Después de meses de intensas negociaciones y numerosos avances y retrocesos, Estados Unidos autorizó recientemente la venta de 24 aviones caza F-16 equipados con misiles aire-aire procedentes de Dinamarca a Argentina. Esta concesión estratégica refleja un nuevo capítulo en la compleja relación entre Washington y Buenos Aires y enciende las alarmas de competencia directa con China, que ha presentado su propia oferta de aviones JF-17 procedentes de Pakistán.

La decisión estadounidense de permitir esta transacción, a pesar de las históricas restricciones británicas que previamente habían limitado la capacidad de Argentina para mejorar su arsenal, se debe en gran medida a la creciente preocupación de Washington por el avance de China en América Latina, los mares circundantes y la Antártida.

La transformación de la percepción de Argentina como un aliado estratégico y un contrapeso regional es innegable. Esto se materializa en el paquete ofrecido al país, que abarca no solo la adquisición de los avanzados aviones de combate F-16, si no también la provisión de sofisticados misiles de corto y mediano alcance, como los temidos SideWinder X y Amraam. Cabe destacar que este tipo de sistemas de armas, en combinación con los F-16, solo se entrega a naciones aliadas de Estados Unidos en Asia, como Taiwán y Singapur, así como a miembros de la OTAN, incluyendo a Holanda, Turquía y Rumania, sin olvidar a Israel.

Además de los aviones de combate, como parte de la venia de Washington, el gobierno argentino cerró un acuerdo con el Reino de Noruega para la adquisición de cuatro aeronaves P-3 C/N Orion, destinadas a fortalecer las capacidades de vigilancia y control de la Armada Argentina en las aguas territoriales. 

La elección entre la adquisición de los F-16 y la opción china JF-17 plantea cuestiones que trascienden lo puramente militar. En este contexto, el próximo gobierno argentino deberá priorizar el establecimiento de un diálogo constructivo con todas las fuerzas políticas, ya que la compra de estos sistemas de armas no solo es una decisión estratégica a largo plazo, sino también una elección que marcará el rumbo de la Política Exterior y de Defensa de Argentina.

Como señalaba el influyente teórico militar Carl von Clausewitz, “si la guerra es parte de la política, la política determinará su carácter.” En este contexto, la construcción o redefinición de un sistema de Defensa debe estar en sintonía con una lectura política exhaustiva que tome en cuenta no solo las condiciones socio-históricas y estructurales de la nación, sino también las variables contextuales, como las relaciones exteriores y la coyuntura económica, tanto a nivel nacional como internacional.

De esta manera, la elección entre las ofertas de Estados Unidos y China no solo determinará la seguridad nacional de Argentina, sino también su posición en el escenario internacional, en un mundo cada vez más competitivo y desafiante.

Análisis de las opciones: Estados Unidos vs. China

Las Fuerzas Armadas Argentinas requieren una modernización integral que abarque todas sus capacidades, y en especial su sistema de armas. El sector de Defensa del país se enfrenta a un conjunto de capacidades obsoletas y numerosos expertos evidencian la insuficiente protección de los entornos marítimo y aéreo de del país, al mismo tiempo que el Ejército se esfuerza por mantener en funcionamiento sus sistemas existentes.

En 2023, después de varios años de esfuerzos infructuosos para adquirir aviones como el Mirage 2000 francés, el IAI KFIR C-12 israelí y el KAI-50 surcoreano debido a limitaciones en recursos, respaldo político y apoyo social, surgieron tres alternativas como posibles núcleos para revitalizar la Fuerza Aérea Argentina: el JF-17, el HAL Tejas Mk2 (de India pero casi descartado) y el F-16 A/B MLU. La pregunta esencial que debemos considerar es la siguiente: ¿Deberíamos elegir la opción estadounidense o la china?

De acuerdo con la mirada del especialista en Relaciones Internacionales y Defensa, Juan Battaleme, la adquisición de un avión de combate involucra consideraciones técnicas y políticas. Así, las capacidades operativas y la vida útil de las opciones son factores críticos que deben evaluarse en un contexto de recursos limitados. En este sentido, la oferta chino-paquistaní JF-17, por un lado, proporciona un avión “nuevo” con una amplia gama de armamento disponible, lo que podría parecer atractivo en comparación con F-16 danés. Sin embargo, esta elección trasciende las especificaciones técnicas, ya que el impacto político de la misma es de suma importancia.

Battaleme argumenta que desde la perspectiva de los líderes de Estados Unidos, quienes siguen con preocupación las actividades de China en el hemisferio sur, la elección del JF-17 podría interpretarse como una oportunidad para que China expanda su influencia en la región. Esto podría llevar a un aumento gradual de su presencia territorial, incluyendo la posibilidad de utilizar las bases aéreas argentinas como puntos de operación avanzada, consolidando la posición estratégica de Beijing cerca de la Antártida.

