Corría mediados de 2021 cuando los principales medios de comunicación del mundo mostraban las estremecedoras imágenes de decenas de miles de afganos intentado huir en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul, capital del Afganistán. ¿La razón ante tanta desesperación? La vuelta de los Talibanes al poder, instaurando nuevamente lo que pasaría a conocerse como el “Emirato Islámico de Afganistán”.

La caída de Kabul y el retorno de los Talibanes al mando del gobierno –sumado al retiro de las tropas estadounidenses y de la OTAN luego de 20 años en suelo afgano– sin duda alguna, representó un rotundo viraje marcando un antes y un después en la historia de aquel país. Manifestando, además, un retroceso en cuanto a lo político y social ya que, la vuelta al poder talibán implicó el retorno de las inhumanas, y ya conocidas, reglas y restricciones que los talibanes supieron imponer en su anterior estadía en el gobierno –allá por finales de la década de los 90– basándose en la Ley Islámica, más conocida como la Sharia. Esta realidad se concretó a pesar de las promesas realizadas por la cúpula Talibán que aseguraba que esta nueva etapa de su gobierno sería un tanto más permisiva y estaría alejada de la versión más radical de la Sharia impuesta en su anterior mandato. Hoy en día, todas estas promesas quedaron en el olvido, claro está.

Las promesas que se llevó el viento

En agosto del 2023 se cumplirían 3 años de aquel fatídico día en que sucedió lo que los talibanes llaman –y también celebran– como “La caída de Kabul”. Desde entonces, cientos de miles de afganos se encuentran viviendo víctimas del miedo, del control y de la represión impuesta por el gobierno talibán. Especial mención a las restricciones impuestas, principalmente, a las mujeres afganas que, por ejemplo, se vieron en la obligación de volver a utilizar el tradicional burka que cubre todo su cuerpo, además de que se les impidió desplazarse solas en la calle, trabajar para el gobierno, e incluso, a las niñas afganas se les prohibió la educación secundaria, algo que no tuvo lugar en 20 años, cuando el gobierno anterior contaba con el total respaldo de occidente y principalmente, de los Estados Unidos.

Como si esto fuera poco, con la vuelta de los Talibanes al poder y la implementación estricta de la Ley Islámica, también reaparecieron los castigos más severos, como lo son las amputaciones de miembros corporales, las lapidaciones, además de las crueles y famosas ejecuciones públicas. En relación a esto último, en las semanas que transcurrieron, la comunidad internacional ha sido testigo de lo sucedido en la provincia afgana de Ghazni, en donde, en un estadio repleto, se llevó a cabo la ejecución de dos personas condenadas por asesinato, como si de un espectáculo deportivo se tratara. Mientras que en Jawzjan –al norte de Afganistán– tuvo lugar una escena similar, siendo esta la quinta ejecución pública desde que los talibanes volvieron a tomar las riendas del país allá por el 2021. En ambos casos, las ejecuciones fueron realizadas por los familiares de las víctimas, haciendo alusión a la “política” talibán del “ojo por ojo”. Todo esto, cabe aclarar, bajo sentencia de quien es el líder supremo Talibán, el mulá Hibatullah Akhundzada. 

Ante estos sucesos, la ONU ratificó su condena calificando de “abominable” a las ejecuciones, considerándolas un acto atroz, tal como lo dijo el portavoz de la Secretaría General de las Naciones Unidas, Stéphane Dujarric. Por su parte, 11 de 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU exigieron a los Talibanes que dieran marcha atrás a todos los decretos y políticas que afectan directamente el derecho de las niñas y mujeres afganas, insistiendo en su participación de manera igualitaria en lo que respecta a la vida pública, política, económica y socio-cultural. Los cuatro países miembros del Consejo de Seguridad que no abalaron dicho comunicado fueron Rusia, China, Mozambique y Argelia.

En relación a esto, el retorno de los castigos inhumanos, las lapidaciones y las ejecuciones, sumado a la pérdida de derechos de las mujeres afganas constituyen, sin duda alguna, varios de los motivos por los cuales el gobierno de los Talibanes no ha tenido el reconocimiento ni la aceptación de una amplia mayoría de países, sobre todo, aquellos occidentales que lucharon junto a Estados Unidos para restablecer el orden en Afganistán post 2001.

La nueva –vieja normalidad

La conmoción del mundo para con los ciudadanos afganos parece haber durado sólo un par de meses, ya que el foco de los principales medios de comunicación del planeta se sitúo en otros conflictos como la invasión rusa a Ucrania, que derivó en una guerra que al día de hoy sigue en vísperas de una resolución. A pesar de eso, la situación de los ciudadanos de Afganistán continúa en decadencia mes a mes, siendo víctimas del miedo, la represión y la incertidumbre de un posible –y lejano– futuro en libertad. En definitiva, la sociedad afgana ha quedado condenada a vivir bajo el yugo de esta nueva –vieja– normalidad.

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