Desde que nació en el año 1949 el servicio de inteligencia exterior israelí, Mossad, se fue posicionando hasta convertirse a día de hoy como posiblemente la agencia de espionaje más eficaz y temida del mundo, incluso superando a la propia CIA (Agencia Central de Inteligencia, de los Estados Unidos de América) en muchos aspectos.
Con un enfoque centrado en la seguridad nacional y la protección del Estado de Israel frente a amenazas externas, este servicio secreto ha desarrollado una infraestructura muy compleja basada en el espionaje, la infiltración y la recopilación de información de altísima precisión, siendo sus principales objetivos actores estatales y no estatales que representan un riesgo estratégico para Israel, destacándose la República Islámica de Irán como uno de los más persistentes y peligrosos.
Las tensiones entre Israel e Irán han escalado rápida y considerablemente en las últimas décadas, principalmente por el desarrollo del programa nuclear iraní y el apoyo logístico y financiero de Teherán a organizaciones terroristas como Hamás y Hezbollah. En este panorama, el Mossad ha desempeñado un rol clave mediante un sin número de operaciones encubiertas de alto impacto, caracterizadas por una sofisticación tecnológica y una coordinación quirúrgica con las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
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Eventos recientes, como la eliminación de la cúpula dirigente de Hamás y la Operación «León Ascendente», han puesto en evidencia la capacidad del aparato de inteligencia israelí para ejecutar acciones precisas en territorio enemigo, neutralizando amenazas con una exactitud milimétrica y minuciosa.
Ante esta coyuntura, surge la pregunta crucial que orienta este análisis ¿Cómo traduce Israel la inteligencia de campo en golpes de precisión letal?
El Mossad actúa como el brazo invisible del Estado israelí, combinando técnicas de inteligencia humana (HUMINT), vigilancia electrónica, ciberinteligencia y operaciones encubiertas, enigmáticas y recónditas con herramientas tecnológicas de última generación. Su capacidad para penetrar estructuras de seguridad enemigas, interceptar comunicaciones y ejecutar ataques dirigidos ha sido validada en múltiples escenarios. Uno de los casos más paradigmáticos es la Operación Huerto (2007), donde el Mossad identificó y facilitó la destrucción de un reactor nuclear sirio en coordinación con las FDI, en una acción altamente secreta.
En 2018, en una operación encubierta extrajeron archivos nucleares iraníes desde Teherán, que fue otra muestra del alcance logístico y operativo del Mossad, donde varios agentes lograron sustraer más de 50.000 documentos clasificados sin ser detectados. Dos años más tarde, en 2020, el científico Mohsen Fakhrizadeh, una figura clave del programa nuclear iraní, fue asesinado con una precisión asombrosa mediante el uso de una ametralladora controlada remotamente desde fuera del país, en un ataque que combinó una meticulosa planificación, inteligencia de localización, reconocimiento facial y tecnología automatizada.
En 2021, una operación de sabotaje físico en la planta nuclear iraní de Natanz paralizó el desarrollo de centrífugas de enriquecimiento de uranio. El ataque fue atribuido al Mossad y que según acusaciones iraníes habrían infiltrado explosivos en dispositivos clave dentro de la instalación y por medio de un ataque cibernético provocó un apagón que dañó parte de la red eléctrica y centenares de centrífugas IR-1 e IR-2m, retrasando el programa de desarrollo nuclear.
Más recientemente, en septiembre de 2024, Hezbollah acusó a Israel de detonar explosivos dentro de beepers (dispositivos de rastreo GPS/GSM) para atentar contra sus milicianos en Líbano con microcargas de PETN (Pentaeritritol Tetranitrato), un potente químico destructivo oculto en cada localizador, lo que sugiere el empleo de dispositivos señuelo conectados a sistemas de geolocalización individualizados, algo inusual e impensado de gran diseño y desarrollo que conmocionó al mundo, elevando la vara de operaciones de inteligencia a niveles preocupantes.
Estos y muchos más ejemplos evidencian una línea de continuidad operativa, con el uso de inteligencia avanzada y precisión táctica como los pilares de la disuasión israelí. Cada caso anticipa, en su lógica y sofisticación, el patrón observado en la reciente “Operación León Ascendente”, que representa un punto de inflexión en la cooperación directa entre el Mossad y las FDI en ataques selectivos dentro del territorio iraní, al punto de llegar a dominar su espacio aéreo.
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Esta operación, que fue ejecutada la madrugada del pasado 13 de junio de 2025, representa un hito en la articulación operacional entre el Mossad y las FDI, marcando un punto de inflexión en la estrategia israelí de acción directa sobre objetivos de alta prioridad en territorio enemigo.
