La victoria de Milei en las recientes elecciones presidenciales generó un revuelo que va más allá de lo convencional en la política argentina. ¿Cómo es posible que un candidato que abraza una visión anarcocapitalista respaldada por la escuela austriaca de economía? haya logrado cautivar a una sociedad que, hasta ahora, se había mostrado tradicionalmente inclinada hacia un estado de bienestar expansivo? Contrario a lo que podría pensarse, la clave no reside tanto en la solidez teórica de sus argumentos como en su capacidad para encarnar el agotamiento generalizado de la población tras décadas de declinación.

Para entender la victoria de Milei, es esencial analizar el contexto social y político que dejó al país en este punto. Décadas de declinación económica, crisis recurrentes y una percepción generalizada de corrupción en la élite política crearon un caldo de cultivo propicio para un candidato que encarne el hartazgo de la sociedad.

Milei no solo fue capaz de identificar este sentimiento generalizado de insatisfacción, sino que logró personificarlo de manera efectiva. Su discurso apasionado y su rechazo vehemente a las prácticas políticas tradicionales conectaron con aquellos que anhelan un cambio radical en la dirección del país.

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Milei construyo su discurso y su plataforma política sobre las bases filosóficas de la escuela austriaca de economía, basándose en los postulados de autores como Hayek, Mises y Rothbard. Su discurso, plagado de referencias teóricas, busca levantarse como un bastión de lógica y racionalidad en un panorama político muchas veces carente de fundamentos sólidos y saturado de estrategias comunicacionales artificiales.

No obstante, a la visión de este autor, la victoria de Milei no puede atribuirse a la aceptación masiva de su filosofía anarcocapitalista o a la adhesión generalizada a sus propuestas económicas, sino a la resonancia emocional que produjo su mensaje antiestablishment en la sociedad argentina.

La verdadera fortaleza de Milei radica en su habilidad para articular un discurso que toca fibras sensibles en el corazón del ciudadano común, conectando con las emociones de la sociedad, lo que derivó en un apoyo masivo. En lugar de depender exclusivamente de un razonamiento lógico, Milei se dirigió directamente al alma del votante. Su uso magnífico de los símbolos y la retórica permitió que sus ideas trasciendan las barreras intelectuales y lleguen a un público más amplio, a menudo poco familiarizado con las complejidades de la teoría económica.

La razón de este fenómeno radica en que la audiencia no siempre está dispuesta a atender a explicaciones racionales o evidencias científicas, sino que demanda un discurso que apele directa e inmediatamente a sus emociones, y si se satisface esta exigencia, su adhesión será fácilmente obtenida. Un recurso efectivo para lograrlo es canalizar la frustración de una sociedad afectada por años de crisis económicas y ofrecerle un responsable claro y definido, un enemigo común que se presenta como el causante de todos los males sociales. En el caso de Milei, este rol lo cumple la figura de “La Casta”, que representa a los sectores de la sociedad que viven y dirigen un sistema social que registra un 40% de pobreza y más de 100% de inflación.

En este sentido, la premisa fundamental sostiene que, en términos de espectáculo, menos es más. Cualquier otro efecto agregado podría sugerir que el relato, por sí mismo, no es lo suficientemente fuerte. Sin embargo, la proclamación de consignas como «Ir contra la casta» o abogar por «La dolarización» como la fórmula mágica para erradicar el persistente problema de la inflación es un imán para las fantasías. Al vincularse con imágenes y simbolismos, estas consignas obtienen un poder innegable. En cambio, las palabras que empleamos para persuadir a otros pueden ser reinterpretadas por ellos según sus propios marcos de referencia; las modifican y a veces llegan a entender lo contrario de lo que quisimos decir. Además, hay palabras que pueden ofender o molestar a algunos receptores por las asociaciones que les provocan, aunque no fuera nuestra intención al usarlas. 

La imagen, a diferencia de la palabra, tiene un acceso directo a nuestras emociones y a nuestra atención. Golpea con una fuerza emocional y una inmediatez que no deja espacio para la reflexión o la duda, es similar a la música, la cual trasciende los límites de la razón y la lógica. Por eso, en los debates, Milei no logró convencer hablando sobre sus ideas libertarias, tratando de persuadir a los escépticos con argumentos racionales. En cambio, en toda su campaña electoral, fue capaz de crear un espectáculo convincente que hacía innecesarias las palabras. Cuando sus seguidores lo veían, la imagen del antiestablishment, del anti casta hablaba por sí sola.

Así, la imagen se presenta como un hecho indiscutible. Actúa disuadiendo preguntas, creando vínculos emocionales fuertes, resistiendo interpretaciones equívocas, evita ambigüedades, transmite un mensaje inmediato y supera las barreras sociales. Las palabras provocan debates y conflictos. Las imágenes unen a la gente. Una manera efectiva de emplear imágenes y símbolos es crear un gran espectáculo que capte la atención de la gente y la aleje de realidades incómodas. No es difícil de conseguir: a la gente le atrae lo grandioso, lo espectacular, lo que sobresale por encima de lo común. Si se aprovechan esas emociones, se llenarán los espectáculos de público. Lo visual es el medio más sencillo y directo para llegar al corazón de los demás.

Un par de personas en un escenario

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La lección que sobresale de la victoria de Milei es que la política, en su esencia, es una cuestión de percepción y conexión emocional. Más allá de las teorías económicas y las argumentaciones racionales, la habilidad para crear un discurso visualmente impactante y resonante demostró ser una herramienta poderosa. La narrativa de Milei no solo desafía las convenciones establecidas en la política argentina, sino que también plantea preguntas más amplias sobre el papel de la emoción, la imagen y la retórica en la configuración del futuro político de la nación. Su victoria no es simplemente un cambio de liderazgo, sino un indicio de una transformación más profunda en la forma en que los ciudadanos argentinos perciben y participan en el proceso político.

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