Existen dos prejuicios con respecto al peronismo que han sido parte de desde intensos debates, internas y discusiones, hasta chicanas y memes en redes sociales. El primero es que el peronismo “siempre estuvo ahí”, esto no desde un ángulo de presencia o responsabilidad de la propia fuerza, sino desde una crítica hacia un supuesto parasitismo y negación a soltar la manija del Estado. Esos supuestos “70 años de peronismo” es un verso que se desploma con la velocidad del googleo, pudiendo pasear los ojos por las dictaduras, las proscripciones y las elecciones con pálidas para los justicialistas, que componen la historia de nuestro país.
Un segundo prejuicio habla de una presunta falta de coherencia del peronismo: no me refiero en su discurso a lo largo del tiempo, en donde, como en toda fuerza política, encontraremos contradicciones, idas y venidas que bienvenidas sean a la crítica y a la discusión, sino a las trayectorias y nombres propios que transitan en sus filas. ¿En qué se parecen Saúl Ubaldini con Ofelia Fernández? ¿Juan Domingo Perón hubiera aprobado a Martín Sabbatella? ¿Qué pasa si encerramos en una misma habitación a Hugo Curto con Martín Guzmán? La reflexión sobre este ítem se profundiza más al ver que el peronismo abarca desde a sujetos por fuera a lo que por ahora es Unión por la Patria, como Juan Schiaretti y el propio peronismo cordobés en sí, hasta referentes que en el repaso mediático son incorporados por redondeo al peronismo a pesar de pertenecer a cortes ideológicos de otro tipo, tal es el caso de Leandro Santoro o de Juan Grabois. Este caleidoscopio de orígenes, visiones y biografías en una entidad que no se mueve como partido, sino como movimiento, y cuyo ticket de ingreso se limita a nada más -y nada menos- que a sentirse parte, sin carnets ni planillas, ha sido reivindicado, denostado y parodiado, según de qué lado observemos al fenómeno.
Descomponiendo estos postulados, dejando de lado inexactitudes históricas y chicanas, hay algo que sí podemos tomar como presente en el peronismo desde el regreso de la democracia a la fecha, y es la gimnasia para, tarde o temprano, administrar la crisis de representación y de liderazgo que se le plantea cuando se ubica en la oposición, y salir por encima del laberinto con una especie de “outsider” ocasional hecho a medida. Prolongarse en el tiempo es más que una cuestión de moralidad o dogmatismo: es organización y adaptación. Y ese proceso reside en la capacidad orgánica de hacer emerger a un referente que calce con la lectura que el movimiento hace de su tiempo, aún si esto significa reorganizar jerarquías, obviar aspiraciones o, porque el afecto aún importa, “aprender a querer” a una figura que ha arribado a la cúpula.
¿Pero por qué un “outsider”? Existe un reconocimiento de dicha figura en los tiempos que corren, al haber logrado escalar al liderazgo de naciones de peso a escala mundial, como Donald Trump en los Estados Unidos, o actores esenciales para la vida de nuestra región, tal como lo es Brasil, cuyo electorado se inclinó en su momento por Jair Bolsonaro, o el propio arribo de Javier Milei a la Casa Rosada. Relativizar el término es algo que también se viene haciendo desde hace tanto, denunciando una elastización: ¿es outsider un Trump aupado a nada menos que el Partido Republicano, un Bolsonaro con décadas como diputado, o un Milei que incorpora nombres a sus filas como Patricia Bullrich, Luis Caputo o Federico Sturzenegger? Quizás más que por el final, podemos iniciar por el principio de la gestación del outsider, encontrando a un sujeto que en el corto plazo se encontraba afuera del tablero de la toma de decisiones de un determinado espacio, el cual adquiere un inmenso volumen de protagonismo, engrosa su apoyo popular a partir de su carisma y su perspectiva disruptiva, es también propulsado por una crisis de representación y marca en su ascenso y visión un fuerte contraste con sus antecesores.
