El gran logro diplomático de Henry Kissinger como consejero de Seguridad Nacional  en la presidencia de Richard Nixon, fue incorporar en 1971 a China a la ONU y al Consejo de Seguridad, esto cumplió una función niveladora y de equilibrio de poder mundial. En términos geopolíticos, Kissinger propuso que en cada espacio territorial con dimensiones continentales haya un país que cumpla el rol hegemónico ante sus vecinos, y que establezca el orden en esa región. Luego de la muerte de Mao Zedong en 1976, y con la asunción de Deng Xiaoping a la cabeza del Partido, China tomó un rumbo productivo económico que lo llevaría al lugar donde se encuentra hoy.

Para fines de la década de los ochenta, la URSS se resquebrajaba con la glasnost y la perestroika -reformas aperturistas en lo político y económico respectivamente-,Gorbachov publicitaba Pizza Hut, y la desmembración paría una Rusia débil por donde se la mire. Paralelamente, China se consolidaba como una potencia emergente. En un mundo nuevo de hegemonía estadounidense, China empezaba a tomarse seriamente la idea de protegerse a nivel militar.

El marco de Guerra Fría estuvo signado por la búsqueda de contenciones rivales a través del establecimiento de zonas de influencias, lo que marcó el destino geopolítico de muchos países. El surgimiento de un mundo unipolar requería monitoreo por parte de Estados Unidos y una reinterpretación del mapa euroasiático. En este sentido, la contención de Rusia y de China debían ser los principales ejes de su política exterior. Además, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 modificaron momentáneamente los objetivos militares marítimos de Estados Unidos. La guerra preventiva contra el terrorismo planteada por la administración Bush tuvo en sus bases militares dispersadas por el mundo, un pilar esencial para una postura reactiva y proactiva.

Para la segunda década del siglo XXI, bajo la administración Obama, Estados Unidos empezó a ver en China un futuro enemigo con el que dirimirá el destino del mundo. Estados Unidos repite la lógica de la política internacional luego de 1945. La Guerra Fría se reedita desde la perspectiva de la política exterior estadounidense, aunque China no se identifica con el papel que se le asigna. Obama y los halcones del ala republicana coincidieron en que el Indo-Pacífico es la nueva región a prestar atención, tanto por los movimientos de maniobras militares chinas como por el accionar de sus socios estratégicos en Asia, como Corea del Sur y Japón, principalmente.

Rusia es para China lo que la OTAN es para Estados Unidos

Las características que posee la política exterior rusa desde principios de milenio, que tiene en el multivectorialismo su guía práctica para llevar a cabo sus intervenciones políticas, militares y económicas, permite ver cómo los problemas que atraviesa Rusia hoy en día se siguen relacionando principalmente con su influencia en el Cáucaso, Medio Oriente y las ex repúblicas soviéticas. No obstante, Putin, una vez que tomó el poder ruso, se encargó de establecer buenas relaciones con su enorme vecino asiático. Como se dijo en un artículo anterior, en 2001 Rusia y China dieron origen a la Organización de Cooperación de Shanghái, diseñada con el objetivo de comprometerse en una alianza económica y militar, para contrarrestar la arremetida estadounidense en toda Eurasia. Ambos países decidieron conjuntamente iniciar relaciones dentro de un marco legal que les conceda la posibilidad de crear un frente sólido ante el juego de influencias que Estados Unidos. Tras el fin de la URSS, las ex repúblicas soviéticas se encontraron en un mundo nuevo, necesitaron el apoyo y asesoramiento por sus cuantiosos recursos y por la presión de intereses extranjeros. Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán funcionan como surtidores de energías para Rusia e indirectamente para China.

Rusia puede darle a China los recursos hidrocarburíferos que precisa para seguir motorizando su productividad y su dinámica económica. Como contraparte, China funciona hace tiempo como el sostén económico de Rusia, que por desgaste bélico, sanciones económicas provenientes de occidente, y un futuro político con incertidumbres, necesita de la única superpotencia dispuesta a colaborar con su presente y futuro.     

Mientras que China prefiere evadir la posibilidad de conflicto directo y pretende establecer buenas relaciones con sus socios occidentales, sobre todo con Europa, ya que es un mercado clave para el gigante asiático, Rusia parece más dispuesta a la confrontación. A pesar de estas distinciones, ambos países confluyen en que la energía y la seguridad económica son pilares para el sostenimiento de la seguridad.

