Al ver las imágenes de lo sucedido el miércoles en las inmediaciones del Congreso, en las que se pudo apreciar a un seguidor/influencer del oficialismo huyendo apresuradamente de un grupo de manifestantes que intentaban agredirlo, recordé el título de la novela de Murakami: ¿De qué hablo cuando hablo de correr?

En los últimos tiempos, ha proliferado en las plataformas digitales un discurso violento y reduccionista que, favorecido por la lógica misma de las redes, especialmente Twitter (hoy X), propone la anulación de los argumentos como forma de debate. Este fenómeno elimina un principio esencial del intercambio de ideas: la construcción de una síntesis común —o al menos mayoritaria— y un nivel mínimo de acuerdo para la convivencia civilizada. 

Hace ya tiempo que esa lógica argumentativa ha pasado de las redes y los teclados de anónimos y trolls al discurso político de buena parte del sistema institucional, cuya coronación ha sido la elección de Javier Milei como presidente. Un personaje que, antes, durante y después de la campaña electoral, se ha dedicado a insultar a toda persona o colectivo que exprese —o aun simbolice— un mínimo grado de disidencia con su pensamiento que, para peor, pendula entre lo dogmático y lo antojadizo con una velocidad pasmosa. 

Nos encontramos cada vez más envueltos en una lógica política —y ya no solo twittera— de anulación, humillación, estigmatización y negación del pensamiento disidente que imposibilita cualquier tipo de construcción política en su sentido más elemental: la resolución de los conflictos derivados de vivir en sociedad y que tiene al presidente de la nación como principal instigador.

No siempre es fácil encontrar alegorías simples para ilustrar una idea compleja, pero lo ocurrido el miércoles pasado es bastante elocuente. El chiste del personaje que agita el odio y la violencia política en redes con la frase “los zurdos van a correr”, corriendo él mismo de los zurdos por las calles de Buenos Aires, se cuenta solo, aunque no da risa.

Es cierto que no se puede equiparar el discurso violento y articulado del gobierno y de su núcleo duro con las respuestas esporádicas y coyunturales de un campo opositor, social y político cada vez más grande y fragmentado. Sin embargo, es necesario un continuo ejercicio de introspección para no responder, ni al lenguaje ni a las prácticas del adversario, con las mismas herramientas. La tentación de reaccionar físicamente ante el agravio permanente es evidente. El riesgo de que la violencia se espiralice, también.

La pregunta sobre la tolerancia hacia los intolerantes se vuelve cada vez más presente y obtiene respuestas cada vez más heterogéneas. El riesgo de no estar viendo venir situaciones a las cuales toda una generación no está acostumbrada, invita a preguntarse con urgencia: ¿De qué hablamos cuando hablamos de correr?

Una respuesta a “¿De qué hablo cuando hablo de correr?”

  1. Muy bueno ! Vi que esa expresion empezó a usarse de manera generalizada y me preocupó. Creo que cuando hablamos de correr hablamos del paso de adversario a enemigo.
    Eso que ocurre cuando se exacerba el antagonismo y desde las instituciones se construye con intolerancia una frontera infranqueable con consecuencias prácticas y extremas para la política. Se olvida que los acuerdos se hacen entre distintos, todos corren buscando algo que se escapa y lo que se nos va es eso en lo que todos estábamos de acuerdo.
    Con el adversario se piensa, al enemigo se lo destruye.

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