A finales del pasado mes de octubre, la ciudad de El Fasher, último bastión del Ejército sudanés, cayó en manos de las Fuerzas de Apoyo Rápido, un grupo terrorista financiado por los Emiratos Árabes Unidos. Lo que siguió fue un baño de sangre que terminó con la vida de más de 2.000 personas. Estos acontecimientos constituyen el episodio más reciente del horror en una guerra civil que desangra al país africano desde abril de 2023.
Tras un sitio de más de 18 meses, la ciudad de El Fasher, ubicada en Darfur, en la República de Sudán, quedó bajo control de las Fuerzas de Apoyo Rápido (Rapid Support Forces, en inglés). Este grupo terrorista viene esparciendo el terror desde hace más de dos años en distintas regiones del país. Sus ataques brutales contra la población civil generaron una crisis humanitaria de tal magnitud que provocó la muerte de cientos de miles de personas y el desplazamiento forzado de millones de civiles sudaneses.
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Inacción internacional y complicidad regional
En este contexto, y al igual que ocurrió con el conflicto en Gaza, la inacción de la comunidad internacional tuvo como consecuencia el agravamiento de una crisis humanitaria de enormes proporciones. Desde el estallido de la guerra civil, la situación en Sudán fue ampliamente ignorada por muchos gobiernos y medios de comunicación internacionales.
Asimismo, la innegable complicidad de los Emiratos Árabes Unidos con las Fuerzas de Apoyo Rápido —a través de la financiación y la provisión de armamento— demuestra hasta qué punto la comunidad internacional fracasó estrepitosamente en la prevención de las masacres en Sudán.
Los Emiratos Árabes Unidos incurren hoy en una forma de colonialismo contemporáneo, financiando grupos paramilitares en distintos países africanos para asegurarse el control de recursos estratégicos. Cabe destacar que los Emiratos dependen económicamente de Estados Unidos. En este marco, las imágenes de influencers emiratíes exhibiendo cadenas y anillos de oro resultan aún más obscenas frente al sufrimiento que su política exterior contribuye a generar.
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Un patrón de violencia y el desprecio por las vidas africanas
Así como financiaron a las Fuerzas de Apoyo Rápido en Sudán, este pequeño país del Golfo Pérsico también llevó adelante negocios controvertidos en Tanzania, mediante acuerdos impulsados por empresas emiratíes que buscaron erosionar la soberanía de ese Estado.
En el pasado, los Emiratos Árabes Unidos colaboraron con las fuerzas paramilitares lideradas por Omar al Bashir, responsables del genocidio en Darfur a comienzos de siglo. Por si fuera poco, también financiaron fuerzas contrarias a los movimientos prodemocráticos que emergieron en Medio Oriente y el Norte de África durante la Primavera Árabe.
A más de un mes de las masacres perpetradas en El Fasher —donde legisladores, periodistas, representantes de la sociedad civil, hombres, mujeres y niños fueron brutalmente asesinados—, la comunidad internacional sigue siendo incapaz de ofrecer garantías mínimas de seguridad a la población sudanesa.
La situación en Sudán evidencia con crudeza la apatía estructural que despierta, en amplios sectores de la opinión pública mundial, el sufrimiento de las personas africanas. Es como si el dolor de los civiles de Sudán, del Congo, de la República Centroafricana y de otros países del continente fuera apenas un ruido de fondo en la agenda internacional.
En un mundo atravesado por el conflicto y la desesperanza, donde parece que la dignidad humana de algunos vale más que la de otros, resulta imperioso aunar esfuerzos para frenar las masacres en Sudán y llevar a los perpetradores ante la justicia.




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