Como se estila decir, hago mía la reflexión del periodista Iván Schargrodsky en el aire de Futurock a comienzos de esta semana: estamos asistiendo al ocaso definitivo del orden rector en donde deambuló la política argentina durante la última década y media. Se trata de un proceso cuyo inicio podemos ubicar en el conflicto entre un joven gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el campo, a causa de las tensiones por la ley 125, a comienzos del año 2008. En estos quince años, tres presidentes, enfrentamientos, reconciliaciones, aciertos, desaciertos, sorpresas y habitués formaron parte de esta saga de la política argentina. No se trata aquí de simplificar brutalmente aludiendo que, dígase, CFK y Mauricio Macri “son lo mismo”, o que por ejemplo no hay diferencias observables en las condiciones del 2010 y las del 2020. Pero sí podemos encontrar nombres, coaliciones, consensos y clivajes que compusieron la banda sonora de este ciclo. Si pensamos a nuestras vidas cotidianas, se trata de un transcurso dentro del cual muchos de los que estén leyendo estas líneas terminaron sus estudios secundarios, llegaron a la adultez, obtuvieron su primer empleo precarizado y scrollearon día tras día en la página de ZonaProp. Básicamente, sobre los cimientos de este orden proyectaron su vida, sus metas y, claro, descubrieron los límites que el propio mundo le impondrá a estas.
El brutal giro de los acontecimientos a partir del resultado de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, a un ritmo que va desde promesas de dolarización hasta calcar argumentos del genocida Emilio Massera en un speech dentro del debate presidencial, hace que el arribo a esa nueva fase pueda tener forma de salto al total y completo vacío. ¿A qué se asimila la era post-bicoalicionista que podría encabezar una eventual administración de Javier Milei? En primer término, consideremos que los personajes fundacionales del orden mileísta estuvieron allí todo este tiempo, como es el caso de dos posibles ministros suyos: Guillermo Francos -Interior, específicamente- y Santiago Montoya -vinculado a la AFIP bajo esta órbita- fueron hombres fuertes de Daniel Scioli durante su gobierno en la Provincia de Buenos Aires, entre 2007 y 2015. Francos, de hecho, reivindicó en una reciente entrevista con Alejandro Fantino una etapa previa a su paso por la gestión de “El Pichichi”: su trabajo junto a Domingo Cavallo en la década de los 90’. Si queremos darle una vuelta más de rosca, la encontraremos, ya que el cavallismo en aquel entonces supo incorporar a sus filas a hoy integrantes del gobierno nacional, entre ellos… el presidente Alberto Fernández.
Fíjese que hemos nombrado de manera lateral a Cavallo y ni siquiera mencionamos aún al aliado mileísta y sindicalista Luís Barrionuevo, personajes jurásicos de un escenario político que creíamos dejado atrás y que se ha tornado plan de gobierno en un parpadeo. Es fácil atacar aquí al concepto de “casta” que sostiene Milei, tan elastizado como selectivo e hipócrita. Los nombres se pueden defender alegando que la gobernabilidad es inconcebible sin el ingrediente de la experiencia. Pero el regreso de esta suerte de patrulla perdida de la política doméstica, hoy parte intrínseca del proyecto del candidato en cuestión, debe entenderse abarcando también el orden en retirada y la irrupción de La Libertad Avanza en el cuadro de alianzas al cual estábamos acostumbrados.
La gestión de Macri, Cambiemos/Juntos por el Cambio, y de Fernández, Frente de Todos/Unión por la Patria, fueron un prolongado episodio despedido de la experiencia bicoalicionista. En términos de sketch, y si esto fuera un paso de comedia, pensábamos que siempre habría una Gabriela Cerruti para un Fernando Iglesias. Pero no. Asistimos a una suerte de condena electoral para ambas cosmovisiones, y concretamente para ambas alianzas en sí. La palabra “condena”, si bien puede sonar fuerte en un principio, llega a estas líneas a través de una reflexión del sociólogo y antropólogo Pablo Semán en un mano a mano con Carlos Pagni en La Nación+: “Hay una disociación (…) un camino a la anarquía o a lo desconocido”,“uno diría que la clase política se merece perder con Milei, pero la Argentina no se merece pasar por lo que está llamando, lo desconocido”. Una parte considerable del electorado se concibe como jurado. Yendo más en profundidad, un jurado que busca venganza y entonces envalentona al verdugo. El problema es que en esta historia la guillotina cae sobre nuestras cabezas, con consecuencias irreversibles
En este proyecto de Politólogos al Whisky hemos hecho un esfuerzo conjunto por lanzar rayos equis buscando saber de qué está hecho el voto a Milei. Causas hay muchas, más aquí podemos ensayar la hipótesis que hemos debatido en artículos y newsletters: la dirigencia política ha perdido su capacidad de conectar con las necesidades del electorado, y no nos referimos solo a la actual crisis económica pendiente de resolver -nada más y nada menos- sino también a lo que hace a los nuevos proyectos de vida. El necio internismo, el agotado rap opositor y la ausencia de horizontes se desenvolvieron al calor de la mencionada crisis que postergó indefinidamente el acceso a mejores condiciones materiales, devaluó planes de vida y debilitó el sentido colectivo de quienes, justamente, ingresaron a la edad de las preguntas en el lento ocaso del orden hoy en mutación.
