Desde hace más de una semana, Irlanda del Norte vive uno de sus peores estallidos de violencia. Mnifestantes unionistas se han enfrentado a la policía produciendo disturbios en ciudades como Belfast y Derry con el lanzamiento de proyectiles y el incendio de vehículos, principalmente en las zonas de mayoría protestante. Como consecuencia, más de 50 agentes de policía han resultado heridos y al menos 10 personas han sido detenidas por las protestas en varias ciudades y pueblos norirlandeses.
El motivo es la entrada en vigencia en enero de las nuevas condiciones del Brexit, en las cuales el Protocolo de Irlanda del Norte (el documento anexo al acuerdo de retirada del Reino Unido de la Unión Europea), establece una frontera comercial entre la región y el resto de Reino Unido para evitar la necesidad de tener una frontera física en la isla de Irlanda. Como consecuencia, esta división despertó sentimientos de traición en los unionistas (la población protestante partidaria de que Irlanda del Norte permanezca dentro del Reino Unido). Además, un largo confinamiento por la pandemia profundizó una sensación de abandono en la población protestante que ya venía desde antes.
De alguna manera u otra, la salida del Reino Unido de la Unión Europea reactivó tensiones que, en realidad, parece que nunca habían desaparecido del todo. En otras palabras, estos factores en conjunto reavivaron el fantasma de tres décadas de sangriento conflicto entre republicanos católicos y unionistas protestantes, que dejaron unos 3.500 muertos hasta la firma del acuerdo de paz del Viernes Santo de 1998.
Por eso, en este contexto, el gobierno británico, el norirlandés y el irlandés reviven temores hacia una posible escalada del conflicto que resulte aún más difícil de controlar.