En 1944 se publicó póstumamente la autobiografía del escritor austríaco Stefan Zweig titulada “El mundo de ayer: memorias de un europeo”. En esta autobiografía Zweig manifiesta su añoranza por una Europa anterior a la Gran Guerra, donde se podía viajar libremente de un país a otro sin necesidad de mostrar un pasaporte, y donde parecía que el progreso tecnológico no tenía límites. Debido al advenimiento del nazismo en Europa, Zweig decide abandonar su Viena natal y exiliarse, primero en Inglaterra y luego en Sudamérica. Finalmente, se suicidaría junto a su mujer en Petrópolis el 22 de febrero de 1942, preso de la desolación que le provocaba una posible victoria de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Zweig no alcanzó a ver la victoria de los Aliados en la guerra, ni tampoco la Comunidad de Estados que emergió luego de la Segunda Guerra Mundial: la Unión Europea. El mundo de hoy, donde gracias al espacio Schengen los ciudadanos de la Unión Europea pueden moverse libremente sin pasaporte, una Europa cosmopolita, no parece tan diferente del “mundo de ayer” descrito por Stefan Zweig en sus memorias.
Sin embargo, desde hace un par de años surgió en Europa un sentimiento que se opone a todos los valores que representaba la Unión Europea: el euroescepticismo. Luego del Brexit, el euroescepticismo se acentuó todavía más en países como Hungría, Grecia o Polonia, producto sobre todo de las políticas de austeridad que implementó la UE luego de la crisis del 2008 y de la crisis de refugiados de septiembre de 2015.
Este rechazo hacia la Unión Europea fue encarado principalmente por partidos como Fidesz en Hungría o Ley y Justicia en Polonia. Estos partidos se caracterizaron por intentar erosionar la democracia desde adentro, desprestigiando a sus opositores políticos, a la prensa y las instituciones civiles. Tanto Orban como Marowiecki intentaron llevar a cabo reformas para perpetuarse en el poder. Si bien Ley y Justicia no logró formar una coalición a pesar de haber ganado las últimas elecciones en Polonia, Viktor Orban se las ingenió para seguir en el poder por más de diez años convirtiendo a Hungría en una democracia iliberal.
A raíz de la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa, el euroescepticismo creció exponencialmente en toda Europa. Varios representantes de la extrema derecha en Europa como Alternativa para Alemania o Marine le Pen en Francia han cuestionado en reiteradas ocasiones la ayuda económica y militar brindada por la Unión Europea a Ucrania.
Ciertamente este contexto influye en el advenimiento de un sentimiento hostil no solo hacia la Unión Europea, sino también hacia los valores que la Unión Europea dice defender desde hace más de 30 años como el pluralismo o la democracia liberal. Muchas veces, este tipo de líderes se valen de una retórica populista donde un “nosotros” contra un “ellos”, donde muchas veces el “nosotros” se refiere a la cultura tradicional europea que, según ellos,se ve amenazada por un “ellos”, muchas veces representado en cuestiones como la inmigración, los derechos de la Comunidad LGTB o el movimiento feminista.
El próximo junio se celebrarán elecciones para elegir a quienes representarán a los europeos en el Parlamento Europeo, órgano legislativo de la Unión Europea. Es muy probable que muchos de estos partidos euroescépticos consigan buenos resultados, sobre todo si se tiene en cuenta la dura situación económica en la que está sumida Europa desde el comienzo de la guerra en Ucrania.
Todos estos elementos nos podrían hacer pensar que la Unión Europea parece estar en peligro. Podría decirse que el tiempo que transcurrió desde el Brexit hasta la actualidad, la sensación de euroescepticismo no hizo más que aumentar exponencialmente. Para poder salvar la Unión Europea es necesario reconstruir los valores que la fundaron: la democracia y el respeto por los derechos humanos. Para pensar el mundo del mañana, es necesario visitar el mundo de ayer, solo así va a ser posible construir una Europa para el futuro.





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