#PopPurrí Nº15 – La enfermedad es belleza

¡Hola poliwhiskers! ¡Feliz junio! Cortando el año por la mitad, doy por iniciada la etapa de “estoy haciendo lo mejor que puedo así que más vale sea suficiente”.

El informe de hoy, para variar, surge de una puesta de pelos de punta que me agarré en las redes sociales. El tema en cuestión es los estándares de belleza y 2 bandos enfrentados a muerte: quienes vanaglorian los del pasado, afirmando que eran más “sanos y naturales”; y quienes afirman que los actuales son los menos nocivos de la historia. No solo esta dicotomía es irresoluble sino que es limitante: ninguno de los 2 tiene razón.


 Ser bella es morirse un poco 

La belleza femenina no ha sido un concepto asociado a la salud en siglos en el (blanco) hemisferio occidental. Internet está plagada de pseudo-científicos que hablan de la asociación de pechos grandes, dientes blancos y labios carnosos con fertilidad y apelación a nuestros instintos de supervivencia; pero es tan incomprobable como útil querer incorporar a nuestra vida cotidiana hábitos de cuando los pulgares eran novedad.

Remontémonos unos siglos, para hacerlo más palpable. Para finales del S XVIII e inicios del S XIX, la imagen de una frágil, joven y pálida damisela se había instalado en el inconsciente colectivo como sinónimo de hermosura. Lo que muchos no saben es que esto fue resultado de una glamorización de los síntomas de la tuberculosis, una enfermedad que llegó a ser la causa de un cuarto de las muertes en Europa entre 1780 y 1850. Como afirma Allison Meier al explorar la obra de Carolyn A. Day Consumptive Chic: A History of Beauty, Fashion, and Disease,  la delgadez, exposición de las venas, mejillas rosadas, ojos llorosos y labios rojos formaron la imagen de una propia señorita a la semejanza de una consumiéndose en su lecho de muerte. Esta idea se ve ilustrada en uno de los personajes más resonantes de la época, Violetta, la protagonista de la ópera La Traviata; o en pasajes de la famosa  Charlotte Brontë como “Consumirse, soy consciente, es un mal muy halagador”.

Si nos centramos en los inicios del Siglo XX, hay otros puntos para explorar. Con la democratización paulatina del acceso a la comida, las clases altas debieron buscar otro diferenciador externo con el que separarse de las masas. Es así que en territorios donde estaba arraigado el cristianismo, sobre todo el protestantismo, se impuso la idea de autocontrol de los impulsos como característica de las clases pudientes, sobre todo de las de “viejo dinero”. De esta manera, la robustez comenzó a asociarse con minorías raciales, grupos inmigrantes y clases populares, para indicar que estaban mucho más cerca de ser bestias desencadenadas. Incluso con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, la figura de una mujer delgadísima continuó en boga, siendo su máximo exponente las mujeres flapper de los años 20: jóvenes damas con figura de varón adolescente (1)

Con los avances de las ciencias de los alimentos propiciados por las investigaciones con fines bélicos (con el fin de diseñar comida nutritiva y portátil para los combatientes), llegó una nueva moda: contar calorías. Lo que comenzó como un dispositivo estatal para controlar la salud de las tropas y población civil, se convirtió en una herramienta de opresión femenina: las mujeres no solo eran responsables de mantener sus figuras, sino asegurar las medidas correctas para sus familias, iniciando ciclos viciosos.

