Del homo sapiens al homo videns
En 1997 Giovanni Sartori, reconocido politólogo y especialista en el estudio de la política comparada, público un ensayo llamado “Homo videns: la sociedad teledirigida”. En esta obra el autor nos invita a pensar acerca del cambio antropomórfico del hombre como resultado de su relación con los medios audiovisuales y la pantalla como herramienta para su propia transformación. En el presente artículo se pretende destacar la vigencia del pensamiento de Sartori, dado que los medios audiovisuales nos han hecho perder funciones intelectuales para comprender la realidad en la que vivimos. Además, según el autor, la pantalla y el acto de ver sin oponer resistencia nos transformó en comunicadores y reconfiguradores de la información, formando así una opinión pública sin la suficiente densidad y robustez que sea capaz de solidificar cada vez más las bases del andamiaje democrático de una sociedad.
Desde la creación de la televisión, señala Sartori, el hombre ya no es más un animal simbólico, ahora es un animal vidente, es decir, aquel que reduce su realidad a todo lo que ocurre en la pantalla. La televisión dio inicio al espectáculo de la imagen. La información sobre política o de acontecimientos relevantes, son transmitidos si cumplen el requisito de entretener y de apelar a los rasgos mas emocionales del ser humano. El soporte para esta estrategia comunicacional es que todos vivimos en una aparente misma realidad, todos advertimos las mismas crueldades, las mismas injusticias, pero también las cosas que nos hacen bien. A todos nos interpela más o menos las mismas cuestiones. Por cierto, lo que no enriquezca esa dialéctica entre emisor y receptor por no ser digno de aparecer en pantalla, pasa directamente a la inexistencia.
Por este motivo, Sartori nos advierte que la información brindada a través de la pantalla, sea en el dispositivo que sea, configuró un traspaso desde un hombre instruido bajo la cultura escrita, el homo sapiens, a un homo videns, como resultado de la victoria de la imagen por sobre la palabra. Las palabras son representaciones, nos llevan a pensar en ellas gracias a lo que conocemos. Ese ejercicio es lo simbólico. Si leemos “casa”, todos sabemos lo que es, pero no pasa lo mismo si leemos algo como “democracia”. Su comprensión o lo que representa para cada uno de nosotros tiene estrecha relación con los procesos mentales de abstracción que tuvimos que realizar para llegar a algo más uniforme, más preciso. Esto es ni más ni menos que un lenguaje abstracto. En este marco, la palabra como último bastión de lo simbólico se diluye.
La primacía de la imagen cancela lo inteligible, porque lo que vemos es lo que sucede, es la realidad y lo único por lo que vale la pena discutir. Por el poder que tiene la imagen se pierde la capacidad de entender, de interpretar y de utilizar un juicio que nos evite rifar nuestro espíritu crítico y escéptico. Entonces, el homo sapiens es en esencia un animal simbólico. Lengua, mito, arte, religión, son algunos de los componentes de su mundo. Nos comunicamos por medio de significantes que poseen relevancia en un mundo simbólico. Esa cualidad permite al hombre abrirse en un mundo comprensible, gracias a los conceptos y construcciones mentales creadas por su suficiencia de abstracción.
Las audiencias son pasivas en cuanto aceptan lo que ven sin mayor discusión, puesto que ya han dado su permiso para informarse o entretenerse. Esto genera nuevos círculos que difieren en poco a los tele-espectadores de décadas pasadas. No menos importante, es que una vez llegado el ciberespacio a nuestras vidas el interés y la capacidad de abstracción ya perdieron su sensibilidad para actuar. En palabras del propio Sartori “el homo videns ya está formado cuando se enfrenta a la red”.
La búsqueda de información como hecho proactivo en la actualidad representa un costo que antes no lo tenía. Los tiempos actuales, hacen que pasemos rápidamente a otra cuestión por asfixia informativa perdiendo así el esfuerzo de asimilar los datos que podrían habernos ayudado a elaborar algo nuevo. Sin dudas, los tiempos nos avasallan de información, generando una brecha, un espacio en el cual es casi imposible establecerse en lo que refiere a su proceso y comprensión.