Argentina estaría apostando a que China actúe como un socio militar vital y mantenga una cadena de suministro sólida para respaldar sus capacidades operativas. Sin embargo, teniendo en cuenta que la Directiva de Política de Defensa Nacional actual prioriza la defensa en el Atlántico Sur como un sistema que incluye el océano, las islas y la Antártida, la compra de aviones de combate chinos empeora el entorno de seguridad, al aumentar la dinámica de competencia futura y traer al Atlántico Sur el dilema de seguridad que se encuentra en el Pacífico.

En cambio, si los líderes argentinos optan por el General Dynamics F-16, esta elección resolvería varios problemas al mismo tiempo. Según Battaleme, se establecería una sensación de estabilidad en el Atlántico Sur y en la relación bilateral entre Argentina y el Reino Unido, ya que el F-16 no representaría una amenaza para el Eurofighter Typhoon FGR4 y su posible sucesor, el F-35. De esta forma, se daría una mejora sensata para la Fuerza Aérea Argentina, sin constituir una amenaza para Reino Unido. 

El F-16 representa un compromiso con el mantenimiento del orden y la estabilidad en el Atlántico Sur. Esto no significa que estemos descartando nuestro legítimo e inalienable reclamo sobre las Islas Malvinas, las Islas Sandwich y las Islas Georgias del Sur, pero sí estamos cumpliendo con lo establecido en la Constitución Nacional, que promueve una recuperación pacífica.

En última instancia, la cuestión crucial radica en si Argentina preservará sus lazos militares con las naciones occidentales en términos de doctrina, capacidades y recursos, o si se alineará con el complejo militar chino-ruso, siguiendo el ejemplo de Bolivia o Venezuela. Argentina desempeña un papel significativo como miembro del G20 y ha demostrado su capacidad en el desarrollo de tecnologías como satélites, radares, sistemas de comunicación y cibernéticos. En este contexto, sería más ventajoso para el país integrarse en el ámbito militar occidental en lugar de en el chino-ruso.

Además, es fundamental destacar que el complejo militar chino-ruso se enfrenta a desafíos cada vez más significativos. Rusia, por un lado, atraviesa una crisis derivada de las sanciones impuestas debido a su invasión a Ucrania, lo que le ha impedido acceder a tecnologías de última generación vitales para su industria militar. De manera similar, China se encuentra en una situación análoga debido a las restricciones impuestas por el Departamento de Comercio de los Estados Unidos en el acceso a materiales fundamentales, como los chips y otras tecnologías.

La decisión de Argentina de mantener una línea de suministro de material militar occidental podría contribuir sustancialmente a la seguridad en la región. Esto nos integraría en la comunidad de naciones que promueven la paz y la seguridad en el Atlántico Sur, tanto desde una perspectiva operativa como política, y contribuiría a establecer una relación bilateral más amplia con el Reino Unido.

Optar por la oferta occidental no significa seguir un alineamiento ciego con la estrategia de Occidente o de Estados Unidos, ya que implica el reconocimiento de las líneas rojas en materia de seguridad y demuestra que las intenciones de Argentina no son las de ser un país revisionista del orden global liberal. Esto nos permitiría ejercer nuestra autonomía sin despertar desconfianza en otros campos menos polémicos, como por ejemplo el ingreso de Argentina a BRICS.

En el ámbito de la seguridad internacional, las compras de armas no son neutrales, ya que también se consideran una declaración política. Aunque esto no garantiza que no se utilicen en contra del proveedor, tiene el propósito de influir en percepciones y posiciones de poder, señalando un compromiso en el campo de la política internacional.

Reconstruir la confianza es un proceso que lleva tiempo, pero es esencial para reintegrarnos de manera funcional en la matriz occidental compartida por las fuerzas militares de la región. Esto implica la generación de interdependencia y un fortalecimiento de las relaciones.

En resumen, la elección del avión de combate no solo revitalizaría la impresión de una fuerza que busca igualarse con sus pares regionales como Chile y Brasil, sino que también aseguraría la capacidad de la Fuerza Aérea para resguardar la soberanía y las rutas de comunicación aérea de Argentina. Al explorar la región del Atlántico Sur y las relaciones entre el Reino Unido y Argentina, se abriría un nuevo espacio donde ambos países compartirían intereses comunes, manteniendo sus posiciones políticas respectivas, con la esperanza de un futuro más prometedor y sin conflictos.

Argentina se halla en una posición única para forjar su camino en el complejo panorama global actual. El equilibrio entre dos gigantes es un acto que requiere cautela, visión y adaptabilidad. El futuro promisorio, sin conflictos innecesarios, está al alcance de la mano, siempre que navegue con sabiduría y determinación en este mar de rivalidades.

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