¿Pero no es que los años 40’ y 50’ vieron el renacer de los cuerpos femeninos curvilíneos? Sí y no. Las prendas comenzaron a confeccionarse de manera tal que levantaran el busto y acentuaran la cintura y caderas; pero la idea de que las mujeres buscaban ganar peso para obtener esa silueta está más que equivocada. El objetivo era moldear la figura con ropa interior, a la vez que se perdía la mayor cantidad de peso posible. Como ejemplo Rita Hayworth, una de las divas de la era dorada de Hollywood, confesó bailar 8hs por día + otras actividades aeróbicas y jamás consumir almidones ni grasas; y la más famosa de todas, Marilyn Monroe, habitaba las medidas 92-61-86cm y pesaba 53.5kg en 1954. De “””plus size””” nada: Este fue el boom de los programas de dietas, la venta de pastillas adelgazantes, publicidades de antes y después y otras monstruosidades. A su vez, se pusieron de moda entre las grandes estrellas de cine y TV procedimientos quirúrgicos super peligrosos, que permitieran emular los rasgos faciales halagados por la supremacía blanca: levantamiento de cejas, electrólisis (reconfiguración de la línea capilar usando energía eléctrica), rinoplastias, entre otras, fueron muy populares. Todas tus estrellas favoritas las tienen: nada de “antes la belleza era natural”.

Con el proseguir del siglo, las rutinas de ejercicio fueron popularizándose gradualmente, ganando más espacio bajo los reflectores. La figura de la dieta fue asociándose con conceptos negativos como banalidad y tristeza, por lo que fue reemplazada (acompañada) por la cultura del ejercicio, donde lo importante se concentraba en tonificarse, entrar en contacto con el cuerpo y contornearlo. Por esta etapa, los VHS de ejercicios de Jane Fonda fueron los más vendidos (unos 17 millones de ellos), teniendo gran éxito otros precedidos por instructores o diferentes celebridades como Cher y Raquel Welch. Este momento histórico se considera como la cuna de la epidemia de vigorexia moderna, es decir, una obsesión con endurecer la musculatura que conlleva cambios bruscos en la alimentación, vida social y relación con el propio cuerpo.

Por su parte, las décadas de los 90’ y 00’ se caracterizaron por su enaltecimiento de los estándares de belleza propios del reinado victoriano (donde comencé este análisis), en parte como una romantización de los efectos de la crisis del HIV y SIDA de los 80’ y 90’; popularizando el arquetipo de la Sick Girl una vez más. Creo que la mayoría de Uds recuerdan la época del Heroin Chic, y si no habían nacido, pueden empezar por aquí

Finalmente, este siglo XXI considero se ve marcado por 2 fenómenos: la artificialidad y lo que llamo una blanca ambigüedad racial. Por un lado, se establecen como parámetros estéticos valores y características que son alcanzables casi exclusivamente a través de cirugía plástica. Por otro lado, como respuesta a fenómenos como el mestizaje, los movimientos sociales en favor de las minorías raciales, los intercambios culturales y favoritismos de los algoritmos de internet, se han popularizado cirugías que otorgan rasgos usualmente fetichizados de razas no-blancas a cuerpos blancos; como lo son los glúteos grandes en los cuerpos negros  (2) y ojos rasgados en cuerpos asiáticos.  Estos hechos se ven reflejados en el furor de las influencers slim-thick -mujeres extremadamente delgadas pero con curvas muy pronunciadas, es decir, con grasa localizada de manera deliberada y precisa (3)– y los extremos foxy eyes, donde se tensa la piel que rodea a las esquinas exteriores de los ojos hasta que queden rasgados. De ambas maneras, lo que está de moda es arriesgarse a morir por ser bella.


 Conclusión 

¿Esto significa que las mujeres somos idiotas y banales? No. Significa que detrás de la belleza hay miles de juegos de poder, donde se mezclan distintas historias de opresión y reconversión, bajo el nombre de Políticas de la Deseabilidad. Ser considerada hermosa es un arma, un recurso, una divisa con la que puedo pelear esta batalla de la vida en la que se niegan muchas alternativas. Sin embargo, esta herramienta es limitada, volátil, ajena, perenne y subyugante. Hasta que el poder no circule más libremente estaremos todas enfermas. Podemos decir que somos zombies peleando por el derecho a ser horribles sin repercusiones. 

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Escrito por

Lic. en Relaciones Internacionales. Lic en Ciencia Política. Todo lo que escribo es a título personal a menos que se explaye lo contrario.

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