El día 18 de mayo de 2025 nos dejó un triunfo de La Libertad Avanza, el partido del presidente Javier Milei, en las elecciones legislativas de Capital Federal. En gran medida, el análisis político ha girado alrededor de la baja participación en la jornada, rondando el 50% del padrón, o en la debacle del partido PRO, fuerza hegemónica de la Ciudad de Buenos Aires durante 20 años. Sin embargo, hay poco esfuerzo de entender este triunfo desde la óptica por la cual el Gobierno encara todos sus esfuerzos; la dimensión económica, material.

Javier Gerardo Milei es un economista argentino, al cual el 54% de los argentinos le dio su voto en noviembre de 2023 para “arreglar la economía”. Todas las conjeturas que se hagan sobre el oficialismo en materia política deben poseer esa leyenda como premisa permanente. El Gobierno, entonces, tiene un ethos marcadamente materialista, eminentemente económico. Los sucesos relacionados con la arena política no son más que combustible para asentar dicha dinámica, y deben ser entendidos como tales.

Por lo tanto, en lugar de plantearnos supersticiones tales como si es verdaderamente representativa la baja participación electoral en una la elección desdoblada de concejales de la Capital Federal, deberíamos preguntarnos cuáles fueron las motivaciones que tenía el Gobierno para encarar esta elección como su primer prueba de fuego democrático en el marco de un plan de estabilización. Partir desde esa interrogante nos lleva a conclusiones más interesantes. 

Todo gobierno que quiera hacer un plan exitoso de estabilización necesita conservar el apoyo popular. No solo eso, tiene que encontrar mecanismos para que dicho apoyo se exteriorice hacia la opinión pública, y con ello a los inversores y agentes del mercado. La decisión del jefe de gobierno Jorge Macri de desdoblar las elecciones de Buenos Aires fue la oportunidad perfecta para generar este fenómeno. Una elección a ediles locales pasaba a ser políticamente nacionalizada como si de una elección a presidente se tratase.

Crédito: Rocco Famularo

Aquellos interiorizados banalmente de las dinámicas del mercado financiero argentino saben perfectamente qué hubiera ocurrido si la elección del domingo dejaba un mal resultado para el Gobierno. El mercado iba a entrar en pánico al ver que el plan de austeridad y estabilidad del gobierno no estaba siendo apoyado en el distrito históricamente más conservador del país, generando sospechas sobre si el oficialismo iba a obtener un buen resultado en las elecciones nacionales de octubre (las que valen de verdad). Los inversores iban a retirarse de los bonos y demás títulos representativos de deuda argentina, por el temor de que estos no sean pagados a futuro por una oposición que se considera negativa al capital. Al caer los bonos, subiría el riesgo país, la medida correspondiente a comparar el rendimiento de los títulos argentinos con los títulos estadounidenses. Cuando sube el riesgo país en Argentina, sube el dólar, y cuando sube el dólar, sube la inflación. Estas dinámicas, aunque temporales dado que se pueden corregir nuevamente con el paso de las ruedas, generan importantes presiones inflacionarias que son la mayor diatriba a evitar por parte del gobierno en pos de la ejecución correcta de su plan de estabilización.

Este escenario, comprobable con base en la experiencia empírica de los episodios recientes de la historia económica argentina, es ratificado, también, por lo sucedido en el mercado argentino en la rueda del día lunes posterior a las elecciones. El mercado leyó el triunfo en CABA como un espaldarazo democrático al gobierno; MERVAL superó los 2000 puntos, la cotización más alta en los últimos 3 meses; las acciones de empresas argentinas cotizando en Wall Street (ADR) subieron un 7%; los bonos registraron subas y el riesgo país se mantuvo estable en 650 puntos; el dólar oficial pasó de $1159,37 a $1141 y dólares a futuros de los meses de septiembre y octubre (de mayor incertidumbre política por las elecciones legislativas) cotizaron a la baja. Cualquier bajada en el precio del dólar es un triunfo para el Gobierno, debido a que las  condiciones establecidas en el acuerdo con el FMI impiden intervenir en el mercado cambiario a menos que la divisa estadounidense toque alguna de las dos bandas de flotación (1400 o 1000, respectivamente).

Por lo tanto, en un gobierno de idiosincrasia economicista, el éxito político es el insumo material para configurar la estabilidad macroeconómica. Si el Gobierno gana elecciones, el “mercado” está tranquilo, por lo tanto, no retiran sus posiciones de activos argentinos y no generan presiones sobre el dólar, configurando condiciones financieras para seguir aplacando a la inflación. Si la inflación sigue bajando, la aceptación del gobierno se mantiene y el éxito político se convierte en una situación probable. Desde la óptica del oficialismo, las circunstancias económicas y políticas se retroalimentan mutuamente.

El Gobierno, por lo tanto, es esclavo de su éxito. Lo que le importa es ganar sin importar las circunstancias. Y es exactamente lo que consiguió en las elecciones de Capital Federal, el candidato del presidente  Milei, Manuel Adorni, le ganó al candidato del PJ, Leandro Santoro, en una elección donde todas las encuestas daban como favorito al último. Debates como la baja participación o la crisis de representación de la democracia liberal le son pueriles, pues las elecciones para ellos son un mecanismo para fortalecer su relato de invisibilidad política delante de los agentes económicos, consolidando de esta manera la estabilidad económica y la continuidad del éxito político a futuro.

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