En los últimos meses, diversas protestas estallaron en varias capitales de la región del Cáucaso y los Balcanes. Esta ola de descontento social comenzó en Georgia, en marzo de 2023, cuando la sociedad civil tomó las calles de Tbilisi, la capital del país para protestar contra la ley de agentes extranjeros propuesta por el gobierno que en un principio buscaba monitorear a aquellas organizaciones que recibían dinero del extranjero pero que en realidad buscaba perseguir a opositores políticos. Dichas protestas se produjeron en un contexto marcado por la invasión de Rusia a Ucrania, que se había producido poco más de un año antes.
Las manifestaciones se prolongaron por todo el 2023 y el 2024. Los manifestantes enarbolaban banderas de la Unión Europea y cantaban el himno el himno a la alegría, en un claro rechazo a su pasado soviético y en busca de pertenecer a la Europa comunitaria.
En noviembre de 2024, un techo en una estación en Serbia se desplomó dejando como resultado 15 muertos. El siniestro destapó un entramado de negligencia y corrupción que salpicaba a prácticamente toda la clase política de un país que no logró desarrollar una transición democrática exitosa desde la división de la República Federativa y Social de Yugoslavia. A raíz de este hecho, estallaron protestas masivas en Belgrado lideradas mayormente por estudiantes universitarios, que incluso fueron nominados al premio Nobel de la Paz por el dramaturgo serbio Sinisa Kovacevic. Los manifestantes consideraban la dimisión del Presidente Alexander Vucic como un requisito esencial para terminar con décadas de corrupción e inacción política.
En la República de Turquía, las protestas estallaron en las principales ciudades del país luego de que el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ordenara la detención del alcalde de Estambul. En dichas protestas, se cree que alrededor de 1.900 ciudadanos fueron detenidos por las fuerzas de seguridad. Esta decisión provocó el descontento de la sociedad turca, que consideraba que la decisión de Erdogan constituía un punto de inflexión en un país que ha avanzado considerablemente hacia el autoritarismo en los últimos años.
En este sentido, es importante destacar que los estudiantes universitarios han sido los protagonistas indiscutidos de este estallido social. Esto se debe principalmente a que las universidades siempre se caracterizaron por ser centros de debate y discusión en contextos autoritarios. De hecho, una de las fotos que se viralizaron de las manifestaciones en Turquía fue la de una estudiante leyendo «El contrato social” de Jean Jacques Rousseau con los tanques del Ejército detrás.
Es muy probable que los estudiantes de los Balcanes y el Cáucaso quienes, a diferencia de sus padres, han podido vivir y estudiar en un contexto de transición democrática, no estén dispuestos a perder los derechos conquistados en las últimas décadas. Asimismo, el contacto que tuvieron estos jóvenes con textos clásicos de la teoría política les permitió desarrollar un pensamiento crítico que los llevó a cuestionar duramente las estructuras de poder en sus países.
Al igual que en el Mayo francés y la Primavera de Praga, los estudiantes europeos en la actualidad buscan defender la democracia en sus países enfrentándose a fuerzas reaccionarias que buscan convertir a democracias incipientes como Serbia, Georgia o Turquía en regímenes híbridos o autoritarios.
El estallido social en los Balcanes y el Cáucaso nos invita a reflexionar sobre la importancia del acceso a la educación superior en las sociedades contemporáneas. En la actualidad, la libertad de expresión y de cátedra corre peligro en muchas casas de estudio alrededor del mundo. Es fundamental proteger al sistema universitario, ya que es la única forma que tiene una sociedad de avanzar hacia la libertad, la igualdad y la democracia.





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