Con la llegada de Xi Jinping al poder chino en 2012 se dio un cambio considerable en la política exterior bajo rasgos más demostrativos de poder, fue así que se llegó a un áspero y abierto enfrentamiento comercial con Estados Unidos durante la administración Trump. Dos años después de haber asumido Xi Jinping, Rusia invadió Crimea. Para 2018, el presidente chino es elegido para ejercer un segundo mandato. Cuatro años más tarde, Rusia invadió Ucrania. Si bien China no parece tener pretensiones expansionistas, resulta inquietante pensar si Rusia es un brazo militar desplegado hacia occidente del cual China podría llegar a hacer uso. Rusia detenta la experiencia de las armas, y China la reviste de tecnología. No se puede omitir el hecho de que Rusia va perdiendo autonomía, peso e independencia ante su socio, que aunque esté en una posición más dominante, también desea cuidarse.

Rosolvoronexport S.A es la principal agencia estatal rusa intermediaria para la exportación e importación de productos relacionados con la defensa. Fue creada por decreto en el año 2000 por Putin tras la fusión de dos empresas estatales. Li Shangfu, Ministro de Defensa chino, que en abril de este año fue recibido por el presidente ruso en Moscú, figura desde 2018 en la lista de sancionados por Estados Unidos por la compra de aviones y equipos de combate a Rosolvoronexport s.a. Las idas y vueltas en términos armamentísticos entre Rusia y China vienen de larga data. Su asociación no tiene límites y tampoco los tendrá.

Hace algunas semanas, Antony Blinken, Secretario de Estado estadounidense, pidió al gobierno chino que haga todo lo posible por controlar a las empresas capaces de proveerle tecnología a Rusia. Putin se resiste a volver a pasar vergüenza después del fiasco vivido en Georgia, allí nació una obsesión. Luego de la invasión a Georgia en 2008, el gobierno ruso emprendió una campaña de modernización de sus fuerzas armadas.

Aunque China posea la segunda economía más poderosa del mundo, tecnología de punta, e incontables recursos para destinarlo al plano militar, carece de algo que no puede comprarse: la experiencia en el campo de batalla. De manera elocuente, Rusia parece mostrarse como el brazo armado que le falta al gigante asiático para plantarse fuera de sus límites territoriales, pero sabe que no hay necesidad de precipitarse. Los objetivos rusos están direccionados a consolidar su poder regional para formar parte de una multipolaridad, y ve en China el socio ideal para garantizarlo.

La nueva arquitectura de seguridad de Estados Unidos

Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Jimmy Carter, tuvo una interpretación multipolar del mundo. Indicó a Eurasia como el megacontinente a atender, debido a que el control de este determinaría la dominación del mundo. Por tal motivo, Estados Unidos debía encargarse de que dicha región no estuviera constituida por grandes alianzas que, formadas en bloque, pudieran ir en contra de América del Norte. Ahora, la mirada está puesta también en el Indo-Pacífico.

El hecho que exista una negociación entre la OTAN y Japón para abrir una oficina en este país es una advertencia y un intento de disuadir las voluntades chinas a nivel regional. Esta intención occidental, por más pequeña e inofensiva que pueda parecer, dará paso a una comunicación más fluida con los socios de Estados Unidos y de la organización trasatlántica en Oceanía. La OTAN es a Estados Unidos lo que Rusia es para China, es decir, un brazo militar, pero hacia el oriente. La OTAN se encuentra en búsqueda de legitimidad y de propia resignificación para la geopolítica mundial desde el fin de la amenaza soviética, y otra posible, Ucrania podría ser la excusa perfecta para mantener su vigencia.

De manera recurrente y desde hace tiempo, la República de China, comúnmente conocida como Taiwán, denuncia presencia de aviones y buques chinos que merodean su territorio. A finales de la administración Trump, Estados Unidos destinó más de 5 mil millones de dólares en venta de armas a Taiwán, en un claro intento de disuasión. Además del dinero, Estados Unidos puso a disposición de Taiwán drones con el fin de que estos brinden información no solo para la isla, sino también para Washington. Esta información compartida forma parte de una vigilancia sobre el Indo-Pacífico. Con relación a eso, es importante tener en cuenta la Ley de Relaciones de Taiwán promulgada en 1979 por el Congreso de los Estados Unidos, esta ley, además de definir las relaciones entre la superpotencia y la República de China en la isla de Taiwán, establece que esta tendrá asegurada las capacidades de autodefensa suficientes para la reafirmación de su soberanía.

