Cristina, condenada: ¿Justicia o proscripción a medida?
En las últimas dos semanas, Argentina volvió a quebrarse en dos. La Corte Suprema confirmó la condena contra Cristina Fernández de Kirchner por fraude en la causa Vialidad: seis años de prisión domiciliaria e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Fue un fallo exprés, que llegó justo a tiempo para frenar cualquier candidatura de CFK en la Provincia de Buenos Aires. Todo muy justo, pero de tiempo, no de justicia.
Las reacciones no se hicieron esperar: miles de personas colmaron las calles de todo el país para respaldar a Cristina y repudiar lo que consideran una persecución judicial con fines políticos. Desde el oficialismo y el arco antiperonista, en cambio, celebraron la condena como una victoria de la República, un símbolo de que “nadie está por encima de la ley”.
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¿Pero cuán limpia fue esta decisión? ¿Es verdaderamente un hito republicano cuando la justicia argentina carga con un descrédito estructural, fallos a medida y vínculos oscuros con sectores concentrados? ¿Qué significa para la democracia que uno de los liderazgos más relevantes del país sea eliminado del juego político por una sentencia judicial acelerada y oportunamente oportuna?
Con esta decisión, no solo se condena a una figura política. Se escribe, otra vez, una página sobre la fragilidad de las reglas del juego en Argentina.
Y, mientras tanto, Milei en un cumple
Mientras el país ardía, Javier Milei volaba rumbo a Medio Oriente. Lo que debía ser una gira diplomática terminó en un viaje místico, casi religioso, a Israel. Selfies con Netanyahu, oraciones en el Muro de los Lamentos, declaraciones de amor incondicional al Estado de Israel y una promesa: abrir la embajada argentina en Jerusalén. Pero la cosa no terminó ahí.
En plena escalada del conflicto en Gaza, el gobierno argentino declaró a Irán como “Estado terrorista y enemigo de la República Argentina”, en un movimiento que rompe con décadas de política exterior basada en la neutralidad frente a conflictos armados internacionales. Un gesto que, lejos de tener consenso interno, nos mete de lleno en una guerra ajena, bajo una bandera que ni siquiera es la nuestra.
Milei incluso ofreció recibir a judíos perseguidos en Argentina, como si la política migratoria pudiera usarse como instrumento simbólico de guerra santa. Mientras tanto, los lazos regionales se tensan, el Mercosur mira con recelo y la diplomacia tradicional argentina —esa que alguna vez supo equilibrar principios con pragmatismo— parece haber quedado archivada junto con los consensos básicos de la política nacional.
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Nota de autora
En un momento donde la Argentina parece partida en dos —y esos dos lados, a su vez, se fragmentan cada vez que encuentran la mínima diferencia o pelean por nimiedades—, me pregunto:
¿Vamos a construir puentes y sanar para un país mejor donde nuestras ideas puedan representarse con dignidad? ¿O vamos a caer, todas y todos, en discursos de odio, y centrarnos en la destrucción como objetivo? ¿O quizás pase, como en las elecciones de CABA, donde la mitad del electorado decidió, livianamente, no participar?
Porque sí: quien les escribe sueña y quiere luchar por un país mejor. Y probablemente, si estás leyendo este newsletter, es porque en algún punto también te importa la política y lo que le depara el futuro a nuestra nación.
Pero entonces, ¿cómo se logra comprometer nuevamente a quienes se encuentran ahogados en el desencanto? ¿Cómo se construye comunidad en un mundo y un orden global que empuja cada vez más hacia un individualismo capitalista, enfocado en el egoísmo, el bienestar y el amor propio, del cual nuestro presidente es fiel representante?
¿Cómo se vuelve a poner el cuerpo? ¿Cómo se vuelve a creer?
¿Quiénes serán, no los candidatos de este año, sino los nuevos liderazgos de la próxima década? ¿Tendremos representantes que aboguen por el deseo colectivo o seguiremos en las garras de aquellos que solo llegan al poder para poder satisfacer aspiraciones personales?





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