Con el trabajo de hormiga de cableados, acondicionamiento de estudios y la experimentación permanente en el área de la creación de contenidos, el mundo del streaming ha logrado consolidarse como un ámbito que nos acompaña en el día a día y que nos permite profundizar en una amplia gama de temas de interés general. Siendo parte íntegra de este proceso, la rama política de este sistema emergente atraviesa su primer gran debate colectivo: ¿debemos invitar aquí a quien no piensa como nosotros? La pregunta en efecto es bastante cuadrada, e incluso podría hacernos virar rápidamente hacia un tono autoritario. Sin embargo, la sensación más que de apuntar a invisibilizar al disidente, pareciera que atina más a “conservar” el espíritu de una comunidad, preservando lo que se reconoce como un “lugar seguro”.. Si Twitter/X fue devorado por el bait, si TikTok no permite cimentar un espíritu comunitario ante la exigencia de su scrolleo y si Facebook ha dejado de ser un espacio donde haga sitio el prime time de los debates políticos, el streaming se convirtió en un campo en donde expresiones como el kirchnerismo o el progresismo sintieron que, al fin, podía jugar “de local”. Una usina donde recordar los éxitos del pasado, abrazar la catarsis por el adverso presente y participar en tiempo real de una cocina de nombres y propuestas que puede o no culminar en un armado electoral. 

El sistema entra en tensión cuando la visita desentona con la armonía del hogar. En términos de dirigencia política, podemos incluir en esto el paso del diputado nacional Miguel Ángel Pichetto por On The Record, de Cenital, e Industria Nacional, de Gelatina, del diputado provincial Agustín Romo también por On The Record, del miembro del gabinete nacional Daniel Scioli en Hay Algo Ahí, de Blender, y también, a pesar de caminar puertas adentro del peronismo, del senador provincial Sergio Berni a Industria Nacional y Hay Algo Ahí. Una parte de la audiencia demostró su disconformidad en el chat en tiempo real, así como, posteriormente, en comentarios en redes sociales. Desde un determinado sector, era desaprobada tanto la invitación así como también lo que identificaban como “falta de repregunta” durante la nota en sí, llegando a mostrar disconformidad por la ausencia de una suerte de acorralamiento al entrevistado, en algún punto de la conversación donde el contraste con la cosmovisión local fue evidente.  Pedro Rosemblat, Ivan Schardgrodsky y Tomás Rebord, encabezadores de los respectivos ciclos mencionados, advirtieron que la intención de abrir el debate había venido para quedarse. 

La exigencia de paladar negro en consumos mediáticos no nació con el streaming: fue piedra angular durante las dos gestiones de Cristina Fernández de Kirchner en tiempos donde realizadores y viewers del medio, sin saber que este universo existiría en el futuro, por igual integraron una experiencia en términos de comunicación cuya influencia se ve reflejada en la actualidad. El conflicto con el campo en el año 2008, la crítica directa y abierta al Grupo Clarín, con el debate sobre la Ley de Medios como protagonista a partir del 2009, y una considerable batería de causas y visiones compartidas generaron una comunidad que encontró uno de sus hitos en el terreno mediático en 678, ciclo de la TV Pública emitido entre 2009 y 2015, que ofreció desde un contrapunto que hasta hoy circula respecto a los medios que consumimos y su rol en el quehacer político, hasta particulares episodios de deslegitimación a dirigentes en aquel entonces del peronismo, como el caso de quien sería a postre “el candidato del proyecto”, valga la ironía, el mencionado Scioli, a quien de cara a los comicios del 2015, aún sin el respaldo de CFK a su aspiración a Casa Rosada explicitada, le adosaban el mote de “candidato del los Fondos Buitre” junto a Mauricio Macri y… Sergio Massa.