En la actualidad, Blinken y la diplomacia estadounidense buscan dejar en claro que no apoya la independencia a Taiwán, en un signo de buena voluntad para las negociaciones con China. Estados Unidos entiende que si se aparta de la disputa entre China y Taiwán, es más factible que el primero cumpla algunas de las peticiones del gobierno de Biden, sobre todo aquella que tiene que ver con la de proporcionar tecnología agregada al arsenal ruso.

Estados Unidos rehúye a entrar en un conflicto lejano que no le resulta trascendente, pero hasta cierto punto. No aviva las llamas de la tensión China-Taiwán, pero si lo cree necesario, actuarán en su nombre otras fuerzas, como Corea del Sur, Japón, u otros. Ahora bien, cuando Estados Unidos habla de violaciones a los derechos humanos en China, puede estar tras dos objetivos: que se produzca una revuelta en Taiwán si es que China presiona, o bien, deslegitimizar a China. Una cuestión resulta obvia, una conflagración en Taiwán podría tener consecuencias económicas mundiales sin procedentes, como puede ser la escasez de insumos a una escala global.

Las maniobras militares que se realizan en la región señalada tienen como propósito medir las capacidades propias y ajenas de acuerdo a las nuevas arquitecturas de seguridad. Washington comienza a agrandar su red en el Indo-Pacífico y el Aukus es un ejemplo de esto. El Aukus es una alianza trilateral firmada en septiembre de 2021 entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, cuyo objetivo es lograr una fuerza más y mejor distribuida. Para Estados Unidos, la OTAN en esa región tiene mucho más sentido que en una Europa en la cual sabe que Rusia no se animaría a avanzar pese a sus constantes amenazas.

La alianza articulada desde occidente con algunos países asiáticos se corresponde a un tipo de alineación militar caracterizada por ser “minilateral”, porque toma en consideración la estrategia de reforzar a los pequeños países de la región, y darle a cada uno de ellos un objetivo en particular. Estados Unidos pone el foco en los estados insulares del Pacífico Sur, como el caso puntual de Papua Nueva Guinea, que recientemente ha firmado acuerdos de seguridad con la superpotencia americana. Las redes de alianzas se agrandan y tienen distintos rangos. Por ejemplo, Japón y Estados Unidos están atentos a Okinawa, isla más próxima a Taiwán. Así es que Estados Unidos pretende trasladar todo su poder disuasorio a la otra punta del planeta y buscará potenciar las capacidades de sus aliados para dividir los costos. El Indo-Pacífico parece convertirse de a poco en un escenario donde los pequeños o grandes roces ocuparán un lugar importante en la agenda de seguridad internacional.

Conclusiones finales

Los destinos de las naciones de manera directa o indirecta estarán dictados en el siglo XXI por Estados Unidos y China. La diferencia principal entre ambos actores radica en que Estados Unidos ya protagonizó un período en la historia, mientras que China se prepara hace décadas para que su dominio perdure por muchos siglos. El camino para el gigante asiático no es fácil, China debe superar desafíos como; el sostenimiento del crecimiento económico, el envejecimiento de la población, las amenazas ambientales, las divisiones internas (geográficas y sociales), y por supuesto las arremetidas de Estados Unidos y Europa, que corren con la ventaja de contar con una ideología que promueve valores como el pluralismo, la tolerancia y la libertad.

El mainstream de las relaciones internacionales obliga a seguir analizando como Estados Unidos sigue preocupado por la contención de países como Rusia y China a través del establecimiento de alianzas alrededor del globo. Lo que podría pensarse en la actualidad como un equilibrio de poder moldeado a imagen y semejanza del pensamiento de Kissinger o de Brzezinski, en realidad es solo un manojo de alianzas que carecen de un principio rector como si lo tuvo la política internacional durante la segunda mitad del siglo XX. La disputa entre occidente y oriente sigue respondiendo a formas que ya hemos revisado desde 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. En conclusión, la amenaza del fantasma del comunismo forjó la legitimidad de las alianzas estratégicas del siglo pasado, en el mundo actual, las alianzas se destacan por su inestabilidad y necesidad coyuntural.

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