La vídeo-política
En un mundo multimedial elevado a otros niveles por el ciberespacio, la interactividad nos ha puesto en un lugar de protagonismo y de encuentro entre aquellos que son capaces de compatibilizar, sin darnos cuenta que la información que nos llega se modifica a placer de las individualizaciones. En otras palabras, nos apoderamos de la circulación de mensajes y meta-mensajes para hacer un nuevo uso explícito, aunque las intenciones parezcan inocentes. Allí podría ubicarse el corazón de la posverdad, esa apropiación y manipulación diluyen las barreras de lo verdadero y lo falso, lo cual parecería llevarnos hacia terrenos de imaginación por alienación, y no por creatividad. De este modo, se localizan las ideologías y se desvanece la idea de algo mayor, como la patria, la soberanía, la identidad, ni más ni menos. La pantalla es un dispositivo, es un medio antropogénico, la nueva arena en la que el hombre forma un nuevo hombre.
A Sartori le preocupa que en la información cedida por la pantalla exista a escondidas una opinión teledirigida que sirva para incidir en los procesos políticos, como así también la manera en que la sociedad civil crea a raíz de ello una determinada opinión pública con relación a sus problemas y de cómo se debe gestionar eso que Hannah Arendt describió como “la esfera pública”.
Como se hizo mención más arriba, el lenguaje conceptual o abstracto es sustituido por el lenguaje perceptivo y concreto que brinda la imagen por intermedio de la pantalla, empobreciendo cualquier tipo de significado. Esto tiene repercusiones a nivel individual y social. Sartori habla de la opinión teledirigida. De esta manera, y según los términos expresados anteriormente, la democracia se entendería como un gobierno de opinión, el individuo opina según lo que la pantalla lo induce a opinar. Éste es el poder que ostenta la pantalla: conducir la opinión pública.
Pero hay un paso más. La pantalla también juega con el poder de moldear la opinión pública, es decir, primero induce y luego la moldea. La opinión es una convicción frágil, variable y artificial, que está expuesta constantemente al flujo de información, hasta ser absolutamente dependiente de ella. La información se erige como un problema, pero, ¿que información se expresa en la pantalla? Cualquiera mientras esté empapada de excentricidad, sensualidad, y habilidades para conmover. Si la información no contempla estos elementos, entonces no es digna de aparecer en pantalla, y, si no aparece en la pantalla, no existe para el homo videns, que reduce su realidad a lo que ve. Un ejemplo común de información digna de aparecer en pantalla es aquella que expresa posiciones extremas, extravagantes y exageradas. Aquí se inicia el círculo vicioso de la pantalla, donde todas esas posiciones incitan distintas emociones, las estimulan, mientras se va desatendiendo el espíritu crítico como el primero de los filtros de todas estas apariciones emocionales.
Por tanto, para Sartori las democracias terminan siendo configuradas por ese tipo de opinión pública. La video-política para Sartori es el impacto de una determinada creencia que se replica a medida que las imágenes se van apoderando de toda la atención de nuestras capacidades cognitivas. La ambivalencias de las opiniones públicas, que podrían materializarse en las alternancias en el poder gubernamental, son veredictos débiles y cambiantes, y son la verdadera amenaza para una democracia. ¿Como resultado que tenemos según Sartori? Una democracia vacía de contenido, que debería ser fruto de los procesos cognitivos en ejercicio, individuales sí, pero con criterio y un alto grado de limpieza, incapaz de recrear su propia voz.
La democracia sucumbe cuando hay candidatos que se alimentan de las opiniones blandas y fugaces, pero también de las excacerbadas. La visibilidad está absolutamente garantizada si hay agresividad y una exageración tal que sea capaz de alzar voces hasta el momento moderadas. Para Sartori, los portadores de la opinión vacía por la pasividad de lo que simplemente vemos tienen la facilidad de moverse hacia un extremismo intelectual que les otorga una notoriedad que de lo contrario nunca tendrían. La opinión que Sartori llama teledirigida tiene la característica de centrar el enfoque en aquel que es atacado y merece que así sea, quizás por eso es que recibimos caras y no discursos. El polítogo italiano diría que triunfó algo peor que el sofismo.
En un ambiente democrático donde lo que se familiariza son rostros y no ideas la competencia electoral es casi un deporte, un juego televisado, un espectáculo. En este punto, la video política socava la relevancia de los partidos, por que los votos ya no depende de una actividad organizada por parte de ellos. El candidato, al ser cada vez menos dependiente del partido, se libera para emprender sus propias estrategias electorales, para moverse en círculos mediáticos que poco tienen que ver con la realidad más cruda. Finalmente, los debates entre candidatos se desenvuelven sobre acontecimientos previamente deformados por la espectacularidad.
Todo activismo político ciberespacial termina en una evangelización que se viste de inocencia para empotrar pensamientos. Como los argumentos son vacíos de contenido y la única manera de defendernos de la opinión del otro es el mero rechazo, caemos en una arrogancia sin conceder ningún tipo de aporte.





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