban en China. Como sostuvo la comisionada para la salud de la UE, Stella Kyriakides, la solidaridad es clave, en respuesta a las medidas tomadas por ciertos países como Alemania, Francia y República Checa de restringir las exportaciones de equipamiento médico necesario para combatir la pandemia. Incluso el presidente de Serbia, Aleksandar Vučić, se refirió a la solidaridad europea como inexistente y un cuento de hadas en papel, ante el rehúso de la organización a exportar insumos al país balcánico y destacó el rol de China como único capaz de asistirlos. Ante el surgimiento de estas emergencias, los Estados toman roles centrales y muchas veces limitan la cooperación preocupados por los altos costos que podrían asumir (ej.: no contar con equipos suficientes para tratar a sus ciudadanos), porque la cooperación puede beneficiar más a otros que a ellos mismos o por miedo a asumir compromisos que otros no cumplirán. Estos temores se incrementan en el contexto actual. 

A la ausencia clara de solidaridad europea para hacer frente a la pandemia se suma el deteriorado liderazgo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una agencia de Naciones Unidas cuya constitución entró en vigor en 1948, y cuya función en este contexto consiste en liderar y coordinar una respuesta. Sin embargo, ninguna agencia del sistema de ONU tiene la capacidad de forzar a los Estados a jugar bajo las reglas internacionales. Bajo la premisa de un bajo nivel de cooperación, esto complejiza aún más la salida de la crisis. El mes pasado el director de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, sostuvo que varios países no estaban compartiendo información con la organización. Esto es sumamente grave teniendo en cuenta que la mejor defensa con la que cuentan los seres humanos frente a los virus de diverso tipo es la información. El compartirla ayuda al desarrollo de estudios científicos, de medicamentos, a los avances tecnológicos en equipos médicos y a las mejoras en las prácticas de higiene. Porque no se trata de asociar un virus a una nacionalidad, sino de evitar que la infección llegue a cualquier ser humano, sea chino, italiano o iraní, porque cuando logra hacerlo, pone en riesgo a toda la humanidad, sin distinción de pasaporte.

Los Estados sí se encuentran obligados a reportar medidas que tomen unilateralmente, cuyos resultados estimen sean mejores o similares a los que obtendrían siguiendo las recomendaciones de la OMS. Pero para ello, estas deben contar con respaldo científico. Este último poder de decisión fue el resultado de arduas negociaciones que se llevaron a cabo en Ginebra en el 2005, en una clara demostración de hacer valer su soberanía y no delegar control a una agencia internacional. Nuevamente, la organización carece de capacidad de enforcement. A estos problemas, se le suma el del financiamiento. Actualmente, los recursos financieros con los que cuenta la OMS son inferiores a los objetivos de su mandato. Para el año 2018, el 78% del presupuesto de la organización para el binomio 2018-2019 provenía de contribuciones voluntarias. Mientras que los costos para sus operaciones se han incrementado, las cuotas de los países miembros se han mantenido estables, dejando la estabilidad y la predictibilidad de sus acciones a merced de las contribuciones extras que puedan hacer los Estados y las donaciones de los privados (siendo actualmente el principal donante privado la Fundación Bill and Melinda Gates). Muchas de estas contribuciones suelen ser para programas específicos de interés de los donantes, lo cual modifica la agenda de prioridades de la agencia, y su poder de decisión. Es necesario responder a estas situaciones de la OMS si se quiere que, ante la próxima emergencia, la organización tenga los recursos para llevar a cabo sus operaciones.

Frente a esta situación, una de las opciones sugeridas es la utilización del G-20 como grupo que asuma el liderazgo en la emergencia. Si bien surgido en 1999, el grupo cobró mayor relevancia tras la crisis económica del 2008. La pandemia es una emergencia sanitaria en primer lugar, pero que sin dudas traerá como consecuencia crisis económica y recesión global. La propia directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, declaró durante una conferencia telefónica en el marco del G-20 que la recesión mundial a causa del COVID-19 podría ser peor que la del 2008. 

En este contexto, el primer paso fue dado y el pasado 26 de marzo, el gobierno de Arabia Saudita (país que ocupa la presidencia este año), presidió una inédita reunión virtual a nivel de Jefes de Estado, en la cual se comprometieron a tomar “…todas las medidas sanitarias necesarias…”, garantizar la provisión de insumos, trabajar en conjunto con los organismos internacionales y trabajar para minimizar el daño económico y social. Es necesaria una demostración pública de compromisos asumidos, liderazgo colectivo y responsabilidad compartida, acompañados de planes de acción concretos que permitan aliviar las consecuencias de la crisis, no solo económica pero social y laboral. Paola Subacchi escribe para Project Syndicate una serie de recomendaciones como posibles líneas a seguir por los policymakers como: recurrir a la modalidad virtual para todas las reuniones programadas en persona; establecer un fondo común para apoyar los esfuerzos de la OMS en el monitoreo y reporte de la emergencia y para coordinar el abastecimiento de insumos básicos como barbijos y test kits; otorgarle a la OMS una silla formal en el foro como ya lo ha hecho con el FMI, la OCDE y el Banco Mundial, reconociendo la importancia de la salud pública y su influencia en el sistema económico internacional; ayudar a los países de bajos ingresos con la falta de infraestructura, insumos médicos, experiencia y profesionales para contener el contagio; y también contar con un paquete de emergencia para prevenir el colapso de la economía global.

