El armado de las principales fórmulas electorales que competirán por la presidencia de Argentina invita a repensar qué tan lejos ha quedado el sistema que tanto repudió Aristóteles y otro tanto extrañó Rousseau ¿Argentina es República o Democracia? Son conceptos que la política moderna suele armonizar en el constructo “República Democrática” pero que desde la Ciencia Política no se puede dejar de reparar en su enorme contradicción conceptual.
Es necesario un breve repaso histórico sobre estas definiciones para pensar con rigurosidad conceptual la coyuntura electoral actual. La democracia fue pensada como el gobierno de todos (todos los que son considerados ciudadanos). En el esquema clásico no puede haber una intermediación en la soberanía política individual, por lo que la idea de un representante contradice a su definición. La democracia, para sus críticos, es el gobierno de la mayoría en perjuicio de un minoría que no encontraría su lugar de influencia en la cosa pública, y esta mayoría gobernaría en su propio beneficio que, por ende, nada tiene que ver con el “bien común”. En contraposición a este tipo de gobierno “despótico” nace la República, el gobierno de los mejores. Ellos tenían que ser quienes, mediante el uso de sus capacidades intelectuales, conocieran cuál era el “bien común” y qué medidas o decisiones eran acordes a él.
Esto nos lleva a la pregunta ¿gobiernan los mejores o la mayoría?, cuya respuesta se podría acordar sin mucha discusión: ni unos ni los otros, gobiernan los políticos. Esta respuesta puede parecer obvia y hasta redundante, pero no lo es si se asume una perspectiva histórica sobre la conformación de las clases políticas en medio del juego institucional que son las elecciones de la modernidad. Con la invención del gobierno representativo se buscaba sanear, por un lado, las falencias del absolutismo monárquico y por el otro, proteger una determinada estructura social de la voluntad popular, generando un marco de estabilidad.
“Si quien gana una elección no gana en base a sus propuestas, no le debe nada a la ciudadanía que representa.”
Los teóricos del constitucionalismo engendraron un sistema que llamaron “Republicano”. A su vez, le agregaron un componente de representatividad, por lo que algunos se tientan en denominar a todo el sistema democrático. El estiramiento conceptual al que se deben someter esos términos clásicos para describir nuestro sistema actual enardecería a cualquier lingüista. Las democracias liberales actuales tienen como gobernantes a quienes logren la estrategia comunicativa más efectiva y nada tiene que ver con elegir (y proponer) políticas o propuestas concretas.
La falta de mandatos imperativos (que el candidato este obligado a cumplir sus promesas) y de la posibilidad concreta de revocabilidad son muestras que de democrático nuestro armado institucional tiene realmente poco.
Ahora ¿qué tiene que ver toda esta discusión teórica con el armado de las fórmulas presidenciales en Argentina? Para responder esa pregunta serviría repensar cómo se dió, y en qué medida se vió reflejado el espíritu democrático en este armado. La fórmula oficialista es fruto de un capricho personal, que al no poner a la figura de su espacio con más apoyo a nivel nacional, podría encaminarse a una posible derrota. La principal fuerza opositora lleva a la cabeza a un hombre prácticamente desconocido para la mayoría de la población, en cambio, la cara visible de dicha fórmula sigue siendo la ex presidenta. En este marco, si se piensa en los resultados de la gestiones que cada fórmula representa, no se entiende el por qué de la gran polarización social que reflejan las encuestas.
Para comprender esta situación, algunas teorías sobre el presidencialismo en la región sirven de guía.
En un escrito sobre Neocaudillismo en América Latina, Javier Corrales nos da una tipología para clasificar actores políticos que buscan el poder, aprovechando situaciones de crisis económica o institucional, los cuales según su teoría terminan muchas veces minando la calidad de la democracia. Dentro de su tipología se encuentran los expresidentes que quieren retornar al poder y los que buscan la reelección. Encuentra que ellos buscan representar frente a situaciones adversas una percepción de estabilidad, pero la otra cara de esta estrategia es la ausencia de material propositivo que dé razones a la ciudadanía para acompañarlos. En otras palabras, si quien gana una elección no gana en base a sus propuestas, no le debe nada a la ciudadanía que representa. Este factor es el que se entiende como perjudicial para la calidad de la democracia.
En este contexto parece no quedar lugar para propuestas políticas coherentes que apuesten a campañas centradas en la afirmación de sí mismo y no en la negación de un otro. El valor de nuestro sistema de gobierno es que depende de la voluntad de la ciudadanía el valorar a quienes buscan convencer mediante el miedo o a quienes lo hacen con propuestas a futuro.
Excelente nota, este autor es lo más. Espero ver más cosas escritas por él.