Las calles volvieron, a pesar del protocolo antipiquetes de Patricia Bullrich, a colmarse por una sola razón: la reacción popular frente al fallo que selló la sentencia de Cristina Fernández de Kirchner. No fue solo una movilización más. Fue un momento de condensación política y simbólica. Y en medio de esa marea humana, en las voces de los sindicatos, las agrupaciones estudiantiles, los espacios de base y hasta de sectores que habían estado en silencio durante años, volvió a escucharse algo que parecía olvidado desde la derrota electoral de 2023: el “vamos a volver”.

Una sentencia que sacudió al tablero político
El martes 10 de junio, la Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmó la condena contra CFK en la llamada Causa Vialidad, por presunto direccionamiento de contratos de obra pública en favor de Lázaro Báez. El fallo ratifica los seis años de prisión y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, dispuesta originalmente por el Tribunal Oral Federal 2 en diciembre de 2022 y confirmada por la Cámara de Casación en septiembre de 2024.
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La sentencia es considerada firme, lo que implica que Cristina Kirchner no podrá presentarse como candidata en las próximas elecciones legislativas, truncando su intento de buscar fueros como diputada por la provincia de Buenos Aires. Aunque su defensa solicitó el beneficio del arresto domiciliario, debido a su edad y por no contar con condenas previas, el efecto político ya estaba consumado: la líder más influyente del peronismo del siglo XXI quedó formalmente proscripta.
La resolución judicial generó una inmediata respuesta social. Organizaciones del campo nacional y popular se congregaron en la sede del PJ, en las inmediaciones del Congreso y frente al domicilio de CFK. La Facultad de Ciencias Sociales de la UBA fue tomada, hubo movilizaciones en La Plata, Córdoba, Rosario, Resistencia y otros puntos del país. La escena pública volvió a llenarse de carteles con su rostro y, sobre todo, del canto que funcionó como himno durante los años de Mauricio Macri: “vamos a volver”.
Un movimiento sin norte que encontró de nuevo un centro
La conmoción no solo reordenó la escena callejera. También movió las placas tectónicas de la política interna del peronismo. Hasta el día anterior, el espacio transitaba un momento de fragmentación, apatía y desconcierto. Las derrotas en cadena en elecciones provinciales y sindicales, el vacío discursivo, la falta de liderazgos claros tras la salida de Alberto Fernández y el desgaste de CFK en su disputa con Axel Kicillof habían dejado al movimiento sin horizonte. El “vamos a volver” había perdido vigencia como consigna.
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Cristina, hasta entonces, parecía más un recuerdo incómodo que una referencia activa. Encerrada en una estrategia legal que nunca terminó de convencer ni a propios ni a ajenos, su figura oscilaba entre la resignación, el recuerdo y el silencio. La proscripción judicial, paradójicamente, le devolvió centralidad. Desde el balcón de su departamento, volvió a ocupar el centro del tablero. Y con ella, volvió también la lógica de aglutinamiento que caracteriza al peronismo en momentos de ataque externo.
El mito que reaparece
Hay algo profundamente peronista en este retorno de la épica por vía del castigo. Como ocurrió con Perón en el exilio o con Evita desde la enfermedad, el movimiento vuelve a encontrarse a sí mismo cuando ve a sus figuras históricas agredidas, desplazadas o perseguidas.

El poder judicial, con un fallo jurídicamente discutible y políticamente explosivo, logró lo que la dirigencia peronista no venía logrando desde hace más de un año: unir, aunque sea parcialmente, a una fuerza descompuesta.
¿Y ahora qué?
El interrogante es inevitable: ¿puede este despertar transformarse en algo más que un espasmo emotivo? ¿Puede convertirse en una estrategia real de reconstrucción política, narrativa e institucional?
La historia del peronismo invita tanto al entusiasmo como a la cautela. En el corto plazo, es probable que las señales de unidad se multipliquen. Los abrazos en público, los documentos conjuntos, las fotos compartidas. Pero también es sabido que en la trastienda del movimiento ya empezaron los posicionamientos, las disputas por la herencia, los armados que calculan tiempos y lealtades.
El peronismo recibió un regalo involuntario de sus adversarios: un mito renovado, una víctima creíble, un relato de injusticia. Lo que haga con eso dependerá de su madurez política. Porque no alcanza con cantar en la calle si no hay una conducción que escuche, articule y proponga. Y no sirve de nada volver a creer si no hay un plan para volver a construir.
Volvió el “vamos a volver”. Pero para que ese canto no quede una vez más en promesa vacía, hará falta algo más que reacción: hará falta conducción, estrategia y humildad política.
Créditos de la fotografía: Tomás F. Cuesta





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