Siguiendo esta línea, Brasil, México y Argentina son los únicos tres países latinoamericanos que poseen un asiento permanente en el G-20, por lo que están en condiciones de llevar propuestas a la mesa para que puedan ser discutidas e implementadas. Argentina así lo ha hecho proponiendo un “Fondo Mundial de Emergencia Sanitaria”. Pero previamente es necesario coordinar medidas en nuestro exterior más cercano, Sudamérica. A nivel regional, el 16 de marzo los presidentes de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay mantuvieron una teleconferencia con el objetivo de coordinar medidas sanitarias, analizar el impacto económico y coordinar el accionar de las fuerzas de seguridad. Ausentes estuvieron representantes de Venezuela (no fueron invitados) y el presidente de Brasil (estuvo en su lugar el canciller Araujo). Nuevamente, este hecho deja en evidencia la diplomacia presidencial que caracteriza a América Latina en ausencia de organismos regionales que puedan analizar y elaborar recomendaciones de medidas para los Estados miembros. Será necesario pasar de las consultas a las acciones concretas. El tiempo es vital.

Hoy el Brasil de Bolsonaro está lejos de liderar un paquete de medidas para frenar el contagio del virus, el México de López Obrador aún descree de la rapidez con la que se propaga, lo que deja a la Argentina de Alberto Fernández con la posibilidad y la responsabilidad de coordinar y liderar los esfuerzos regionales para combatir la pandemia. Con 97 casos confirmados en ese momento, el país fue uno de los primeros en establecer el aislamiento preventivo y obligatorio para todo el territorio nacional. Previamente, las fronteras habían sido cerradas y las clases y los eventos públicos suspendidos. 

Mientras tanto, más allá de la región, la geopolítica no se toma descanso, y donde hay vacío de poder, aparece otro actor para ocuparlo. Es fundamentalmente el caso de la República Popular China y la reciente e incipiente aparición de la Federación de Rusia. A pesar de que Donald Trump busca construir una narrativa en torno al “virus chino”, la falta de liderazgo que está demostrando la administración estadounidense en torno a la pandemia es vista por Beijing como una oportunidad para recuperar una imagen de actor internacional responsable, desgastada al comienzo de la crisis por ocultar información y perseguir a los médicos que buscaban reportar y concientizar acerca de los primeros casos. En esta línea, China aparece para brindar ayuda a Italia en el medio del quiebre del sentido comunitario de la UE, comprometiéndose con el envío de 2 millones de barbijos, 100 mil respiradores, 20 mil trajes protectores y 50 mil test kits. Esto también es posible en tanto gran parte del material que el mundo necesita para luchar contra el COVID-19 se produce en China. Sumado a esto, Beijing desplegó su diplomacia realizando videoconferencias a nivel regional con Estados de Europa Central y del Este, con la Organización de Cooperación de Shanghái (vital para su relación con Asia Central) y con diez países isleños del Pacífico. Mientras tanto Rusia, fuertemente castigada por las sanciones de la UE desde 2014 y un vecino no muy confiable en los ojos de Bruselas, ha enviado nueve aviones militares con insumos médicos a Italia, miembro de la OTAN y en medio de las tensiones por la falta de coordinación europea.

Como señala Stephen Walt, la emergencia actual nos recuerda que los Estados continúan siendo los principales actores de las relaciones internacionales y que cuando surgen nuevos peligros, la sociedad espera de sus autoridades, antes que de cualquier otro actor internacional, medidas que garanticen la protección de su vida. En medio de una pandemia con efectos múltiples que van desde lo sanitario a lo social y educativo, los efectos que puedan tener medidas aisladas serán contraproducentes o una gota en medio del océano. Es necesario no repetir las fallas de coordinación como las de la UE, dotar de mayores recursos a la OMS e impulsar la multilateralización de la responsabilidad en foros como el G-20. Para ello, el CSIS sostiene que es necesaria que las grandes economías de Washington y Beijing puedan trabajar en conjunto, superando las diferencias del último tiempo. La hiperglobalización ha hecho a las sociedades más vulnerables ante la emergencia de pandemias, pero también les ha otorgado las herramientas para prevenir, anticiparse y prepararse. Es cuestión de asumir el liderazgo que se requiere y reimpulsar la importancia de mantener un sistema de cooperación e información compartida que hoy, salva miles de vidas.

Escrito por

Licenciado en Gobierno y Relaciones Internacionales (UADE). Becario Fulbright 2018. Maestrando en Política y Economía Internacionales (UdeSA).

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