El pensamiento de un Estado Feminista a priori es posible, podemos imaginar cómo sería, cuáles serían sus bases y premisas y cómo podemos asegurarnos un buen funcionamiento del mismo. Probablemente, lo definamos como aquel que insta la promoción y defensa de los derechos y la igualdad de género, con un foco principal en mujeres y minorías de género disidentes. Imaginaríamos que se propone corregir las desigualdades en todas las áreas, desde la educación, la salud, el trabajo y la política… centrado en la eliminación de la violencia de género y la discriminación.
Necesitaríamos políticas, programas, estrategias específicas para abordar estos cambios drásticos respecto a las instituciones existentes. Y todo esto debería integrarse a la normativa de derechos de los hombres, del pasado.
Podemos pensar e imaginar cómo podemos construir un Estado Feminista, pero ¿es factible?: para responder esa pregunta tenemos que remontarnos a los orígenes del Estado y de la producción teórica acerca del mismo. Hay una frase muy popular que dice que la Historia la escriben los Vencedores, podemos tomarnos el atrevimiento de modificarla para decir que la Teoría Política y Social del Estado la escribieron los hombres. Esto implica un sesgo en el desarrollo del pensamiento y conocimiento respecto a este tema. No proponemos aquí desandar caminos ya recorridos, sino comprender las barreras y obstáculos que posiblemente se nos presenten al querer pensar un cambio de estas magnitudes.
Hay escritoras que ya se han abocado a la tarea de re-teorizar y criticar los escritos de los autores clásicos, modernos y por qué no también contemporáneos. Procederemos a un breve repaso del lugar mínimo o la mera exclusión de las mujeres en obras referidas a este tema.
En primer lugar, Hobbes, en su Leviatán, plantea la primera causa del uso de la violencia en la naturaleza del hombre en la búsqueda de un beneficio: “convertirse en dueño de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres(…)” (1994:5). Poniendo en un mismo lugar humanos y ganado e igualando la minoría de edad con ser mujer.
Carole Pateman, plantea que “desde los comienzos de 1970 hay un renovado interés en la teoría del contrato que no muestra signos inmediatos de decaimiento. (…) Nunca se menciona el contrato sexual” (1995:5). No se desarrolla la represión de esta parte fundamental del contrato original. Es por esto que aunque creemos que pensar un estado feminista es posible, hay una parte importante de la teoría que ha sido ocultada y es, a su vez, esencial para entender cómo llegamos a la sociedad y a la política de nuestros tiempos.
Siguiendo la línea de esta autora, el contrato social del que hablan numerosos teóricos presupone el contrato sexual, así como también la libertad civil presupone y necesita del derecho patriarcal. No es coincidencia la omisión de esta parte de la historia, ya que es la receta para el patriarcado.
“El contrato social es una historia de libertad, el contrato sexual es una historia de sujeción” (Pateman, 1995:10). La libertad no es universal, sino que apunta a los varones mientras que la sujeción es a las mujeres. Hay una cesión de accesibilidad al cuerpo de las mujeres por parte de los hombres. Lo cual lleva a una denigración y subordinación total de ellas frente a ellos, motivo por el cual Pateman señala que el contrato originario (social-sexual) no se opone al patriarcado, sino que es la base fundacional del mismo y su constitución.
Todas las teorizaciones respecto al estado de naturaleza y al contrato social son historias patriarcales. En ellas “Ser esclavo o esposa era, digamos, estar en una perpetua minoría de edad de la que las esposas no han podido aún despojarse. Los esclavos adultos eran llamados «muchachos” y las mujeres adultas casadas eran denominadas -y aún lo son- ”muchachas”” (Pateman, 1995:168).
Ningún individuo es naturalmente superior a otro, las exclusiones se dan por parámetros sociales, políticos, económicos y/o culturales. En teóricos como Locke, Rousseau y el ya mencionado Hobbes hay falacias y elipsis, ya que, en el caso del último autor nombrado, sostiene que los genitales no determinan nada. La diferencia empieza a darse cuando el acceso a la educación, y por ende, al lenguaje -que nos distingue de las bestias o de otros animales- se restringe a los hombres, dejando a las mujeres “viviendo” en el Estado de Naturaleza. Es así que se forma una dominación política -no natural- donde a final de cuentas los Estados son elegidos y conformados por padres de familia.
Luciano Nosetto en El punto sobre las Ies (2022) comenta que en Hegel la pregunta disparadora es por la libertad individual, un Estado es legítimo si la garantiza. La libertad tiene tres momentos: libre arbitrio, autonomía y realización.
La Auto-Realización depende de las relaciones dadas por la Familia, la Sociedad Civil y el Estado. “Hegel sostiene que la familia constituye uno de los pilares éticos del Estado. Por esto podríamos apresurarnos a entender que Hegel está postulando una ética estatal basada en los valores del patriarcado, la heteronorma y la monogamia (…)” (Nosetto, 2022:231). Aunque aquí el autor destaca la necesidad de ser cautos considerando el contexto.