El operativo estaba centrado en la desarticulación de elementos claves de redes logísticas, generación de estragos en instalaciones y eliminación de personal esencial del programa nuclear iraní, distinguiéndose por un nivel de coordinación entre inteligencia y capacidad de fuego de precisión sin igual en la región.
La planificación de la ofensiva se basó en una fase previa de recolección de datos de inteligencia por parte del Mossad, incluyendo la infiltración de redes internas, vigilancia remota, como el uso de escuchas SIGINT (inteligencia de señales), y el posible uso de inteligencia artificial para modelar patrones de comportamiento de los objetivos, con un periodo de preparación aproximado de ocho meses según varios informes. Una vez identificados los blancos, las FDI intervinieron mediante unidades de élite, drones previamente infiltrados en territorio iraní y ataques aéreos milimétricamente calculados.
Este tipo de operación mixta revela un salto cualitativo en la doctrina de defensa israelí, en la que la inteligencia no solo proporciona datos, sino que habilita ejecuciones quirúrgicas que minimizan los daños colaterales y maximizan la eficacia estratégica. Así “León Ascendente” se consolidó, como un modelo operativo que podría marcar el rumbo de futuras acciones encubiertas de Israel en los conflictos de medio oriente.
Es de suma importancia considerar que las acciones encubiertas del Mossad y de las FDI en el territorio iraní tienen un profundo impacto geopolítico inmediato, donde las intervenciones reconfiguran el tablero regional, intensificando las tensiones entre Israel y actores vecinos como Irán, Siria, Hamás y Hezbollah, pero también condicionando la postura de las potencias globales y ocasionando incertidumbre en los mercados energéticos.
Estados Unidos, principal aliado de Israel, ha respaldado tácitamente muchas de estas intromisiones, mientras que Rusia y China han expresado su preocupación por la estabilidad en Medio Oriente. En particular, Beijing manifestó su inquietud por la posibilidad de un cierre del estrecho de Ormuz, lo cual pondría en riesgo el flujo de petróleo hacia Asia, y hubiera afectado gravemente tanto su economía como la de otros países dependientes del crudo del golfo Pérsico, como India, Japón o Corea del Sur. Mientras que la Federación de Rusia se beneficiaría al aumentar sus volúmenes de venta de crudo y gas a Europa y Asia, pese a su capacidad de producción limitada. Por el contrario, Estados Unidos no se vería tan afectado, ya que es bastante autosuficiente, la mayor parte de su demanda interna se cubre con producción nacional y otras rutas de suministro.
En cierto modo, este enfoque plantea tensiones en el ámbito del derecho internacional y la ética de la guerra encubierta. Si bien el Estado de Israel justifica estas acciones como defensa preventiva frente a posibles amenazas existenciales, a su vez muchos críticos y organismos multilaterales cuestionan la legalidad de asesinatos selectivos fuera de un conflicto armado declarado (recordemos que fue Israel el primero en lanzar una ofensiva contra Irán en menos de 24 horas una vez vencido el plazo de 60 días de negociación de los términos del proyecto nuclear iraní, intervalo que fue otorgado por Estados Unidos).
Además, el uso de tecnología letal automatizada y operaciones extraterritoriales genera controversias y serios cuestionamientos sobre la soberanía, la proporcionalidad y la transparencia. Pero en términos de percepción internacional, estas acciones generan una mezcla entre admiración y alarma, mientras algunos Estados reconocen la efectividad del modelo israelí, otros, alertan sobre la posible normalización de tácticas que erosionan normas fundamentales del sistema internacional, planteando un dilema persistente entre eficacia operativa y legitimidad global.
El accionar del Mossad evidencia la evolución y camino constante de las prácticas de inteligencia hacia la fusión inédita entre tecnología, infiltración y precisión operativa. Su gran capacidad para traducir información en acciones concretas redefinió los estándares del espionaje moderno, posicionando al Estado de Israel como un actor capaz de imponer disuasión mediante operaciones encubiertas de altísima sofisticación. Por otro lado, esta eficacia también nos invita a una reflexión crítica sobre los límites éticos, legales y geopolíticos de tales intervenciones.
Existe una delgada línea entre la defensa preventiva y la agresión extraterritorial que seguirá generando debates en la comunidad internacional, dejando al mundo ante un dilema ¿Es posible proteger a una nación sin poner en riesgo los valores y principios que sostienen al mundo?





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