Javier Milei se apalancó en la teoría económica para ingresar en hogares y pantallas, pero no tiene que dar respuestas sobre el fracaso dolarizador en otras partes del mundo, o de la brutalidad de sus “metáforas” irreproducibles en este espacio, porque su llenado es espiritual. Esa dotación de sentidos hacia un conjunto poblacional desesperanzado, con un enemigo como la casta, con aliados como “las fuerzas del cielo”, con chivos expiatorios que expliquen su situación en picada, puede ayudar a entender por qué es estéril, y hasta perezoso, minimizar al votante de La Libertad Avanza como un “facho” y ya. Vamos, sabemos que esto es más complejo. ¿Qué pasó aquí?
“Lo votan porque cree que va a volar todo”. En el plató de C5N, el doctor en Ciencias Sociales, Alejandro Horowicz, brindó esta reflexión en Brotes Verdes: “Milei tiene una cantidad de votos que los juntas en una urna, lo soplás, y se vuelan. Y aparte, los votantes de Milei, no están dispuestos a demasiado más que votar”. La provocativa intervención nos sirve para interpretar qué sustentabilidad en el tiempo posee este fenómeno. Milei no precisó recorrer exhaustivamente una determinada provincia para ganar en ella. El mérito de haber primereado a propios y extraños con virales en TikTok y miles de reproducciones en YouTube fue un camino hacia una jornada específica dentro de un país donde el voto es obligatorio. En un día de elecciones, uno sale a la calle y la propia marea transeúnte te invita a desembocar en una escuela para sufragar. Es una fecha apartada, de transporte público gratuito y ley seca desde la velada anterior. Es complicado que te pase de costado. Los votos que dieron vehículo a la performance de Milei, ¿se traducen en una fidelidad cuando ejecute su extremo plan económico? ¿Resiste a la furia del defraudado y empobrecido? Esto con la agravante de que recetas presentes en su nave gobernante ya han salido eyectadas de sus sillas en pleno estallido social, allá por diciembre del 2001, cuando miles de manifestantes reclamaban con sus cacerolas la salida de Cavallo del ministerio de economía, dentro de la próxima a concluir gestión de Fernando De La Rúa. Si a esto le sumamos las décadas que pide Milei cuál cheque en blanco para que sus promesas se plasmen, lo que tenemos es la conformación de un cóctel explosivo.
El tiempo es un factor curioso también al referirnos a un sujeto que hace tres años ni habríamos de asomar como posible huésped de la Quinta Presidencial de Olivos. La historia de Milei no es procesal, sino expandida, como si fuese en tres dimensiones: podemos tener días de material, si recopilamos sus apariciones en medios en el último período, y hemos podido conocer su visión prácticamente de todo lo que hace a la existencia, desde concepciones sobre vida íntima hasta él (negacionismo del) cambio climático. Eso se contradice con su inesperado arribo a la primera plana de las noticias y el componente inédito de que alguien a quien pocos sabían nombrar hasta hace unos años hoy salga primero en una PASO presidencial. Puede ser mérito, pero también es la asimilación de Milei al verdugo vengador, envuelto en un componente emocional, sumamente efectivo para hacer temblar a las urnas cuando la situación socioeconómica está en declive, pero que puede evaporarse una vez que esté al mando de la administración de nuestros problemas del día a día, si llegase a esa posición. ¿A dónde se va la bronca cuando la bronca llega al poder? ¿Cuánto se sostiene el experimento cuando la base del “yo no soy lo que ellos son” ya suene trillada y desgastada? ¿Qué habrá en el nuevo orden, en la post-venganza?
Nadie es “culpable” por votar a determinado candidato. Algo muy diferente es la responsabilidad. El salto al vacío es una posibilidad, pero estaríamos subestimando nuestra propia inteligencia si jugamos al desconocimiento sobre los resultados de ese salto, cuando el cartel frente al abismo señala ítems como “achicamiento”, “excesos” y “motosierra”, elementos que hasta hace poco tiempo creíamos limitados al guion de El Juego del Miedo. Éramos tan inocentes.
Ser contemporáneos a un cambio de paradigma de esta dimensión trae varios revolcones de estómago: decisiones de alto impacto en las hojas de ruta de toda la comunidad serán tomadas en las próximas horas. No tengas dudas que por estas elecciones te van a preguntar tus nietos.
Nos vemos del otro lado.





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