La República Argentina no es ninguna extraña a las oleadas migratorias de entrada o de salida. Las de entrada, frecuentemente ha guiado a su sociedad civil a jactarse de diversa y abierta, mezclada e interracial y se ha convertido en más de una ocasión en el slogan nacional de invitación a eventos globales (la cumbre del G20 del 2018, por nombrar solo uno). Por otro lado, la salida está directamente asociada en la memoria colectiva a algunos de los puntos más bajos de la historia nacional, desde escapar de la dictadura militar hasta no poder sobrellevar la hiperinflación del año 2001. La Argentina no es extraña a las oleadas migratorias pero no por eso debería volverse habitué a las mismas.
El debate entre “Ezeiza sí o Ezeiza no” que despertó en las redes sociales en el último tiempo ha sido tema de discusión en mucho más que el espacio virtual. Grandes diarios nacionales se han pronunciado al respecto, numerosas columnas de opinión expresan posturas y diversos programas de televisión se han planteado la pregunta. Pero lejos de ser un cuestionamiento hipotético dejado a los medios, cada vez más, la posibilidad de emigrar se presenta como una opción más que atractiva para la clase media y media-alta argentina y, lo que es peor, para los jóvenes que la integran.
Según la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA) de la UCA, la juventud argentina representa casi un 20% de la población nacional, el equivalente a 8,4 millones de jóvenes de los cuales, además, dos de cada cinco en edad activa se encuentran desempleados. Los jóvenes en este rango etario se ven tan afectados como todos por los números de la pobreza nacional, que alcanzó el 30% a fines de la gestión de Mauricio Macri (2019) y que actualmente se acerca más al 40%, sin embargo, el joven que es foco de este artículo no se encuentra en la pobreza. El protagonista de este artículo es una persona joven, de clase media y que ha visto durante por lo menos los últimos diez años de su vida, a su situación económica deteriorarse progresivamente sobremanera.
Se estima que los argentinos han perdido a 2020 alrededor de un 50% de su poder adquisitivo (Forbes, 2020), pero además esta situación se combina para estos ciudadanos con otras condiciones que los atraviesan y que se vinculan de forma directa con su edad. Muchos de ellos se encuentran por primera vez en su vida ante la búsqueda de adquirir bienes de capital como una propiedad o un vehículo propio, necesidades que se corresponden al deseo natural y personal de crecer al haber crecido también en número de años. La condición inmobiliaria, de créditos e impositiva vuelve a esta voluntad casi imposible, sobre todo considerando que de diez jóvenes argentinos, solo cuatro de ellos poseen acceso actualmente a un trabajo en blanco (EDSA, 2019) con plenas condiciones que le permitan acceder a tales bienes de forma plenamente legal. Con respecto a los inmuebles, muchos se han resignado al “eterno alquiler”, o por lo menos así lo sienten, dado que la imprevisibilidad económica ha convertido para ellos en virtualmente imposible la probabilidad de planificar a largo plazo. Además, para quienes se embarcan en emprender un negocio, la altísima carga impositiva en habilitaciones y servicios genera que muchos de ellos tomen alternativas por fuera de la legalidad o adopten el formato “showroom” tan popular en estos días para evitar impuestos comerciales.
Tales condiciones han generado – sobre todo en una clase media joven y poseedora de un nivel terciario o de grado, la sensación de que el progreso personal se vuelve ampliamente limitado por las condiciones propias del Estado nacional, llevándolos de vuelta al debate que seguramente afectó hace una década a sus padres también ¿Quedarse o irse? ¿Abandonar el barco o creer que resiste? A la amplia seguidilla de malas decisiones económicas se le suman las últimas medidas financieras del gobierno de Alberto Fernández, el límite a la compra de dólares para el ahorro a sólo U$200 y el impuesto PAÍS que elevó el precio de la moneda norteamericana en un 30% ha generado más que propiciar el consumo (intención con la que fue establecido), a limitar la capacidad de ahorro de la clase media al forzarla a ahorrar en una moneda que pierde valor y estabilidad casi diariamente. Esto lleva además a la población joven en búsqueda de desarrollarse a gastar sus ingresos en nimiedades dado que a su vez, los mismos no son tampoco lo suficientemente altos para intentar costear bienes que les representen progresos considerables.
A pesar de que cada vez más los jóvenes optan por intentar escapar de tales condiciones, la realidad es que la vida en el exterior no necesariamente es causa infalible para el éxito. Si bien tener reglas del juego económico firmes agrega una cuota de estabilidad considerable, existen algunas desventajas que deben ser sopesadas a la hora de tomar la decisión. En países europeos como Suiza, Bélgica y Alemania la carga impositiva es tan alta como estricta y puede no siempre ser acompañada por el ingreso, especialmente si se habla de personas que no posean ciudadanía de la Unión Europea y puedan ver sus oportunidades laborales limitadas. En otros casos como en el Reino Unido y aún más en los Estados Unidos, existen registros de que los servicios de salud resultan a veces impagables para los propios ciudadanos y se ven habitualmente superados en sus capacidades debido a las crisis migratorias que afectan tanto a Europa (principalmente desde Medio Oriente) como a Norteamérica (desde el Caribe y Triángulo Norte).
Si bien resulta imposible eludir los efectos de una economía en crisis como la de Argentina, no es casualidad que la teoría económica repetitivamente se refiera a los jóvenes como el motor de una economía. A pesar de esto, en la praxis los gobiernos jerarquizan problemas en términos de urgencia y tal categorización genera que habitualmente situaciones como esta tiendan a escaparse hasta que se hace demasiado tarde para encontrar una solución. El Estado nacional ha sentado las bases para que la ciudadanía pueda desarrollarse lo mejor posible desde el minuto en el que la salud y la educación pública se hicieron accesibles para todos; sin embargo, facilitar el desarrollo personal y profesional de los jóvenes es un indispensable para pensar en un progreso nacional tanto en el corto como en el largo plazo. De lo contrario, cuando Ezeiza se vuelve opción, el espacio vacío de este motor es lo único que queda atrás.
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