¡Muy buen viernes! Tengo que aceptar que siempre me sentí medio culpable por no haber hablado antes de esta serie. Porque si hay una serie al igual que Veep o Borgen que sea una eminencia de política ficcional, esa es The West Wing.
Estrenada en 1999, demostró que era posible hablar seriamente de política en televisión. Antes de su estreno, la ficción norteamericana sobre política consistía solo en parodias humorísticas. Pero luego llegó Aaron Sorkin y demostró a todo el mundo que un drama político podía triunfar en televisión. The Wire y House of Cards no se entienden sin el éxito de The West Wing.
Durante sus siete temporadas, The West Wing relata el día a día de un presidente de los Estados Unidos, el demócrata Josiah Bartlet (Martin Sheen) y su equipo de asesores. Una serie que le sobra optimismo. Es fácil ver en la ficción de Sorkin una defensa del Estado y, en términos generales, de lo público. El Gobierno aparece como un artefacto para hacer mejor al mundo. Algo que es muy justo en un país como los Estados Unidos, caracterizado por una tradición libertaria donde la seguridad social ha sido limitada, donde se cuestiona la legitimidad del Estado para regular las armas de fuego y donde, en definitiva, es habitual desconfiar del Gobierno federal.
Al igual que estos ideales, la serie reivindica a los personajes que trabajan en el gobierno, los asesores, los políticos. Para Sorkin y los otros escritores, servir al gobierno es un acto de honor, nos dice que un presidente puede ser como Jed Bartlet, íntegro, compasivo y un gigante intelectual. O que en política hay personas como Toby Ziegler, un tipo taciturno y cínico en la superficie, que esconde a un idealista de valores inquebrantables.
A pesar de todo lo mencionado, la serie es criticada por ser sentimental y optimista en exceso; la política real no es ese mundo inteligente y repleto de buenas personas… sino un lugar desagradable y disfuncional, por donde rondan los egoístas con ansias de poder. Para los que la critican, The West Wing es una obra ingenua, o peor, un producto para defender el statu quo.
Algo que hizo famosa a esta serie fue un tipo de secuencia, las walk and talk, en las que un personaje habla mientras camina por los pasillos de la Casa Blanca, repartiendo argumentos y réplicas afiladas con todo aquel que se pone a tiro. Los capítulos son una sucesión de debates vertiginosos y divertidos, que enfrentan al presidente y a su staff en caminatas de brillantes diálogos.
Es evidente que en The West Wing hay una defensa de la razón como motor de la política. The West Wing es una utopía. No es un retrato fidedigno de la política real, ni siquiera de la política posible o practicable.
Si uno se toma la serie de manera literal, cae en el error de la política personalista, que viene a decir que lo único que importa son los líderes carismáticos o competentes. Si los Gobiernos fuesen siempre como la Administración Bartlet, o sea, si estuviesen compuestos de gente increíblemente brillante y de conducta intachable, el diseño institucional no sería necesario: bastaría con dejarles hacer. Pero como esto no es así, es ahí donde necesitamos, mecanismos de control, sistemas de incentivos o división de poderes.
No por nada, a veinte años de su estreno, la serie sigue siendo aclamada, no solo por la crítica sino por ex funcionarios o por miembros que trabajaron en la Casa Blanca.