Nueva edición de El Eleccionario, ese cabezazo por encima de la marea informativa que conecta el centro de la más ardiente información electoral con el arco que decanta en tu casilla de email. Perdón, el sábado volví a jugar en cancha de 12 después de varios ¿meses? ¿años? y escribo esto aún con las piernas entumecidas y la espalda lamentando haber besado tantas veces el parqué de la canchita en barridas exageradas y sin sentido.
Anyway, soy Esteban Chiacchio, y las Primarias Abiertas, Simultaneas y Obligatorias están a la vuelta de la esquina. Abróchense los cinturones, porque hoy quiero hablarles de algo que me venía guardando hace tiempo.
Cohetes a la luna, patadas en el culo
Con una legislativa a punto de ser ganada de manera categórica y con medios de distintas latitudes ideológicas prontos a titular que el país se había pintado de amarillo, en octubre del 2017 el Diario Clarín difundió un supuesto desprendimiento de las conversaciones privadas del presidente Mauricio Macri, en dónde éste hablaba de “562 hombres” que frenaban el progreso de la Argentina. Al respecto de estos supuestos obstáculos, el mandatario habría dicho que “si los pusiéramos en un cohete a la Luna, el país cambiaría tanto…”.
El naufragio del proyecto macrista y la contundente derrota de Juntos por el Cambio en 2019 pudo haber inyectado adrenalina en las metáforas de la derecha respecto a los obstáculos en la búsqueda de progreso. Javier Milei, el economista que encabeza la lista de La Libertad Avanza en la Ciudad de Buenos Aires, lanzó su precandidatura en Plaza Holanda el último sábado ante una numerosa multitud que supo crecer considerablemente en los últimos años. En su discurso, el cohete se transformó en un puntapié en las posaderas y los 562 hombres que visualizaba Macri se atomizaron en los componentes del poder legislativo, área a la que Milei aspira a llegar: despotricó con lo que él identificó como la casta política y clamó que empezaría a lustrar sus zapatos para sacarlos a patadas en el culo.
Antes de continuar, y de verificar si se puede usar la palabra culo o buscamos un sinónimo, ¿por qué dedicar un newsletter, o parte significativa de él, a un movimiento cuya aspiración máxima hoy -sin ánimos de desmerecer- apunta a ser tercera fuerza en la Ciudad de Buenos Aires? Las respuestas pueden ser varias, pero quizás lo esencial por ahora es centrarse en algunos factores inéditos que recubren la propuesta del mediático economista: ¿qué había en esa multitud en Plaza Holanda?
Primero podríamos entender a Milei como un fenómeno insertado en un compendio de agentes políticos de performance similar en algunos puntos. ¿Es hipócrita que hable de combatir el sistema embanderándose en causas conservadoras, o el hecho de que sostenga la idea del libre mercado la cual, cuando fue sostenida por gobiernos en Argentina, contribuyó a la desarticulación industrial, el desempleo y la desigualdad social? Es relativo: Donald Trump construyó su retórica anti-establishment rodeado de ultraconservadores y adherentes al status quo que el magnate prometía derrotar. El Partido Republicano sirvió de carcasa para comulgar a un sinfín de inadaptados políticos, desilusionados con el sistema o nacionalistas decididos a hacer a América grande otra vez.
Entonces, ¿es la similitud en percepciones sobre el mundo lo que aproxima a los seguidores de Milei, o es la efervescencia que les despierta el liderazgo carismático del referente del cabello imposible lo que movilizó a un considerable número de jóvenes a Plaza Holanda el último sábado? Dando vuelta la cuestión, ¿es identificarse con una causa en común, o es el haber sido hallados por una identidad política cocida al calor del internet, las carencias del sistema, el resentimiento con los episodios políticos fallidos de la Argentina y la grandeza que extraviamos? Y es aquí donde, a aquellos que nos percibimos en las antípodas de Milei, nos toca incomodarnos un poco ante la incógnita de si el economista descubrió un puente con una facción del voto joven que otras fuerzas han desconocido como explorar.
Nosotros y ellos
En una conversación en radio con mi querido amigo Facundo Pérez, estudiante de Ciencia Política en la UBA, surgió una conclusión interesante para comenzar a problematizar el fenómeno: desde el gobierno de Néstor Kirchner, una vez terminada la etapa de uno a uno, el aplauso a las privatizaciones y la pizza con champagne, el Estado comenzó a tener un rol central en la organización política, social y económica de nuestro país. De su invisibilización en los 90’, limitado únicamente a aceitar las concesiones y la discrecionalidad entre ejecutivo y los gobernadores, la entidad estatal pasó a ser un actor clave en el desarrollo, la inclusión y la dotación de accesos y derechos de todo tipo.
Kirchner asumió en 2003. Una persona nacida en aquel año hoy tiene la mayoría de edad, y hace dos puede votar. Creció en un mundo donde la regulación estatal no solo en lo económico, sino en el envión a reivindicación de causas históricamente silenciadas, como la lucha por los derechos humanos o el reclamo por la democratización mediática, estaba arraigada al debate político cotidiano. Más en el tiempo reciente, la lucha y resistencia del feminismo plantó una serie de cuestionamientos y puntos de quiebre en la percepción de una sociedad en sus modos, producciones culturales, lenguaje, educación, familia y sexualidad. Sería falso creer que el peronismo-kirchnerismo monopoliza, en el ámbito legislativo, dichas causas: por ejemplo, el debate por la interrupción voluntaria del embarazo mostró pañuelos verdes en bancas tantos de la en aquel entonces Unidad Ciudadana, como en dirigentes de Cambiemos.
