En julio de 2025, el gobierno francés, encabezado por François Bayrou, decidió afilar la hoja del ajuste. Anunció un recorte presupuestario de 43.800 millones de euros para el período 2026-2030, con el objetivo de reducir el déficit fiscal, controlar la deuda pública y calmar los ánimos en Bruselas.
El plan contiene todos los ingredientes de una receta neoliberal adaptada al paladar europeo: congelamiento de salarios públicos y pensiones, reducción de personal estatal, eliminación de dos feriados nacionales, y la promesa de una “contribución de solidaridad” que, en otras palabras, implica un impuesto aún no detallado a las grandes fortunas. Aunque el primer ministro no blandió una motosierra en
televisión, el mensaje fue claro: hay que cortar, y hay que cortar ya.
La oposición —tanto la izquierda (Mélenchon) como la derecha (Marine Le Pen)— amenaza con presentar una moción de censura, mientras los sindicatos planean movilizaciones contundentes para el próximo otoño.
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Francia, Europa y el fantasma de la deuda
Para entender este giro, es necesario situar a Francia en su contexto regional. La economía francesa atraviesa un momento delicado: en 2024, cerró con un déficit del 5,8 % del PBI y una deuda que superó el 114 %. Estas cifras habrían sido impensables hace apenas una década en una de las potencias fundadoras de la Unión Europea. La Comisión Europea, fiel guardiana del equilibrio fiscal, exige que el déficit vuelva al 3 % antes de 2029. Francia, atrapada entre el deber continental y la presión interna, responde.
Pero hay algo más. En un mundo marcado por la incertidumbre geopolítica, las tensiones comerciales y la competencia de gigantes como China y Estados Unidos, Francia no puede permitirse el lujo de mostrarse fiscalmente débil. Para mantener su posición en el tablero global —y no perder influencia frente a Berlín o Bruselas— debe emitir señales claras de “responsabilidad económica”.
¿Bayrou con acento argentino?
Lo curioso —o inquietante— es el paralelismo con otro modelo de ajuste: el argentino. En 2023, Javier Milei llegó al poder prometiendo recortar el Estado. Y lo cumplió: reducción drástica de ministerios, eliminación de subsidios, privatizaciones, congelamiento del gasto público. Todo envuelto en un discurso de guerra contra “la casta” y ejecutado con una motosierra como símbolo de campaña.
Aunque los estilos no podrían ser más distintos —el libertario del sur frente al centrista del norte—, el espíritu del recorte responde a una misma lógica: achicar el Estado para calmar a los mercados, disciplinar a la sociedad y congraciarse con los acreedores internacionales.
Mientras Milei encarna el ajuste como espectáculo, Bayrou lo presenta como necesidad racional. Uno recita a Hayek; el otro, a De Gaulle. Ambos, sin embargo, afectan directamente a amplios y vitales sectores de la población. Y eso, en una Francia que ya vivió intensas protestas por la reforma jubilatoria de Macron, puede reavivar la llama del conflicto social.
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Ajustar para armar: gasto militar
Detrás del discurso de la austeridad y la eficiencia, hay una variable que no deja de crecer: el gasto militar. Francia, como buena parte de Europa, ha aumentado sostenidamente su inversión en defensa desde el inicio de la guerra en Ucrania. En 2024, destinó más del 2 % del PBI a las fuerzas armadas, cumpliendo —e incluso superando— las exigencias de la OTAN. Este crecimiento no es neutro: mientras se recortan pensiones y salarios públicos, se robustece el arsenal militar y se multiplican las maniobras militares conjuntas.
El recorte presentado por Bayrou no puede analizarse sin considerar el nuevo mapa estratégico del continente: una Europa que se rearma, que refuerza sus lazos transatlánticos y que prepara su economía para un eventual escenario de guerra prolongada o disuasión regional.
Francia se convierte así en el primer país de peso dentro de la Unión Europea en dar señales concretas de reordenamiento fiscal, abriendo el camino para que otras capitales —como Roma, Madrid o incluso Berlín— sigan el mismo rumbo.
Este movimiento, sin embargo, no está exento de riesgos. Si bien podría fortalecer la imagen de Francia ante Bruselas y los organismos de crédito, también puede debilitar políticamente a Emmanuel Macron. Con elecciones municipales y senatoriales previstas para 2026, el malestar social generado por estos recortes podría traducirse en un avance de los extremos: ya sea una izquierda movilizada o una ultraderecha que prometa “ajustar distinto”. El centro, una vez más, aparece como rehén de su propio equilibrio.
La globalización del ajuste
A pesar de las diferencias de contexto, Francia y Argentina comparten una lógica de fondo: el ajuste sincronizado como vía de legitimación ante el mercado. Lo que en Buenos Aires se enuncia a gritos, en París se susurra con gráficos. Pero el trasfondo es el mismo: una reconfiguración del rol del Estado.
Desde el Cono Sur hasta Europa Occidental, los gobiernos adoptan políticas de austeridad que, aunque presentadas como necesarias, tienden a recaer sobre los mismos sectores de siempre.
La motosierra, con acento argentino o francés, está de moda. Pero conviene no olvidar: las sociedades no son de madera. Y cuando se las corta demasiado, pueden astillarse.
DESCARGO DE RESPONSABILIDAD
Las opiniones y perspectivas expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de sus autores y colaboradores invitados. No reflejan necesariamente las posturas institucionales ni las políticas oficiales de Politólogos al Whisky, y no deben interpretarse como un aval o respaldo automático por parte de esta organización.
Fuentes
- Ministère de l’Économie, des Finances et de la Souveraineté industrielle et numérique. (2025). Projet de loi de finances 2025 – Présentation des grandes orientations budgétaires. https://www.economie.gouv.fr
- NATO. (2024, junio). Defence expenditure of NATO countries (2014–2024). North Atlantic Treaty Organization. https://www.nato.int/cps/en/natohq/news_221930.htm
- Le Monde. (2025, julio 10). Réduction des dépenses publiques : la stratégie risquée de François Bayrou. https://www.lemonde.fr





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