Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Ese es mi testamento para ustedes padre, madre y hermanas mías; para ti, mi Gustina, y para ustedes, camaradas; para todos aquellos a quienes he querido. Lloren un momento, si creen que las lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, pero no lo lamenten. He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza. Julius Fucik en Reportaje al pie de la horca
“La gente no odia lo suficiente a los periodistas”. Esta frase, pronunciada por el Presidente de la Nación, Javier Milei, significa uno de los agravios más fuertes dirigidos a la prensa desde el regreso de la democracia en 1983. La obsesión del Presidente al atacar a los opositores, llamándolos ensobrados, mandriles, y todo tipo de apodos descalificativos. Incluso, el Primer Mandatario llegó al absurdo de denunciar penalmente a periodistas de la talla de Carlos Pagni.
Hace algunos meses esta violencia que emana del Ejecutivo dejó de ser retórica para convertirse en física. Pablo Grillo, un joven fotoperiodista que se encontraba cubriendo la marcha de los jubilados, fue brutalmente herido por la Policía Federal. Como consecuencia del ataque que sufrió, Grillo perdió una importante cantidad de masa encefálica y, de no haber sido gracias a los esfuerzos de los médicos de la Salud Pública, podría haber perdido la vida.
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A partir de aquel hecho, los fotógrafos y reporteros argentinos que decidan cubrir diversas manifestaciones deben utilizar diversas herramientas como máscaras, cascos y chalecos antibalas para protegerse de la violencia policial. Estas medidas de precaución serían más que adecuadas si estos periodistas y fotógrafos estuviesen cubriendo un enfrentamiento armado en una zona de conflicto. Sin embargo, suenan a un verdadero disparate al tratarse de profesionales que están cubriendo una manifestación opositora en un Estado de Derecho.
Esta violencia explícita que el gobierno argentino ejerce contra los medios de comunicación se replica en otras partes del mundo donde gobiernos autoritarios y de extrema derecha buscan silenciar a voces disidentes. La cita que introduce este artículo, extraída de Reportaje al pie de la horca, escrito por el periodista checoslovaco Julius Fucik, hace referencia a la resiliencia y fuerza de voluntad que caracteriza a los periodistas que buscan la verdad y se enfrentan a regímenes autoritarios. Fucick, que fue ejecutado por el regimen nazi en 1943, dejo como legado un testimonio fundamental para comprender la relevancia que caracteriza a los periodistas en los momentos más oscuros de la historia.
En Israel, el gobierno del Primer Ministro Benjamin Netanyahu amenazó con sancionar al diario opositor Haaretz debido a su rigurosa cobertura del conflicto en la Franja de Gaza. Haaretz, que se publica en inglés y hebreo, es uno de los diarios más antiguos de ese país. La animosidad de Netanyahu ante este medio radica en que probablemente Haaretz sea uno de los medios que más investigue los crímenes de guerra cometidos por el gobierno israelí durante su incursión en Gaza, muchas veces de forma más rigurosa y precisa que otros medios internacionales de renombre.
Cabe señalar que Israel no permite el ingreso de periodistas extranjeros a la Franja de Gaza, por lo que la única forma que tiene la opinión pública mundial de enterarse de primera mano sobre lo que sucede en la franja es gracias al enorme trabajo que realizan los periodistas palestinos, incluso arriesgando su vida para ejercer su profesión. Se calcula que alrededor de 200 periodistas palestinos perdieron la vida durante el transcurso de la guerra.
En Polonia, el partido de extrema derecha Ley y Justicia se hizo con el control total de los medios públicos de comunicación. A través de ellos, se ocupaba de transmitir la propaganda oficial del Partido. La televisión pública polaca, que antaño gozaba de prestigio y reconocimiento, se convirtió así en un aguantadero de funcionarios fracasados que utilizan esta plataforma para esparcir teorías conspirativas.
En la Federación Rusa, el bienestar de los periodistas e intelectuales nunca estuvo garantizado del todo. Basta leer el Doctor Zhivago de Boris Pasternak y conocer la historia del autor para comprender el alcance de la censura en la URSS. Si bien luego del Fin de la Guerra Fría la relativa liberalización que atravesó la sociedad rusa permitió a muchos periodistas trabajar con mayor libertad, la llegada de Vladímir Putin al poder a comienzos de este siglo terminó de enterrar cualquier esperanza de una prensa verdaderamente libre en Rusia. Esta guerra contra los medios disidentes se acentuó a partir de febrero de 2022, cuando Rusia invadió a Ucrania.
Este hecho significó un punto de inflexión para muchos medios independientes que luchaban por sobrevivir y que, visto la dureza con la que el gobierno ruso castigaba a los manifestantes pacifistas, debieron pasar prácticamente a la clandestinidad.
A su vez, el Ejército ruso intentó, por todos los medios, destruir la prensa y la intelectualidad ucraniana. Ejemplos de esto son el brutal asesinato de la escritora Victoria Amelina a inicios de 2023, y el constante acoso a intelectuales y periodistas ucranianos en los territorios ocupados por Rusia. Hace un par de semanas, el diario británico The Guardian dio a conocer la historia de Viktoriia Roshchyna, una periodista ucraniana que sufrió torturas salvajes en una cárcel rusa que le provocaron la muerte.
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Los ejemplos anteriormente mencionados comprenden solamente un par de casos que ejemplifican de forma clara los peligros a los que deben enfrentarse los periodistas en la actualidad. La organización Reporteros sin fronteras alerta que el ejercicio de esta profesión se vuelve más peligroso a medida que el autoritarismo avanza en el mundo.
La protección de la libertad de prensa resulta fundamental para permitir que los medios puedan seguir trabajando con seguridad.





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