No se trata de que 678 no invitase a enemistados con la línea CFK a su mesa, de hecho las contadas presencias de críticos a la gestión cristinista regalaron momentos altamente interesantes, incluyendo un greatest hits como el recordado “Conmigo no, Barone” de una ofuscada Beatriz Sarlo. Pero, ¿qué hay entre medio del lema “multiplicar es la tarea” con el que iniciaba aquel ciclo de la TV Pública, y el ingreso de un Romo, un Pichetto, un Scioli o un Berni a un estudio de streaming? Puntualmente, tres elecciones presidenciales, donde los candidatos bendecidos por la propia Cristina eran acérrimos adversarios de 678, con varios informes extremadamente críticos en su haber. Este ítem incluye, claro, al ex Frente Renovador en aquel entonces, Alberto Fernández, además de los ya nombrados Scioli y Massa. Tras la derrota del peronismo en las elecciones del 2015 y el ascenso al Ejecutivo de Mauricio Macri, se comenzaron a reivindicar factores como la unidad, la adaptabilidad y el pragmatismo, ejes que también influenciaron a los formatos de comunicación que fueron llegando y creciendo al calor de ese período. Se vivió, también, el traspié electoral de Unidad Ciudadana en 2017, la euforia de la creación y victoria del Frente de Todos, y la profunda decepción a la hora de gestionar desde la alianza, al punto de eliminar el nombre característico de la  misma. Las conquistas a defender se disiparon y queda una desmovilización y una pesada nostalgia. Completa el cuadro la sorpresiva y contudnente victoria de Javier Milei en la segunda vuelta de las últimas elecciones. Camina una sensación de tocar fondo y justamente parte de ese duelo, fue hecho delante de la camarita, en transmisiones con caras largas, pero, también, con las primeras ideas sobre cómo salir adelante desde el peronismo, en un país que se había pintado de violeta. En las reflexiones, más que la idea de cercarse en las ideas, se veía una necesidad de introspección e incluso de reinicio a la fuerza política, al verla, tal como reflejaron los sufragios, desconectada de la voluntad de la mayoría del electorado. 

Hay una reflexión sobre los tiempos que corren que une a diferentes analistas, entre ellos, por ejemplo, Federico Vázquez vía Futurock, y es que asistimos al fin del ciclo político que comenzó en el 2001, con su génesis en el “que se vayan todos”, el abrupto final de la convertibilidad, el ocaso electoral de la Unión Cívica Radical y la gestación del kirchnerismo. El biocalicionsimo que fugazmente compusieron el peronismo y las variantes de Cambiemos es pasado y un Milei sin estructura nacional y prescindiendo del apoyo de los dos principales partidos en su frente, llegó a la Casa Rosada. La Argentina que creíamos conocer, ya no existe.

Valga la ironía, de algo podemos estar seguros: no hay certezas. Frente a esto, el streaming está tomando el entendible camino de ejercitar la curiosidad. Durante 2007 y 2013, la oposición fue un agente difuso. Elisa Carrió, Julio Cobos, Ricardo Alfonsín y Hermes Binner fueron algunos de los que cupieron en ese mote, con vuelo considerablemente bajo. Hoy es mucho más evidente que hay algo del otro lado. Más aún, que cuenta con un apoyo a nivel nacional, que identificó demandas insatisfechas, que inauguró nuevos ámbitos de debate, que conmueve a un conjunto de la población que no encontró respuestas a sus urgencias en el peronismo y que, uno de los puntos que más trastoca, conecta con los jóvenes. 

Cuando tan poco queda adentro después de semejante recorrido, es difícil que seduzca entonces la idea de “amurallar la comunidad”. El streaming hoy apuesta a desafiar la siempre latente lectura de que convocar ajenos a la ideología predominante en una mesa, amenaza la estabilidad del aire o pone a prueba qué tan seguros son de sus convicciones los integrantes de un ciclo. Volviendo a las bases, es humanamente entendible la actitud de cebar un mate y escuchar, más cuando el país reacciona electoralmente hacia el camino opuesto al que, según los manuales con los cuales contábamos, debería haber ido. No se trata solamente de una necesidad de acumular testimonios sobre este tiempo. Es que todavía estamos intentando entender qué pasó. 

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