En tiempos donde la palabra humanismo se convirtió en un significante vacío para describir cualquier categoría de pensamiento, la figura de Erasmo de Rotterdam, el primer exponente del movimiento humanista en la Europa del Renacimiento, cobra una trascendencia aún mayor. 

Erasmo de Rotterdam nació en el año 1536 en Suiza, como hijo ilegítimo de un clérigo. Sus padres murieron cuando él era muy pequeño y su infancia estuvo plagada de dificultades. Como muchos niños que quedaron huérfanos en la Edad Media, la Iglesia le abrió sus puertas y lo formó para convertirse en monje. 

En la primera época del Renacimiento, Erasmo, al igual que Lutero y otros religiosos del norte de Europa, emprendió una peregrinación a Roma para conocer la Santa Sede. La promiscuidad de la Roma renacentista – harto conocida es la historia de Alejandro VI, el Papa Borgia, y su familia disfuncional – escandalizó al joven monje. 

Su decepción con el cristianismo oficial lo llevó a proponer un Renacimiento espiritual que complementara  el Renacimiento de la cultura grecorromana. Para Erasmo, la Iglesia debía volver a sus orígenes para recuperar su humanismo. Solamente una Iglesia universal podría responder a los desafíos de su tiempo. 

Sus planteos eclesiásticos fueron la semilla que permitió que la Reforma germinara años después. Pero Erasmo, a diferencia de Lutero, no era un revolucionario, sino que era un reformista. 

Cuando Martin Lutero propuso la revolucionaria idea de traducir la Biblia al alemán y escindirse de la Iglesia católica apostólica romana para formar una nueva religión -el protestantismo -, Erasmo se mantuvo al margen. En palabras de Stefan Zweig: “esta equidistancia, este buscar siempre los lugares de encuentro, esta crítica no rupturista, hace precisamente de Erasmo uno de los personajes europeos más universales “. 

Para este pensador, la Iglesia necesitaba una Reforma profunda, pero no una Revolución y mucho menos una escisión que partiera la Religión en dos. Esta postura se enmarca claramente en la visión universalista de Erasmo para Europa. 

En cierto sentido, este pensador tenía razón: después de la Reforma de Lutero, el continente se dividió en dos: un norte protestante y un sur católico. Las luchas entre ambas religiones duraron siglos, masacres y guerras de por medio. 

Erasmo soñaba con una Europa unida y universal, una patria para todos sus ciudadanos. Su humanismo se sostenía en una creencia que puede parecer ingenua: el individuo verdaderamente universal es aquel que mantiene la mesura en tiempos de Revolución. 

El humanismo defiende una sociedad universal, libre de fronteras y fanatismos. Este último fenómeno era para Erasmo el mal más peligroso de su tiempo. El fanatismo ciega a los hombres y los conduce a su perdición. Siguiendo el razonamiento de Erasmo, podemos interpretar que en el contexto europeo la peor forma de fanatismo se encuentra en el nacionalismo, que impide cumplir el ideal de la unificación europea. 

En conclusión, se puede afirmar que según Erasmo, el humanismo consiste en un valor supremo que santifica la vida y la dignidad de las personas. Un verdadero humanista es un universalista.

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