Losiggio (2022) en Amor, honor y reconocimiento. Interpretaciones feministas de la teoría política hegeliana se encarga de leer el lugar de las mujeres en la obra de Hegel y en la teoría crítica feminista. En su trabajo ella destaca que “la libertad hegeliana es, así, presentada como superadora, tanto de las determinaciones externas (las cosas del mundo que quiero consumir), como internas (el imperativo categórico indeterminado); dicho de otra manera, de la autopreservación y de la moralidad” (Losiggio, 2022:5).
En este juego el Estado y la Familia se contradicen y contraponen debido a que los jóvenes iban a pelear a la guerra, resultando en las muertes de muchos de ellos. Todo esto era con el objetivo del reconocimiento entre Estados. Los hombres representan al Estado, mientras que las mujeres encarnan a las familias y a la reproducción, son vistas como reproductoras de jóvenes, de fusibles para el combate. Los hombres y los Estados alcanzan el reconocimiento y la autoconciencia como universal abstracto mediante la disolución de la singularidad de los jóvenes.
El problema se encuentra en que las familias -y por ende las mujeres- son condición necesaria para la existencia del Estado, los motivos se resumen en los párrafos anteriores. La contradicción está en que “no puede alguien declararse miembro del Estado y de la familia sin incurrir en un crimen. Quien se afirma como Amo y guerrero (miembro del Estado) cultiva la muerte. Esta última es contraria al ámbito familiar, reservorio de la particularidad” (Losiggio, 2022:6).
El Estado es muerte, la Familia es vida. “El Estado hace un culto de la Muerte; las mujeres realizan el culto a los muertos y, de este modo, hacen ingresar a los fenecidos en el plano de lo divino” (Losiggio, 2022:7)
Las mujeres, en Hegel, no pueden luchar por reconocimiento, son eternamente subordinadas. El autor retoma a Antígona en el esquema pagano, cuando ella decide oponerse al Rey y enterrar a su hermano castigado como “rebelde” frente a su otro hermano (también muerto en combate). Ella termina encerrada y suicidándose (Sófocles, 2007 citado en Losiggio, 2022:8). Antígona pierde su razón de ser cuando se le niega el entierro de su hermano.
Acá vemos que el único que puede reconocer a las mujeres son sus hermanos, se reconocen entre sí como guardianes de la sangre:
“Hegel observa la incompatibilidad de los personajes como una metáfora de la contradicción entre el lazo filial y el Estado. Antígona reclama el derecho del hermano a ingresar en la comunidad de los muertos porque esta es la razón de ser femenina. Pero, asimismo, el hermano tiene un rol particular en la vida femenina pagana. Siguiendo el apartado “La acción ética, el saber humano y el divino, la culpa y el destino”, nos encontramos con que la única persona que puede reconocer el valor de los actos femeninos es, precisamente, un hermano” (Losiggio, 2022:8)
Butler dirá que no podemos deshacernos de las costumbres, pero podemos hacer pequeños movimientos para sobrevivir, esto se da mediante la sublevación. Ella plantea que la eticidad puede ser modificada con estos movimientos, lo cual nos lleva a tener esperanzas de plasmar ese Estado feminista que describimos al principio.
Nancy Fraser también cree que hacen falta transformaciones, pero estas deben ser apuntadas al sistema subyacente que genera las injusticias sociales (Fraser y Butler, 2000). La autora dirá que es necesario el concepto de paridad de participación, alcanzable mediante una condición objetiva, que es la distribución equitativa de los recursos materiales, y una subjetiva que apunta a las instituciones y la necesidad de un respeto a todos los participantes y una igualdad garantizada de oportunidades.
En las lecturas críticas de Hegel que recupera Losiggio, la autoconciencia y el reconocimiento dejan de ser relacionados directamente con el trabajo y la familia empieza a alejarse de mandamientos monogámicos y tradicionales/reproductivos, el foco pasa a estar en el vínculo amoroso y lo que podemos denominar crianza en sociedad.
A modo de conclusión, recalcamos la posibilidad de pensar y de llevar adelante un Estado Feminista. Para ello hace falta quitar debajo de la alfombra el contrato sexual olvidado por los contractualistas, entender las bases patriarcales de un sistema que funciona gracias a la exclusión de las mujeres y minorías disidentes, además de encontrar las estrategias necesarias para que aquello que imaginamos y pensamos pueda ser plasmado en la realidad. No es un cambio que pueda darse de un día para el otro y mucho menos será fácil de conseguir, veremos obstáculos, resistencias e incluso ataques. El cómo debe ser definido por un movimiento emancipador que busque el reconocimiento y la auto realización de las excluidas, teniendo en cuenta cómo impactarían, y qué es lo que se debe mantener, modificar o cambiar drásticamente.





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