Por Aldana Ludueña

En la guerra comercial entre China y EE.UU. se han abierto muchos frentes, desde Trump pidiendo que las empresas de EE.UU. vuelvan al país, hasta China, que —según sus portavoces— no se preocupa por perder a EE.UU. como cliente. En toda esta batalla se ha sumado un frente muy diferente a lo que usualmente se debate, pero muy comprometido en cuestiones económicas: la industria cinematográfica y textil.

Históricamente, estas dos industrias siempre estuvieron comprometidas cuando se trataba de conflictos con otros países. Desde películas propagandistas hechas por Hollywood hasta ser aliados y diseñar trajes militares para la Alemania nazi, como Hugo Boss.

En esta nueva cruzada aún no aparece la carta bélica entre Estados Unidos y China, pero sí están jugando al límite con la carta comercial, en donde China luchará hasta el final, aunque —según sus portavoces— no le importe perder a EE.UU. como cliente, aunque este represente el 15 % de su cartilla de compradores.

En términos de balanza comercial, EE.UU. importa más productos del gigante asiático que a la inversa, por lo que mantiene un déficit comercial con China.

Mientras Trump y su equipo redoblan esfuerzos para que los aranceles tengan un efecto negativo sobre China, este último tomó una serie de medidas sobre ciertos sectores específicos, como la industria cinematográfica. En el marco de esta guerra, China decidió limitar el número de películas extranjeras importadas desde Estados Unidos. Los portavoces del gobierno chino dijeron lo siguiente:

“Seguiremos las reglas del mercado, respetaremos las opciones de los espectadores y reduciremos moderadamente el número de películas estadounidenses importadas.”

Esto representa una gran pérdida para este sector, ya que se queda sin su segundo mayor mercado, lo que significaría una baja del 10 % en los ingresos de la industria audiovisual.

Por el lado de la moda, es muy difícil para Estados Unidos tratar de vencer al gigante asiático, ya que la mayoría de la industria textil es importada desde China. Si bien China tuvo algunas flaquezas —como el caso de Shein, que está considerando deslocalizar su producción hacia países menos afectados por los aranceles, como Turquía y Brasil—, no parece palidecer y comenzó a utilizar movimientos pequeños pero tácticos a la hora de disputar el debate comercial.

Como ya sabemos, todos hemos escuchado la frase “si es ‘made in China’, no es de buena calidad”. Al parecer, Trump quiso utilizar ese prejuicio como campaña de desprestigio y justificar la imposición de aranceles. Pero esta industria no se quedó callada y, en esta era digital, decidió responder por la misma vía. A través de la red social TikTok, muchos dueños de fábricas alzaron su voz diciendo que todas las marcas de lujo —por más que digan que se hacen en Europa— son manufacturadas allí, y que solo cuestan una parte ínfima de lo que se venden en las “góndolas” estadounidenses.

En conclusión, lo que se puede sacar de esta guerra comercial en general es que el gobierno actual de Trump está subestimando la capacidad de China en términos de resistencia y respuesta, porque todo parece indicar que este conflicto va a durar hasta que alguno decida quebrarse.

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