Si en los últimos tiempos podemos identificar un claro avance en la ampliación de derechos, ¿podemos concebir que existan corrientes que se perciban inadaptadas del sistema que cada incluye e incluye? Aquí es donde creo interesante marcar una fuga. Una fuga cuya identidad creo que aún está en disputa y de la cual creo su contenido varía según quién se detenga a observarla.
No es casual que el impacto que genera Milei sea tan marcado en jóvenes que, en su mayoría, incluso no superan los 25 años. ¿Qué recordamos nosotros de aquella transición entre el secundario y la universidad, la vida laboral y, a fin de cuentas, la adultez? Muy probablemente, a una edad con más dudas que respuestas, en donde tenés que marcar con una equis en una planilla la carrera que, nos dicen, ha de acompañarnos para toda nuestra vida. Se aterriza en el mercado laboral argentino, en donde un puesto de trabajo no es algo asegurado y la precarización es moneda corriente. La explotación laboral no se basa solo en un laberinto de llamados y papeleo: es también tiempos cortos para almorzar, viajes interminables en colectivo y pelear el cobro en tiempo y forma a fin de mes. Si somos privilegiados, podemos prescindir de un laburo extenuante, pero ese margen de maniobra no es algo que abunde. Y estoy hablando solo del aspecto laboral. El duelo de amistades extraviadas, los tabúes de la intimidad no saciados por una insuficiente educación sexual en el colegio y el aplastamiento de la rutina a algún talento que hemos descubierto de más chicos -si es que se tuvo los estímulos suficientes- son hechos que atravesamos y que, por algún motivo, son reprimidos o subestimados. Curiosamente, nos jactamos de cada día amanecer en un país más inclusivo, pero aún transitamos pasos primitivos a la hora de deconstruir el aparatoso ritual de ingreso a la adultez. La salud mental, la contención e incluso los derechos laborales aún parecen estar en una inmerecida bandeja inferior. Se desarrolla un terreno fértil para un administrador de verdades, un predicador con certezas de qué sucede. Un manto para los desamparados de esta etapa que centra su cohesión en un enemigo en común: el Estado, sus políticos y su corrección política. Si de ir contra el sistema se trata, un pibe de 18 hoy concibe a la entidad estatal como parte de éste, y encuentra entre sus incógnitas a una certeza: ir por los márgenes del camino que propone el propio Estado, motivado por un orador que le ayudó a poner en palabras y acción al vacío que se puede transitar en la adolescencia y post-adolescencia
¿Es el mérito de Milei haber encontrado encauce político a aquella desorientación juvenil? Quizás lo sano es que esa pregunta quede flotando en el aire.
La bendición de tener un conflicto
Quien escribe está a favor del uso del lenguaje inclusivo. Celebro la deconstrucción en torno a la sexualidad que atraviesa nuestra sociedad y me ayudó a romper tabúes tanto en charla con amigos como en la pareja. Abrazo y milito la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia. Me permito, entonces, preguntar si el esfuerzo aún está lejos están de ser suficiente, sino que son un capítulo de un amplio libro de significaciones, disputas subjetivas e, incluso, incomodidades que debemos atravesar en nuestra introspección sobre el mundo político que nos rodea, motivado por los tiempos que corren y generaciones que nos suceden y pueden ver las cosas de un modo distinto y nos obliguen a pensar con nuevas categorías.
¿Será momento de posar la linterna de la deconstrucción no solo en lo diferentes que somos del pasado, sino en los rincones del presente que tan poco se parecen a la sociedad que decimos integrar? ¿Nos merecemos un debate sobre cómo el sistema educativo incentiva a los jóvenes, qué rol tiene la currícula y cuánto la motivación de los talentos e inquietudes? ¿No es demencial pedir un plan de vida a los 17 años, con tantas vidas por vivir? ¿Se habla en las escuelas de la brutal precarización juvenil? ¿Qué hubiera pasado si esperaban de nosotros a los 17 lo mismo que esperamos nosotros, desde nuestras categorías moralmente pulidas, de un pibe de 17? ¿Sentimos que hay una alienación política de nuestros representantes? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué esperamos para pedir mejores puentes para comunicarnos y exigir una mejor calidad de vida?
Esto no se trató de dedicarle un newsletter a Javier Milei para descifrar la explicación del fenómeno. Sino de intentar problematizar, como se haya podido, con eso que sucede cuando chocamos la mirada con alguien en las antípodas de nuestra percepción. Una suerte de intento de no quedarse en lo simple de la burla desde lejos, ni en una melancolía infumable por los jóvenes que ya no son lo que nosotros éramos: si sentimos una picazón porque aquello por lo que luchamos está siendo profanado, quizás es momento de tomar las riendas de la cuestión e incorporar a nuestro abordaje los rincones de la sociedad que necesitamos identificar e interpretar para entender el todo. Esa sería una importante elección.
BONUS TRACK:
- Estoy leyendo Magnetizado de Carlos Busqued: taxis, revólveres y supremas a la napolitana. Gran crónica.
- La semana pasada charlé un rato largo con Jorge Altamira y dijo varias cosas que me dejaron pensando.
- El reporte de julio del equipo de medio ambiente de Poli. Un verdadero lujo de leer.