Pero antes de los Trump, Bolsonaro y Milei, existió esa mencionada capacidad peronista de elevarse sobre el laberinto pateando el tablero, sea por inclinación de una mayoría popular o acuerdos puertas adentro. Cito al sociólogo Gabriel Levita en su artículo “¿De qué hablamos cuando hablamos de outsiders?” en El Estadista: “A veces, también se habla de outsiders para designar a quienes sí tienen una carrera política, pero que no forman parte de las élites partidarias. Quienes habitan en la periferia de los partidos hasta que en determinado momento cobran notoriedad y pasan al centro de la escena.”. El autor da pie a analizar casos de este tipo dentro del justicialismo. Carlos Menem, vitoreado como “caudillo” de La Rioja, quien sorprendió imponiéndose en la interna de cara a las presidenciales de 1989, construyendo una retórica, un discurso y una épica, frente a nada menos que Antonio Cafiero. Hasta 2002, Néstor Kirchner imaginaba su desembarco en las grandes ligas de la política nacional recién de cara a las elecciones del 2007, sin ser tenido en cuenta en ese momento para los comicios que, un año después, lo convertirían en presidente. Alberto Fernández, completamente distanciado de cualquier aspiración a la presidencia en 2019, fue elegido por Cristina Fernández de Kirchner para encabezar la fórmula que dicho año derrotó a Mauricio Macri. Los ascensos de Menem, Kirchner y Fernández obedecieron a motivos distintos. El riojano, como se mencionó, ganó su interna, el santacruceño fue auspiciado por el presidente Eduardo Duhalde y respaldado por el ministro de economía, Roberto Lavagna, y la candidatura de Fernández nació exclusivamente de una decisión de CFK. Calificar de outsiders a dos exgobernadores y a un exjefe de gabinete, entre una larga lista de etcéteras en la función pública, colabora con la nociva elastización del término, pero en ese caso, tocará encontrar otro para explicar la capacidad del peronismo para identificar a su agente fuera de los papeles para romper el partido (metáfora futbolística, no orgánica, cabe decir) como lo ha sabido hacer en el pasado. Ironías del destino, cuando compitieron hombres de Estado con ascensos escalón por escalón hacia la fórmula para intentar arribar a la presidencia, como Duhalde en 1999, Daniel Scioli en 2015 y Sergio Massa en 2023, el camino terminó con derrota.
¿Pero puede repetirse esto en el largo camino hacia 2027? Casi sin quererlo, el peronismo ingresa en una etapa experimental al calor de la búsqueda de liderazgos concretos. El repliegue de Massa, el silencio de CFK y el exilió ibérico de Alberto despejó la cancha para que los afines exploren alternativas en redes sociales, en conversaciones informales o netamente en la necesidad de acallar la orfandad política. Amasan miles de visualizaciones las apariciones de Guillermo Moreno, pero también tienen su lugar nombres que se han ido insertando en la escena en el último tiempo como Tomás Rebord o Alejandro Kim. No dejamos de hablar de sujetos del AMBA, dos de ellos con experiencias electorales probadas y hasta ahora insatisfactorias -Moreno y Kim-, o que han avisado no tener ninguna aspiración en cuanto a candidaturas -como es, por ahora, el caso del host de MAGA-. Tampoco podemos obviar que las visualizaciones en X, en shorts de YouTube o en contenidos en general, no se traducen, hasta donde sabemos, en votos y fidelidad. Existe un cerco que separa ello de la realidad concreta. Pero en el juego entre la necesidad de respuestas, la angustia, la inmediatez y la creatividad, estos nombres caminan en una escena política transformada por el propio ascenso de Milei: la puerta que abrió el meteórico arribo del mandatario al poder debe ser leída, incorporada y capitalizada por el peronismo, tomándose en serio el dispositivo de comunicación, de proximidad y de construcción de horizontes que ha sabido identificar el libertario en los nuevos medios de interacción y de instalación de un discurso. Más teniendo en cuenta el largo camino como oposición que el peronismo tiene por delante. Cabe decir que, entre 2007 y 2019, el peronismo eligió sus candidaturas a la presidencia de forma unilateral y que hasta los últimos sufragios no había hecho uso, a nivel ejecutivo nacional, de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias impulsadas bajo una gestión de su propio corte.
Muchas veces, cuando el encontrar el título para un artículo se hace difícil, apelamos a esa práctica de releer la nota para encontrarlo, porque seguro ya se encuentra allí. El outsider peronista ya está caminando entre nosotros, ahora mismo mientras leés estas líneas. Encontraremos su rostro despejando entre tweets, volviendo sobre nuestros pasos en el historial de TikTok y recorriendo la conversación entre pintas que anoche se tuvo con un compañero.





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